domingo, 8 de agosto de 2021

MURMURACIÓN, MAL NEGOCIO

¿Qué implica murmurar?, ¿De qué manera afecta la dignidad humana?, Alejo Fernández Pérez nos responde.

Por: Alejo Fernández Pérez | Fuente: Arbil.org

Algunos efectos de las murmuraciones, en cualquier tipo de actividad, son las divisiones personales y la pérdida de esfuerzos por luchas intestinales. Especialmente graves resultan en los terrenos religiosos y políticos, donde los efectos de las murmuraciones pueden adquirir serios daños sociales de enorme amplitud.

Afortunadamente, por muy temprano que sea, siempre tenemos algo de que hablar: O del tiempo para quejarnos, o de alguna persona conocida para despellejarla. Existen casos extremos de personas que, si no están hablando mal de algo o de alguien, dan la sensación de ser mudos o estar muertos

Por murmuración entenderemos aquí la conversación un poco denigrante, en voz baja, en ausencia del sujeto denigrado y con un tanto de regodeo o recochineo sobre el ausente. Se corroe la buena fama de personas o cosas, sin razones y con cierta mala voluntad sobre ellas. La murmuración tiene muchos nombres:
maledicencia, trapisonda, enredos, chismes, calumnias, despellejar, poner como hoja de perejil… todas ellas son primas entre si y de la mentira y el engaño.

Generalmente, la murmuración no produce graves daños; pero en ocasiones puede causar verdaderas tragedias. Extender las ideas de que: “Me han dicho que tal empresa está arruinada… Me acabo de enterar que la mujer de X se entiende con Y… Se de buena tinta que Z le está robando a su empresa,…” y otras análogas, sin pruebas de ningún tipo, pueden causar por desprestigio la ruina de esa empresa, que X se separe de su esposa o que Z sea expulsado de su empresa sin que los afectados sepan ni por qué.

¿Por qué se murmura? Por envidia, por odio, por intereses, por vanidad…
Es muy corriente que cuando varias personas empiezan a hablar mal de alguien, este alguien no importe a ninguno ni un comino. Solo les importa el propio YO a cada uno. Si decimos que Fulano es feo, torpe, necio, pobre… en el fondo estamos dando a entender que nosotros somos guapos, ágiles, inteligentes y ricos. Algo que nos alegra y llena de satisfacción. Con frecuencia, la causa es un complejo de inferioridad, adobado con la cobardía de quien es incapaz de dar la cara.

En la costumbre de murmurar interviene en buena medida la aquiescencia de quienes les escuchan y jalean con agrado por miedo a ir contracorriente. A Jesús le condenaron los mismos que unas horas antes le aclamaban. Bastó que una mayoría pidiese la muerte de Cristo para que, incapaces de oponerse, gritaran como “todos”: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!

De vez en cuando surge una de esas personas a quienes desagrada el trapicheo y termina encarándose con el chismoso. Resultado: se expone a perder las amistades con él o, si no lo hace, se convertirá en un cómplice. Mal embrollo moral “tío”. Todas las cosas se pueden decir sin empeorar las situaciones, pero cuando hay algo que decir, ¡se dice claramente y sin pamplinas! Y si hay que perder a ciertos amigos, no perderíamos gran cosa. Hay una forma de quedar siempre mal ante los demás : andar con subterfugios y medias tintas.

Cuando iniciamos ciertos comentarios, sin importancia aparente ¿Sabemos el daño y los perjuicios que podemos ocasionar? La mentira tiene muchas facetas: reticencia, cabildeo, murmuración... Pero es siempre arma de cobardes. Son los mismo que tras despellejar a Don Fulano corren a decirle: Oye se dice por ahí que tu…
Te lo digo para que estés sobre aviso. Al final todo termina sabiéndose, pero ¿y mientras tanto? Pues ese final puede tardar años y los perjuicios familiares, sociales y económicos pueden ser irreversibles

¿Y
qué puede hacer el ofendido? Más bien poco, pues suele ser el último que se entera de lo que se dice y de quien lo dice. Y si se entera, carecerá de pruebas para ir a juicio. Si además es un alma noble, de prestigio y con autoridad habrá encontrado una dura cruz que sobrellevar. Es el momento de recurrir a Cristo, el único amigo que nunca falla.

¡Ay, esos medios de comunicación! Vendidos al poder político, empresarial o social a los que sirven contra sus rivales a base de susurraciones, murmuraciones, trapisondas, enredos, chismes, cuentos, insidias, calumnias… envileciéndose hasta grados animalescos. No hay que preocuparse, como son muy listos: Todo lo justificarán muy bien y en todos los casos.

