viernes, 21 de mayo de 2021

EL DIÁLOGO FAMILIAR

El verdadero diálogo presupone la atención: atención a la vida de los hijos, a sus palabras, a sus problemas.

Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer

1. Hoy en día se habla mucho de diálogo, en todos los ámbitos de la vida. Pero eso no quiere decir que se dialogue mucho. Porque hablar es fácil, enseñar es fácil. Pero dialogar es difícil.

También en la familia, el verdadero diálogo es raro. También en las familias en que aparentemente todo marcha bien, donde ninguno jamás alza la voz.

2. Lo que cuenta y es necesario es el verdadero diálogo. Una cierta tolerancia con relación a los puntos de vista de los hijos, no es diálogo. Un cierto ponerse en su lugar, como amigo comprensible, no es todavía diálogo.

El diálogo supone una profunda actitud interior, la virtud de la humildad. No creerse poseedor de toda la verdad, perfectos, inmutables. Sino conocer los propios límites, la necesidad de mejorar, de cambiar. Esta humildad es el presupuesto del diálogo.

3. Lo que pasa es que el diálogo auténtico se da entre verdaderas personas. Y pertenece a la humildad reconocer al otro, también al hijo, como persona verdadera. Más pequeña, más débil, menos preparada para vivir, pero persona. Persona original, consciente, capaz de asumir la responsabilidad de las propias decisiones.

E1 diálogo es un misterioso puente tendido entre seres libres: no necesariamente de la misma edad, con la misma preparación, no necesariamente iguales; pero sí necesariamente conscientes y libres.

El diálogo verdadero no excluye la autoridad que uno pueda tener sobre el otro. Excluye, en cambia, cualquier forma de menosprecio, de falta de estima o respeto, de paternalismo. Los padres que dialogan con sus hijos verán aumentar su autoridad. Lo mismo que Dios no ha temido perder autoridad por dialogar con el hombre; hasta se ha hecho uno de nosotros para facilitarlo.

4. Dialogar significa hablar, pero también escuchar. El diálogo entre padres e hijos es difícil, porque hay padres y algunas veces también hijos que no saben escuchar.

Por una parte, es un problema de tiempo: La madre se encuentra a veces absorta por los quehaceres del hogar, ciertamente muy importantes.

Pero no es menos importante escuchar al hijo que regresa de la escuela. Es cierto que padre tiene mucho que hacer. Pero siempre debe tener tiempo para lo más importante; y para un padre no hay nada más importante que atender, cuidar y educar al hijo.

Se podría decir que los padres están dispuestos a escuchar, pero que los hijos no están dispuestos a hablar. Pero, fundamentalmente ¿de quién es la culpa? Tal vez los hijos ensayaron y no se les prestó suficiente atención. Entonces se han encerrado en su silencio. Su sensibilidad con relación a la atención de los papás es enorme, hasta puede parecer exagerada.

Lo que el joven quiere decir, tiene para él mucha importancia. Lo ha pensado y repensado, hasta lo ha sufrido. Y si no encuentra en casa quien quiera escucharlo, buscará fuera de ella atenciones más o menos auténticas.

5. Saber escuchar, más que un problema de tiempo es un hecho de atención y de disponibilidad interior. Por eso es tan difícil. Se trata de tener en sí mismo un poco de sitio pare el otro y lo que dice. Se trata de no estar lleno de sí mismo, tener lugar para los demás. Si no sabemos escuchar al otro con amor alegre, él se da cuenta, y no habla más.

E1 verdadero diálogo presupone la atención: atención a la vida de los hijos, a sus palabras, a sus problemas. Por eso, para amar a los hijos es indispensable saberles mirar. Se trata de una mirada atenta, en la cual el alma se vacía de todo contenido propio, para recibir en si al ser que contempla, tal como es, con toda su verdad y su riqueza.

6. Queridos hermanos, pidámosle a la Sma. Virgen que nos regale a nosotros, a nuestros padres y nuestros hijos, la gracia de un diálogo familiar fecundo y permanente y que así nuestras familias puedan crecer cada vez más en amor, en entrega y en comprensión mutua.

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