En la espesura del Monte de los Tallanes, donde afloraba el desierto estuvo oculto durante algunos años un negro esclavo escapado del yugo de sus patrones. Mientras dormía una tarde de un caluroso verano se oscureció el cielo, estallando en relámpagos y truenos, seguidos de torrencial lluvia, fenómeno que lo despertó haciéndole huir despavorido en busca de refugio a lugar más seguro; igualmente le aconteció a la piara de chanchos que mantenía cautivos.
Normalizado
el tiempo, a la luz de la luna emprendió la busca de los animales. Horas de
horas estuvo recorriendo el intrincado monte, hurgando de un extremo a otro,
peinándolo de arriba abajo, entre quebrollos por si estuvieran allí dormidos
sin encontrarlos. Investigando debajo de los algarrobos y tamarindos por si
hubieran comido sus vainas o frutos. Pero por ningún lado encontraba señales
donde hubieran hoceado en busca de alimento u otras huellas.
¿Los
chanchos habían desaparecido misteriosamente? ¿Se los había tragado el diluvio?
se decía el esclavo mientras avanzaba en su busca
la el desierto. La luna en plenilunio a las doce de la noche brillaba
intensamente, haciendo refulgir las arenas blanquecinas del desierto, lavada
por el diluvio, con reflejos de plata pulida. El paisaje sin huellas de ser
viviente, y sin viento, era irreal.
El moreno
avanzaba entre la arena, maravillado; su cuerpo y su sombra al proyectarse
sobre la blanquísima arena parecían flotar no dejando huella alguna. El moreno
al observar el paisaje comprendió que algo anormal sucedía esa noche en el
desierto, empezando a regresar; súbitamente, por lo alto del médano, vio las
pisadas de los chanchos, iban frescas unas detrás de otras como lo hacen los
zorros, en línea recta. Quedó perplejo, sorprendido, más luego sonrió
complacido.
Sus
chanchos estaban vivos y muy cerca; apresurando el paso fue trepando médanos
poco a poco. Las huellas lo llevaron a lo alto de un adoratorio quedando
hechizado al mirar al fondo de la hondonada: miles de
luces fosforescentes alumbraban los chanchos, centellando como si fuera de oro.
¿Estaba soñando o lo que veía era obra de
hechicería? se aprestaba a huir de ese encantamiento, pero las
fosforescentes encandiláronle los ojos y como un imán comenzaron a atraerlo.
Deslumbrado
por las luces, cada vez más hechizado, bajaba y bajaba, al llegar al fondo,
quedó sobrecogido de temor, horrorizado, al ver a sus chanchos enormemente
hinchados tumbados patas arriba, muertos.
Cegado
por los reflejos cogió temeroso una de las luces, quedando sorprendido al
comprobar que las luces eran monedas de plata centellando a la luz de la luna.
Las monedas eran fosforescentes por el rojizo barro que las cubría y a los
chanchos, sus reflejos los hacían brillar como si fueran de oro...
El
esclavo con codicia cogía las monedas limpiándolas del barro y dando saltos de
alegría, pero al momento le cruzó una sombra paralizándole de terror,
escuchando una voz fría venida de lo alto del adoratorio. ¡Eustaquio, el tesoro es tuyo a cambio de tu alma!... Después
del gozo y la alegría del hallazgo del tesoro, vino el dilema. El temor y el
aire seco del desierto no ayudaba al moreno a articular palabra, tartamudeando
respondió: “Señó, señó, ¿qué való puede tené el
alma de un pobre negro esclavo?”
“Mucha
para mí” -respondió la sombra-, tengo conmigo muy pocas almas ambiciosas de tu raza, amantes
del dinero.
Mucho
poder tenían los soles de plata centellando a las manos del esclavo, nunca
poseyó una moneda propia y ahora se las ofrecían por miles, perdió su libertad,
lo más sagrado en esta vida, ¿quién sabía si en la
otra vida, la del cielo, los goces no estaban hechos para los morenos? Entonces
de nada valdría mantener su alma pura, Siempre estaría en dependencia,
encadenada a la ambición de otros.
Pero
ahora en cambio obtendría su libertad, sería un hombre libre de verdad,
enorgulleciéndose de su raza, gozando de todos los bienes terrenales. Así pensó
el negro esclavo aceptando la propuesta de la sombra.
El moreno
se alfabetizó y viajando aprendió a conducirse. Al regresar nadie lo reconoció.
Luego compró la hacienda más rica del valle convirtiéndose en su propio patrón,
hacendado de sombrero blanco. Todo lo que sembraba se convertía en oro, y esto
lo llevó a pensar por algún tiempo que se debía a su buena suerte, a una noche
afortunada. Después del diluvio los chanchos en busca de tierra seca
enrrumbaron al adoratorio incaico, tabú de los indígenas, donde alguien enterró
ese Tesoro, pensando que nadie lo encontraría. Los chanchos hociando el barro
rojizo encontraron esas petacas de cuero hinchadas por la lluvia, la
mordisquearon esparciendo las monedas, y los gases que contenían los fulminaron
hinchándolos horriblemente. Lo de la sombra fue una confusión suya, muy propia
de su raza.
Los años
pasaron y no tenía donde acumular tanta riqueza. Comprendió que quien guarda,
guarda·pesares. Estaba prisionero de su propia riqueza, no había gozado de la
vida, entonces empezó a distribuirlas en bienes sociales.
Un buen
día se le apareció la sombra, y comprendió que no fue un sueño, era una
realidad. Tenía perdida su alma, pero había vivido gozando de felicidad, porque
la felicidad está en dar.
"Eustaquio"
-le dijo- me has
defraudado, no has acumulado riqueza como lo hace la mayoría poseedora de
bienes ¿ni siquiera has guardado riqueza para tus hijos? el moreno
contestó: de qué les serviría, no trabajarían, no
los haría felices, llenándoles de vicios.
"Si lo bien venido se lo lleva el diablo, lo mal venido con amo y
todo”. La educación que les he dado es
suficiente.
"Eustaquio,
estás en contra de todos mis principios". "Entrégame un alma
ambiciosa y te dejo en paz".
-“Te entregaré varias”, contestó el moreno.
-¿Cómo?
-"Desapareceré dejando la hacienda para que se la distribuyan todos
los peones ¿entonces qué pasará? muchos ambiciosos empezarán a intrigar con el
fin de quedarse con las mejores tierras, a esos te los llevarás.
FIN.
TRADICIÓN DE ALBERTO BISSO SÁNCHEZ, DE SU LIBRO “UN SALTA PA´TRÁS”. 1985.
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