200 AÑOS DE LA MUERTE DE NAPOLEÓN: RECOMENDABLE BIOGRAFÍA DE ANDREW ROBERTS
LA MUERTE DE NAPOLEÓN, PINTADA POR CHARLES STEUBEN - EL 5 DE MAYO DE 2021 SE CUMPLEN DOSCIENTOS AÑOS
Se cumplen hoy, 5 de mayo de
2021, 200 años de la muerte de Napoleón, tema que
ha inspirado siempre a los románticos. La muerte en cama, en
una isla perdida, de quien combatió numerosas batallas y dominó media Europa. ¿Cómo fue vida y su muerte?
Quien busque una buena biografía o libro de historia
contundente para leer o regalar puede apostar por Napoleón:
una vida, de Andrew Roberts, que gustará a cualquiera que
haya disfrutado leyendo a otros divulgadores ingleses de pluma ágil como Paul Johnson o Tom Holland.
Desde niño Napoleón quiso
ser otro Alejandro Magno, más aún, otro Julio César. Todo
lo que le movió en su vida –que no fue larga: 51
años, los últimos seis preso en Santa Elena- fue llegar a ser “grande”, y en todo lo que pudo imitó a César. Según su modelo, reconvirtió
una república caótica en un Imperio.
INCANSABLE AUTOR DE
CARTAS
Napoleón fue
un trabajador incansable, que dormía poco y dictaba infinidad de cartas, incluso mientras se bañaba, a su ejército de
secretarios. Se han conservado 30.000 de ellas y en ellas ha buceado Roberts
para describir la mente y el corazón de Bonaparte.
Ningún tema le parecía pequeño ni se escapaba de su supervisión directa: mientras organizaba la invasión de Rusia tenía tiempo para escribir a un
párroco de pueblo regañándole por un sermón flojo en el día de
su cumpleaños (que era la Asunción, el 15 de agosto) o cuestionaba la calidad
de las tazas de té de uno de sus palacios.
AMORÍOS, BATALLAS,
MOTIVACIONES
El libro tiene 890
páginas, aunque 140 son índices, notas y anexos. Se lee con
agilidad y a veces con humor, y
puede considerarse la biografía definitiva de Napoleón.
Cubre con amplitud su personalidad y motivaciones, sus amoríos (tuvo al menos
20 amantes), sus batallas y campañas (cada una descrita con detalle suficiente
para los que disfrutan la historia militar), su vida cotidiana y el trato con
sus colaboradores.
Napoleón, una vida, de
Andrew Roberts: 740 páginas de acción y peripecias históricas, a veces
desconcertantes
EL INDIVIDUO, NO
FUERZAS CIEGAS, HACE LA HISTORIA
El historiador inglés, que durante 740 páginas critica los errores de Napoleón y algunas de sus
crueldades ocasionales, pero
que en general se muestra admirado por su personalidad y logros, concluye: “Su vida y su carrera contradicen los análisis
deterministas de la historia, que explican los acontecimientos basándose en
imparables fuerzas impersonales y minimizan el papel que juegan los individuos.
Como el guardamarina George Home expuso en sus memorias: ‘nos enseñó lo que puede
alcanzar una pequeña criatura humana como nosotros en tan poco tiempo’.
¿Napoleón el Grande? Por supuesto”, concluye Andrew Roberts.
Llegó a general a los 24 años y reestructuró Francia para que pudiera
funcionar como un ejército: una meritocracia
con administración eficaz, aunque él quería controlar mil
detalles en persona. Participó en 60 batallas y asedios, y sólo perdió en
7.
Roberts lo considera “el último y mayor de los déspotas ilustrados” y, con
Goethe, afirma que fue “la Ilustración a caballo”.
CONTRA LAS CHALADURAS
REVOLUCIONARIAS
En 1804 se proclamó
“Emperador de la República Francesa” y nadie
osó señalarle la contradicción. Enseguida eliminó las distintas chaladuras
revolucionarias, como el absurdo
calendario revolucionario impuesto en 1792 (lo eliminó al acabar 1805), retornando el
calendario gregoriano, con sus connotaciones cristianas, o los hinchados e hipócritas cultos "al Ser Supremo” o "a la
Diosa Razón", que se
desinflaron en cuanto sopló sobre ellos.
Se acabó el Terror: en todos sus gobiernos, sólo 4,
quizá 5 personas, fueron ejecutadas por razones directamente políticas en
Francia (descontando casos claros de intento de magnicidio).
Eliminó el Sacro Imperio Romano-Germánico y la Orden de Malta como entidad
político-militar. Aunque en cierto momento reintrodujo la esclavitud en las
colonias americanas en el Caribe y apoyó una cruelísima guerra de conquista en
Haití, la abolió finalmente en 1815 y reconoció que la guerra haitiana fue
innecesaria.
SU CÓDIGO LEGAL Y
ADMINISTRATIVO PERVIVE
El Código Napoleónico que creó es
la base de gran parte del derecho europeo. Hay 40 países por todo el mundo con
sus principios.
Sus puentes, embalses y desagües en el Sena siguen usándose hoy. La Cámara de Cuentas que creó para auditar impuestos y combatir la
corrupción sigue funcionando con eficacia. Los liceos que puso en marcha siguen
ofreciendo una educación excelente y el Consejo de Estado sigue reuniéndose los
miércoles como él estableció.
4 MILLONES DE MUERTOS,
UN 25% CIVILES
El libro de Roberts combina la
historia y las anécdotas con los números. Las Guerras Napoleónicas costaron 3
millones de muertos militares (la mayoría por enfermedades y frío) y 1 millón
de muertos civiles. De ellos, 1.400.000 eran franceses. Cada año
las batallas eran más sangrientas, contaban con más y más cañones que causaban
más víctimas y
las campañas movilizaron ejércitos de tamaños que nunca antes se habían visto.
En 1812 Francia –con sus satélites- tenía en armas un ejército de 1 millón de
soldados. La invasión de Rusia contaría con 615.000 hombres,
250.000 caballos, 25.000 vehículos… nunca antes una
fuerza invasora fue tan grande. El Imperio Napoleónico tenía 71
millones de habitantes, y sólo 27 millones eran franceses.
Pero, como dice Jesucristo (Mc 8,36) y como recordó Santo Tomás Moro en su
juicio: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el
mundo si pierde su alma?” Vale
la pena hablar algo del alma de Napoleón y su relación con la Iglesia y la fe.
ESTUDIÓ EN UN COLEGIO
DE FRANCISCANOS
Napoleón nació en una familia
socialmente católica de la baja nobleza en Córcega. En casa hablaban corso (una
variante cercana al italiano genovés) y en el colegio escribía y hablaba en
italiano. A los 9 años lo enviaron a aprender francés -y a afrancesarlo en
todos los sentidos, con éxito absoluto- a Borgoña, en unos
cursos que incluían clases de religión del obispo de Autun.
Ya entonces el padre Chardon,
director de su escuela, lo veía como un niño pensativo y
melancólico, sin amigos. En pocos
meses dominó el francés hablado. Nunca llegó a escribirlo a la perfección
pero en la época no importaba mucho y como mandatario tuvo muchos secretarios a
los que dictar.
Después, ingresó en una academia militar para jóvenes
destinados a ser oficiales, administrada por frailes franciscanos. Los hijos de San Francisco educaron
al que sería gran conquistador en diversas materias no militares: idiomas,
geografía, latín... destacó en matemáticas. Las asignaturas bélicas las
impartían militares.
¿LOS PAGANOS VIRTUOSOS
VAN AL INFIERNO?
Él ya había leído las vidas de
César y Alejandro en Córcega. A los 11 años en Brienne tenía que hablar en un
examen oral de los 4 milagros más importantes de Cristo. De esa fecha Napoleón
escribió años después: "Me escandalizó escuchar
que los hombres más virtuosos de la Antigüedad arderían por siempre por no haber seguido una religión de la que ni siquiera habían oído hablar".
Así los franciscanos y la fe cristiana perdieron a
Napoleón cuando tenía 11 años: por no reconocer o al menos no explicar claramente -como
sí reconoce hoy la Iglesia, véase Dominus Iesu 20 y 21- que Cristo puede salvar, de
formas misterioras, a los paganos que no lo conocen.
No es una causa tan inusual para
perder la fe: al historiador Tom Holland le
pasó algo parecido en
pleno siglo XX, y solo en el s.XXI ha replanteado su visión.
A los 15 años murió su padre y el Napoleón adolescente se negó a recibir
palabras de consuelo de los sacerdotes de Brienne. Poco después, escribió un
texto -que nunca publicaría- acusando al cristianismo de
permitir la tiranía al ofrecer la vida eterna, como una forma de
adormecer al pueblo. Es decir, el "opio" que
diría Marx. Pero cuando él llegó al poder enseguida recurrió a ese "opio" para aportar orden y estabilidad
al país.
Roberts considera probado que siempre fue vagamente deísta y nunca -excepto quizá en sus días finales- creyó en la divinidad de Cristo.
Nunca le interesó Cristo ni quiso
parecerse a Cristo: él quiso parecerse a César.
Alguna vez se le vio persignarse antes de una batalla. No era cobarde: acudió a
muchas contiendas y las balas de cañón explotaban a sus pies.
"YO RINDO TRIBUTO
AL CORÁN": PROPAGANDA PARA MUSULMANES
Ya siendo un jovencísimo general,
en su invasión a Egipto, intentó seducir al pueblo musulmán con escritos
floridos en los que poco menos sugería que él podía ser el "mahdi", el líder profetizado de los
últimos tiempos del Islam. "Venimos a castigar
a los usurpadores, yo rindo tributo a Dios, a su Profeta, al Corán; ¿no
acabamos nosotros con los Caballeros de Malta, esos necios que pensaban que era
voluntad de Dios luchar contra los musulmanes?" Pero esas proclamas
eran mera propaganda.
BAJO EL DIRECTORIO,
CONTRA PÍO VI
En 1796, como general de la
Francia revolucionaria y ferozmente anticlerical, Napoleón venció a una alianza
de austriacos y fuerzas papales e italianas. Firmó una paz que le permitía
llevarse 100 obras de arte y 500 manuscritos de los Museos Vaticanos a
París. En otro tratado con Pío VI en 1797 le sacó a los
Estados Pontificios 30 millones de escudos. Escribió al Directorio que gobernaba Francia que "treinta millones valen para nosotros diez veces más
que Roma, de donde no hubiésemos sacado ni cinco millones... Esa vieja máquina
se descompondrá ella sola".
Al año siguiente creó en los Estados Pontificios
la República Romana, legalizó el matrimonio civil y el divorcio, cerró
monasterios y confiscó propiedades eclesiales.
Los franceses arrestaron al anciano y casi paralizado Pío VI, de 81 años, y se
lo llevaron a Francia. El Papa murió por el camino en Valence-sur-Rhône
perdonando a sus enemigos. El prefecto de la ciudad escribió en el registro de
defunciones: «Falleció el ciudadano Braschi, que ejercía
profesión de pontífice». Muchos periódicos titularon: «Pío VI y último».
No podían imaginar que vendrían otros 6 "Píos"
y muchos más Papas.
El Papa Pío VI murió en 1799 a los 81 años,
deportado por los franceses; decían que sería "el último"
CUANDO NAPOLEÓN TUVO EL
PODER
En 1800, con 31
años, Napoleón ya era el hombre fuerte de Francia con poder para hacer y
deshacer. Acabó con el bandolerismo y las
milicias realistas. También acabó con el anticlericalismo
republicano y
los extremistas jacobinos. Quitó los bonetes rojos de los campanarios, se pudo
volver a hablar de "monsieur y madame" (desde
1792 solo se permitía "ciudadanos y
ciudadanas") y volvieron a celebrar las
fiestas de Semana Santa y Navidad, que los revolucionarios franceses
habían prohibido.
Tras conquistar Milán en 1800, recibió a doscientos sacerdotes católicos
italianos y les dijo que "el
catolicismo es especialmente favorable para las instituciones republicanas. Yo mismo soy filósofo, y sé que en toda sociedad ningún
hombre es considerado justo y virtuoso si no sabe de dónde viene ni a dónde va.
La simple razón no le puede guiar en este asunto. Sin religión siempre se
camina en la oscuridad".
Él siempre estaba dispuesto a adoptar la fe necesaria para lograr
triunfos sociales.
Mientras tanto, en los territorios que conquistaba
implantaba la tolerancia religiosa, que en zonas italianas podía beneficiar a protestantes,
en zonas alemanas a católicos y en todas partes a los siempre discriminados
judíos. Las leyes de tolerancia religiosa que implantó se mantuvieron tras su
caída en la mayoría de territorios.