Los jefes no deberían consentir jamás la murmuración, que debería ser castigada severamente y con rapidez. Muchas veces, es suficiente la presencia de un solo hombre o mujer “decente” para cambiar un ambiente bajuno. A la larga, la murmuración es un negocio donde todo son pérdidas.

En el campo del catolicismo la murmuración, los chismes, la maledicencia, la calumnia… están bien definidas, se las considera siempre de más o menos gravedad, según los casos, pero todo el mundo sabe, o debería saber, a
qué atenerse. El Catecismo de la Iglesia Católica no deja dudas al respecto, y los confesores no deberían ser transigentes con los aparentes casos leves, que por su continua repetición, abren la puerta a más graves situaciones. Supuesto que se confiesen de esos “casos leves”.

En el terreno de la política, los políticos saben los daños que causan las murmuraciones y calumnias; sin embargo, los utilizan descaradamente como armas de combate contra los rivales políticos. Aprovechando los medios de comunicación afines se puede incidir en el voto de los ciudadanos y modificar así el rumbo de cualquier política. Se juega en estos casos con la vida y el porvenir de millones de personas. Los políticos carentes de toda moral, los seguidores de la Nueva Era, del Relativismo Moral y de cualquiera de las sociedades secretas o sectas conocidas como perjudiciales no deberían ser votados ¡jamás!. Son como el caballo de Atila, por donde pasan no crece la hierba. No es difícil detectarlos: “Por sus hechos los conoceréis” Un buen político ha sido primero un buen hombre, lo que antes se llamaba un hombre cabal, un hombre en el que se puede confiar. Si lleva estas virtudes a la política será un buen político; si no, se quedará como otros muchos en políticos de rastrojera, cuando no terminan en simples alimañas.

La murmuración es una roña que ensucia y entorpece el engranaje social, resta fuerzas, quita la paz, y hace perder la amistad entre las personas. Es difícil de eliminar; pero, como a la malas hierbas, podemos reducirla a dimensiones soportables. El sucio ambiente de la murmuración se transforma radicalmente cuando nos acostumbramos a hablar de forma cordial de todo y de todos. Todos tenemos algo bueno. Si no fuera posible, callémonos, así no tendremos que arrepentirnos.

Hagamos una prueba durante una semana: Empecemos a hablar bien de todos nuestros conocidos, con naturalidad, sin coba – la falta de sinceridad se nota rápidamente-, sonriamos levemente con agrado, pocas palabras, consideremos como hermanos a los que nos rodean – en realidad lo son-. Hagamos un esfuerzo por comprenderlos y quererlos. Algo así como lo que hacía la hermana Teresa de Calcuta o como lo hacen las madres con sus niños pequeños. ¿Qué es difícil? Naturalmente, y mucho más de lo que nos imaginamos. Hablar bien de lo bueno que tengan nuestros amigos es algo que a algunos les cuesta muchísimo trabajo. Si a ellos los elevamos, parece como si nosotros bajásemos. Por lo menos, intentémoslo. Sin olvidar que para hacer el bien hay que entrenarse diariamente, no menos que para meter goles. El principio físico de “Toda acción tiene una reacción igual y contraria”, también se da en las relaciones humanas: Sonría y le sonreirán; ame y le amarán, de y le darán; gruña, y le gruñirán;…

Bastaría ser un poco inteligente para comprobar que nos “conviene” cambiar seriamente y de verdad nuestra actitud para con los que nos rodean. Si se nos ocurriese utilizar la “coba” nos pasaríamos de listos y caeríamos en un repugnante fariseísmo. La única arma válida es la del amor, la que nos recordó Jesús: “Amar al prójimo como a sí mismo”. Aun no se ha inventado nada mejor. Solución: Jamás hablemos mal de nadie, pues como cuando escupimos al cielo, antes o después la saliva nos caerá en la cara. No hablar mal, no es suficiente. Las personas queremos, necesitamos ser amados, estimados y que alguien hable bien de nosotros y reconozca lo poco o mucho bueno que tenemos. Deseamos ser alguien, no algo.

Reconozcamos con sinceridad lo guapa que está María, lo buen trabajador que es nuestro amigo Juan, lo elegante que va y lo bien que guisa nuestra mujer o madre, lo bien que juega al fútbol nuestro hijo… Podríamos asegurar que muy pronto subiremos varios puntos sobre el concepto que tenían de nosotros. Hasta nos mirarán con un poquito más de cariño. Y todo, por un precio bastante módico.

No hay comentarios: