Todos los periódicos ayer erigieron editoriales épicos. La caída de Kabul cerraba un ciclo.
Hay
ocasiones en las que la realidad no puede ser más clara. En este caso la
realidad apenas precisaba explicaciones. Veinte años de esfuerzo, miles de
vidas, ingentes cantidades de dinero, heroísmos bélicos de película; y pequeños
heroísmos anónimos, urbanos, entre vecinos. Todo quedaba reducido a la nada.
Ganamos muchas batallas, pero la guerra finalmente la ha vencido la brutalidad,
la imposición, el odio.
Afganistán
debería haberse convertido en un protectorado bajo supervisión de Naciones
Unidas. Un territorio especial del que no se podía esperar un control pleno,
pero sí un permanente control parcial.
Ahora el
daño está hecho, también al prestigio, a la confianza que puedan tener en
nosotros tantas personas de tantos países. Ahora también ha quedado claro que
Occidente no está dispuesto a tomar las medidas que deba tomar. Occidente es
débil como lo fueron los últimos emperadores del Imperio romano de occidente.
Biden ha
dicho que la culpa fue del gobierno afgano. Pero ese gobierno lleva siendo
igual desde hace mucho tiempo. La enfermedad estaba clara hace tiempo, pero no
se hizo nada.
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En homenaje
a los 104 españoles que murieron en Afganistán defendiendo los valores más
nobles.
P. FORTEA
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