José María era un niño alegre, listo y valiente que vivió su fe de manera admirable.
Este jueves he vivido una de las
experiencias más duras que se pueden tener: acompañar
a morir a un niño, José María
Hernáez Montero, de apenas doce años de edad, dos de los cuales marcados por una dura lucha
contra el cáncer. Sin embargo, esta ha sido también una experiencia de vida eterna, primero para él, y también para
quienes le hemos conocido y seguiremos conociéndole ahora más profundamente.
Niño alegre, listo y valiente,
sostuvo su lucha física y espiritual en dos pilares:
escuchar la palabra de Dios y nutrirse diariamente de la Santa Comunión.
–Padre, las palabras
que decimos en el Avemaría son las que le dijo el ángel a la Virgen, ¿verdad? –me preguntó el fin de semana pasado.
–Efectivamente. Sus
mismas palabras –le respondí.
–Pues si son las
palabras de un ángel –me dijo con mucho asombro y gravedad– habrá que repetirlas bien, no de
carrerilla.
–¿Y qué me dices de
las que se dicen en la misa? –le pregunté–. Son las que salieron del
mismo corazón y los labios sagrados del Señor: “Tomad y comed, esto es mi
cuerpo… Tomad y bebed, esta es mi sangre que se entrega para el perdón de los
pecados”.
La mirada de estupor de este
niño, alimentado día a día de la eucaristía, expresaba todo el amor con que
merece ser recibida.
–¿Cómo es que la gente
no se da cuenta? –me preguntó con pena, y
finalmente volvió a decirme la frase recurrente de sus últimos días: “Quiero que la gente tenga fe, que se den
cuenta…”
Las palabras y la experiencia de
Josemari son un eco del evangelio que leemos este
domingo,
donde Cristo nos enseña acerca de la fe con que debemos acogerle en su
palabra y, muy especialmente, en el sacramento del pan partido.
Leamos con atención: "En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida». Muchos de sus
discípulos, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede
hacerle caso?». Sabiendo Jesús que
sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Os
resulta difícil aceptar esto? ¿Y si vierais al Hijo del hombre subir adonde
estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las
palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de
entre vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio
quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por
eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se
echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros
queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de
vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Juan, 6,
55, 60-69).
"¿Os resulta difícil
aceptar esto?", pregunta Jesús a los que se
escandalizan de sus palabras. Así concluye el largo discurso del Pan
de Vida, que hemos leído durante cuatro domingos, y sus palabras no
dejan indiferente a nadie. Ellas son signo de contradicción, piedra de
salvación o de tropiezo. Resulta revelador que llegados a este punto del
evangelio, el escándalo se produce cuando Cristo anuncia que el pan que ha
multiplicado y que tanta gente ha comido es su mismo cuerpo y
su misma sangre, y que quien no los recibe no tendrá la vida eterna.
Aquí la conexión entre la palabra
de Dios, la Eucaristía y la acogida que a ellas damos es inescindible y cargada
de exigencia. Quien no escucha atentamente al Señor no se entera de qué
alimento Él nos ofrece, y quien no recibe bien ese sustento, no permanece. Al
llevarle la comunión a José Mari en sus últimos días, uno percibía que
ese niño no moría, sino que estaba entrando en la vida eterna. Pero cuántos de nosotros, que creemos estar
vivos, tantas veces quedamos indiferentes ante lo que Cristo nos ofrece porque
no le escuchamos y recibimos con propiedad. Somos de los que todavía no creen,
y será muy fácil que terminemos abandonando el camino a la vida plena.
–Muchos de tus
amigos y gente que conoces van a misa y reciben al Señor, Josemari –le dije para animarlo.
–Pero todavía falta –me respondió–. Tenemos que darnos cuenta de quién
es Dios.
“Con todo, hay algunos
de entre vosotros que no creen”, dice
Jesús a quienes acababan de participar del gran milagro y alimentarse del pan
de vida. Por eso estas palabras, como las de José María, someten a juicio nuestra fe. Ante Él tenemos que hacer una
elección y más bien ir hacia adelante; darnos cuenta de quién se nos ofrece y
lanzarnos hacia la eternidad. No puede ser auténtico
discípulo quien le sigue solo por costumbre o por convención social. Necesitamos
ser auténticos cristianos.
Nuestro Josemari alcanzó en muy
poco tiempo el cielo, esperamos con fe. Su unión con
Cristo por tomarse tan en serio sus palabras y
recibir con tanto amor su sacramento no pueden quedar sin la recompensa
eterna. Él ofreció su vida para que mucha gente pueda creer. Hoy el
Señor se vale de la pureza y la confianza de un niño así para decirnos también
a nosotros que no seamos de los que no creen, que no nos echemos atrás ante sus
palabras ni le recibamos con indiferencia en el pan de vida eterna. ¿Qué elección tomamos ante esto?
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