"EL PUEBLO"
VOTA TENER EMPERADOR
En 1804 Napoleón decidió ser
Emperador. Lo sometió a votación a "la Nación francesa", que “votó” (por 3,5 millones de votos a favor y solo
2.500 en contra) que sí, que todos querían un Imperio hereditario a cargo de
los Bonaparte. La expresión votaciones "a la
búlgara" -nacida en la época soviética, por su unanimidad
amañada- debería llamarse "votaciones
a la francesa", que fue el país que las empleó antes.
Para fundar un Imperio había que copiar rituales de la época de Carlomagno y se
necesitaba que el Papa participase. La coronación no
fue en Roma, sino en París: allí acudió el Papa Pío VII. "Napoleón ordenó a sus oficiales que lo tratasen
como si contase con el respaldo de 200.000 soldados, uno de sus mayores
cumplidos", escribe Roberts.
Además, desde 1796 Napoleón estaba casado con Josefina por el rito civil de la
República, pero para la Iglesia eso era mero concubinato, al ser ambos
bautizados. El día antes de la coronación, el cardenal
Fesch –un medio tío de Napoleón, que llegó a cardenal por sus presiones- les
casó católicamente.
Años después, para casarse con Maria Luisa, princesa de Austria, Napoleón
tendría que esforzarse para argumentar que fue un matrimonio nulo.
La coronación buscaba demostrar el acomodo entre la Iglesia y el Imperio
después de años de persecución e inseguridad. El arzobispo de París recibió a
Napoleón y Josefina a la entrada de Notre Dame, les salpicó con agua bendita,
después el Papa Pío VII le ungió la frente tres veces con
óleo bendito… pero aunque se limitaba
a las coronaciones católicas, Napoleón ni se confesó ni
comulgó, algo
que sí hacían los monarcas católicos en este tipo de ceremonias.
Napoleón, en Notre-Dame, corona a Josefina y se
corona a sí mismo; el Papa Pío VII le ungió y les bendijo
Él llevaba una corona de laureles que evocaba al Imperio Romano, y levantó con
sus propias manos sobre su cabeza una corona copia de la de
Carlomagno (la verdadera la tenían los austriacos y no se la dejaban). Esto lo había pactado también con el Papa: otra
diferencia con el rito habitual, en que el Papa era quien coronaba. Luego
Napoleón puso una coronita a Josefina y el Papa los bendijo.
Prosiguió la misa, y al finalizar Napoleón juró “mantener
la integridad territorial de la República, respetar y hacer respetar las
leyes del Concordato [con la Santa Sede] y la
libertad de culto y de libertad política y civil, la irreversibilidad de la
venta de los bienes nacionales [confiscados
por los revolucionarios a clero y nobleza]…”
A los pocos meses Napoleón fue a la
catedral de Milán y se autocoronó Rey de Italia (un
título nuevo inventado por él) ante 8 cardenales y 30.000 asistentes, usando la
Corona de Hierro de Lombardia que contiene –se supone- metal de los clavos de
Cristo. “Dios me la concede, maldito sea el que la
toque”, proclamó.
Palabras muy solemnes de su completa invención.
El agosto de 1803, mientras preparaba la batalla de Austerlitz, decretó la nulidad de cualquier prohibición de bailar
cerca de las iglesias porque,
escribió, “bailar no es malo, si
creyésemos todo lo que dicen los obispos prohibiríamos los juegos de pelota, los
divertimentos y las modas y el Imperio se convertiría en un gran convento”.
PÍO VII, EN DEFENSA DEL
MATRIMONIO
En 1805 las relaciones con el
Papa Pío VII se hundieron por la misma razón que Enrique VIII en Inglaterra en
el siglo XVI: el Papa no le concedió una nulidad matrimonial.
Quería anular el matrimonio de su hermano
Jerónimo con una plebeya norteamericana -aunque estaban enamorados y se
querían mucho- para casarlo con una princesa y nombrarle rey de Westfalia.
El Papa no cedió, se pelearon y cuatro años después Napoleón se anexionó los
Estados Pontificios –también para bloquear el comercio británico- y se llevó al Papa prisionero 6 años a Francia, con media hora para
preparar las maletas. Ese
mismo año de 1809 el Papa declaró
excomulgado a Napoleón, lo cual no le ayudaría nada en su trato con
italianos y, mucho menos, con españoles y portugueses.
