Cristo crucificado es una prueba de solidaridad de Dios con el hombre que sufre.
Por: María Teresa González Maciel | Fuente:
Catholic.net
Todos los seres humanos en algún periodo de
nuestra vida somos visitados por el dolor. Lo quieran o no la presencia
del dolor, a veces acompañado de sufrimiento, llega a todo el mundo.
Ante este arribo inminente se antoja tener
herramientas para vivir con paz y serenidad. Una de ellas es el valor del
desprendimiento, que se ejercita en los diferentes momentos de la vida, por
ejemplo perder a un amigo por un mal entendido, las incomprensiones,
injusticias, rechazos.
Esto nos debe llevar a manejar la situación y
buscar encontrar una enseñanza en el dolor que nos prepare, sin desear que
ocurra, para momentos más difíciles como la pérdida de salud, mutilación de una
parte del cuerpo, divorcio, muerte de un ser querido, enfermedades prolongadas
o pérdidas materiales.
El dolor se manifiesta en
todo el cuerpo, la mente, sentimientos, alma, duele todo. Es necesario por salud mental y física superar
dicha situación. Jesucristo prometió liberarnos de toda atadura
y el duelo es una de ellas; Jesucristo viene a darnos la libertad de los hijos
de Dios.
Tomar consciencia es un paso y llevar un proceso
el otro. Para aprender a vivir, la pérdida de un ser querido, la separación de
la persona que amas, la necesidad de salir de tu país, para resolver la
situación económica. Es indispensable cerrar
círculos y despedir con mucha paz.
Necesitamos la ayuda de Dios y recordar las palabras de Juan Pablo II: “Cristo crucificado es una prueba de solidaridad de Dios con el hombre que sufre”.
Se hace necesaria una acción con valentía, coraje, fuerza, determinación,
sobre todo cuando el dolor se aparece de
manera imprevista, violenta desestabilizando la propia existencia. En un plano
más profundo es importante aprender a vivir sin las cosas perdidas, así como de
los seres de quien se dependió.
La fuerza de voluntad, la serenidad y la fe son
elementos que colaboran, de manera sustancial, en la superación del duelo. En caso de la separación de un ser querido hay
que hablar de él en familia, expresar los sentimientos que habiten en el
corazón y contar con el apoyo emocional de los más cercanos. En caso necesario buscar ayuda psicoterapéutica adecuada para
sanar.
El dolor, si lo sabemos aprovechar, toca fibras
interiores del alma con el objetivo de abrirnos para comprender el dolor de
nuestros hermanos y ser mejores personas. El dolor nos permite ver lo que antes
estaba oculto a nuestros ojos; éste camino nos lleva a la madurez, al
crecimiento.
¿Qué nos diría el ser
querido que se fue? De seguro: “Dame un
regalo, vive con plenitud, sé feliz”. Responder con una vida nueva y con
las palabras de Gabriel Marcel “Amar a alguien es
decirle tú nunca morirás”, ya que esa persona nos acompañará con su
recuerdo, sus enseñanzas, alegrías. Hacerlo como aquella madre que ante la
muerte accidental de sus dos hijos exclamó: “Señor
hace 23 años me los diste con mucho amor, hoy te los regreso con mucho amor”.
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