miércoles, 30 de junio de 2021

OBSERVAD LA MUJER DEL CENTRO

Hoy me ha venido a la mente un pensamiento, repentino: ¿qué fue de la vida de los padres de Eva Braun (la amante de Hitler) después de la guerra?

He encontrado en Internet que tuvieron una larga vida. El padre vivió hasta 1964; la madre, hasta 1976.

¿Cuáles debieron ser sus pensamientos, sus sentimientos, su vida espiritual? Por lo que sé, el padre era protestante y profesor, y se adaptó a su nueva situación de “suegro”. No sé nada más de él, más allá de verlo en filmaciones privadas de Eva.

La madre era católica y nunca aprobó esa relación fuera de la Ley de Dios. No tengo ni un solo dato más de ninguno de los dos, más allá de ver fotos familiares de esos dos padres, relajados, en varios lugares, descansando.

Pero no dejo de reflexionar qué sentimientos debieron tener ellos dos. En 1970, mientras esa anciana madre caminaba por la acera, anónima, sin que los transeúntes repararan en ella, reflexionaría acerca de los días wb que estuvo al lado del centro del tornado, de las tertulias en las que estuvo a la mesa de una bestia apocalíptica. Me la imagino callada, hablando poco.

Otros personajes de la corte de ese anticristo comulgaron con las ideas anticristianas de ese partido infernal, pero esa madre simplemente le tocó estar allí. Sin quererlo, le tocó estar a la mesa del idolatrado, compartir pastel, escuchar sus cortesías, tomar café durante la sobremesa. Es curioso, millones de personas hubieran dado lo que fuera (hasta años de vida) por estar a esa mesa, en ese salón de estar. Y esa mujer católica estaba allí sin hacer nada, sin ni siquiera compartir las ideas de ese hombre. Paradojas de la vida.

Qué apasionante hubiera resultado entrevistar, precisamente, a esa mujer. Otros tenían cosas que ocultar, otros estaban fascinados. Ella hubiera dado otra visión, otra perspectiva.

He mirado a ver si había algún libro que tratara de ellos (más allá de una referencia marginal), algún artículo. No he logrado nada. Si alguien obtiene algún link, le agradeceré que lo comparta.

No deja de ser interesante: los idólatras de ningún modo tenían acceso al ídolo, y ella (sin inclinarse ante el falso dios) podía ir a visitarle siempre que quisiera.

P. FORTEA

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