Pese a sus años preso, Pío VII devolvió más adelante bien por mal: cuando a partir de 1815 nadie
quiso saber nada de los Bonaparte, el Papa acogió a la madre y a varios
hermanos y sobrinos de la familia.
Además, tras esos años de cautiverio, Pío VII se convirtió en un
activista contra la esclavitud y
logró que las potencias europeas declarasen abolida esta práctica en el
hemisferio norte.
Pío VII se
mantuvo firme ante Napoleón en defensa del matrimonio; Napoleón
lo deportó y mantuvo cautivo en Francia cinco años; años
después, Pío VII acogería a la familia Bonaparte caída en desgracia
DESTROZOS EN IGLESIAS,
SÓLO EN ESPAÑA
En España las tropas napoleónicas
son recordadas en muchos pueblos y ciudades por sus destrozos de iglesias y
conventos, y lo cierto es que Napoleón, desde 1809, estaba excomulgado y era presentado por todo el clero español como un esbirro del demonio. Pero en casi toda
Europa las tropas napoleónicas respetaron los espacios sagrados sin destrozos
innecesarios, excepto cuando confiscaban oro en para financiar campañas. (Otra
excepción fueron algunas conquistas italianas de finales del siglo XVIII bajo
el Directorio revolucionario).
La guerra de España fue especialmente salvaje y violenta, Napoleón consideraba
que la lucha contra las guerrillas era luchar contra “chusma”
y permitía a sus tropas todo tipo de desmanes contra la población que
colaboraba en ella. Napoleón nunca mostró interés por España ni su cultura, su
historia ni sus grandes hombres, y lo cierto es que la
inacabable guerra de España mantuvo siempre ocupados a unos 400.000 soldados que necesitaba desesperadamente
en otros lugares. España y Rusia hundieron sus esperanzas de dominio europeo.
En 1815 Napoleón emprendió su aventura “de los Cien
Días” que acabó en la batalla de Waterloo y causó en ese tiempo cien mil
muertos en su bando y otros tantos en la alianza contraria. Se entregó a los
ingleses pensando que lo tratarían mejor que los rusos, y que quizá lo
alojarían en Londres, como un ciudadano más, pero lo enviaron a la desolada y lejanísima isla de Santa Elena. Ahí acababan sus ansias de ser como César.
Napoleón hacia el exilio... hablaba de
religión con el capellán anglicano del barco
APRENDER A HACERSE
PEQUEÑO
Durante sus últimos cinco años de
cautiverio tendría que aprender a “hacerse
pequeño”. Quizá al final lo consiguió y quizá eso salvó su alma.
En el viaje a la isla habló con el capellán del barco sobre la religión
anglicana, pero parece que ésta no le atrajo. En la isla acabó sus tomos
biográficos, contando su versión de los hechos. También leía
a Voltaire, Homero y a veces la Biblia. También jugaba
con una muchachita, Betsy, la hija de 14 años del delegado de la Compañía de
las Indias Orientales. “Era una amistad
encantadora, improbable e inocente”, escribe Roberts.
Hizo testamento el 15 de abril de 1821. “Muero en la fe
romana y apostólica en cuyo seno nací, hace más de 50 años”, escribió. El mes antes había
hablado con el padre Buonavita, enviado por su tío cardenal, que transmitiría
sus mensajes a su familia exiliada en Roma. En el testamento perdonaba a varios
enemigos personales a los que consideraba traidores de Francia: “Que las posteridad en Francia les perdone como yo he
hecho”. También perdonaba a otros parientes que le
traicionaron claramente, como su hermana Carolina.
La muerte de Napoleón, por Charles Steuben - murió
el 5 de mayo de 1821, se cumplen 200 años en 2021
Recibió la extremaunción de manos del padre Angel-Paul Vignali. “El católico nominal que había declarado la guerra a un
papa y mantenido cautivo a otro fue acogido de nuevo en el seno
de la Iglesia poco antes de morir”, escribe Roberts.
Escena de la miniserie francesa Napoleón, de
2002, en la que Pío VII y el dignatario preparan la coronación y hablan del
papel de la religión... Napoleón moriría 17 años después, despojado de todo
poder, pero reconciliado con Dios
(Este artículo de ReligionEnLibertad se publicó
originariamente en diciembre de 2016; lo republicamos adaptado a los 200 años
de la muerte de Napoleón)
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