Profeta, 4 de
Septiembre
Por: Maximiliano García Córdero, O. P. | Fuente: misa_tridentina01
GRAN
CAUDILLO QUE LIBERÓ A LOS ISRAELITAS DE LA ESCLAVITUD EN EGIPTO
MARTIROLOGIO ROMANO: Memoria de san Moisés, profeta, a quien Dios eligió para
liberar al pueblo oprimido en Egipto y conducirlo a la tierra de promisión.
También se le reveló en el monte Sinaí, diciéndole: «Yo soy el que soy», y le
propuso la ley para regir la vida del pueblo elegido. Murió lleno de días en el
monte Nebo, en tierra de Moab, a las puertas de la tierra de promisión.
ETIMOLOGÍA: Moisés
= salvado de las aguas. Viene de la lengua hebrea y egipcia.
BREVE
BIOGRAFÍA
Moisés juntamente con Abraham son los dos personajes centrales del
Antiguo Testamento. Es el libertador del pueblo elegido, y el mediador de la
Alianza renovada en el Sinaí, y conforme a ella es el organizador de la
teocracia hebrea. Tal fue su importancia en la historia de Israel que muchas
veces el Mesías es concebido como una reencarnación del gran "Profeta" por antonomasia del Antiguo
Testamento. Los días del Éxodo habían quedado como los tiempos heroicos de la
historia israelita y el principal protagonista de las gestas, Moisés, quedó en
la memoria de todas las generaciones como el amigo de Dios por excelencia.
Su mismo nacimiento está ya marcado con el signo de la predilección
divina. Oriundo de la tribu de Leví, fue abandonado por su madre en una
cestilla de juncos en el Nilo. La persecución de los israelitas había llegado a
su punto culminante, y las madres hebreas tenían que deshacerse de sus hijos
varones, cuya extinción estaba decretada por las autoridades egipcias. Son los
tiempos de reacción contra los semitas. Habían pasado los años de la dominación
de los Hiksos, de origen asiático, que protegían a los extranjeros oriundos de
Canaán y Fenicia, porque les ayudaban a mantener sujetos a los egipcios. José,
el cananeo descendiente de Jacob, había logrado escalar al amparo de esta situación
de privilegio para los semitas, las más altas dignidades del Estado egipcio. A
su sombra los hebreos habían prosperado desmesuradamente en la parte oriental
del Delta, de tal forma que llegaron a crear un problema a los mismos nativos
súbditos del faraón. Al subir otra dinastía, de procedencia netamente egipcia,
se generalizó una política de persecución contra los extranjeros semitas, que
habían colaborado con los odiados Hiksos. Víctimas de esta política sectaria
fueron entre otros los hebreos, que pacíficamente se dedicaban a la cría de
rebaños en Gesen. La opresión sobrepasaba toda medida, y Dios iba a intervenir
milagrosamente para salvar a su pueblo vinculado a la promesa de bendición
hecha al gran antepasado Abraham. Para ello había de preparar al instrumento de
su especial providencia. La Biblia recalca estas intervenciones milagrosas de
Dios en la vida de Moisés. El niño fue recogido por una princesa egipcia, que
se lo llevó a la corte del faraón como hijo adoptivo, dándole el nombre de "Mossu" o Moisés, que en egipcio parece
significar simplemente niño. Allí creció formado conforme a la exquisita
educación cortesana. El alma egipcia se distingue por su delicadeza y bondad.
Conocemos muchas composiciones literarias llenas de belleza estilística y de
grandes pensamientos. Quizá el niño hebreo tuvo entre sus manos las
maravillosas "Enseñanzas de Amenhemec", que
dejarán huella en la literatura sapiencial hebraica.
La vida de Moisés en la corte era muelle y distraída entre cantos de
harpistas y recitaciones de versos por los escribas. Pero en sus oídos
resonaban los gritos de dolor de sus compatriotas que estaban empleados en
trabajos forzados en la construcción de una ciudad residencial que llevará el
nombre de su fundador Ramsés II. Los capataces egipcios imponían horas
agotadoras de trabajo y manejaban el bastón con demasiada frecuencia. Por otra
parte los nativos despreciaban a sus compatriotas y les hacían la vida
imposible. Un día el joven cortesano Moisés vio que un egipcio estaba
abofeteando a un compatriota. La sangre le hirvió en las venas, y en un momento
de furor mató al egipcio agresor. Para evitar consecuencias enterró su cadáver
en la arena. Pero el hecho trascendió, pues su compatriota, al que había
ayudado, le delató ante la opinión pública. El asunto era muy grave, y Moisés
tuvo que abandonar la corte para no caer en manos de la policía egipcia. La
península del Sinaí con sus estepas era el mejor lugar para huir a las
pesquisas de los egipcios. Saliendo de la zona oriental del Delta, donde estaba
la corte del faraón, le bastaban unas horas de camino para encontrarse ya en
terreno de nadie.
El joven hebreo debió adaptarse a la nueva vida, muy distinta de la
complicada de la corte faraónica. Durante años su género de vida será la del
beduino que conduce sus rebaños de un lugar a otro en busca de pastos. Pronto
entró en relaciones con un jeque-beduino, que como Melquisedec era también
sacerdote de su tribu. De su experiencia se aprovechará más tarde para
organizar la vida civil de los israelitas. El momento culminante de la vida
trashumante de Moisés por las estepas sinaíticas es aquel en que el Dios de
Israel se le apareció en una zarza ardiendo, con la declaración solemne: "Yo, soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Desde ese momento Moisés tendrá
que hacerse cargo de una ardua misión, la de salvar a sus compatriotas de la
opresión egipcia. Sin duda que Moisés había oído entre los suyos de las
bendiciones especiales que su Dios había prometido a sus antepasados, los
gloriosos patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Ahora Dios se declaró solemnemente
vinculado a sus legendarios padres. Pero el nombre de "Dios
(Elohim) de Abraham..." le parece demasiado genérico para en nombre
suyo presentarse como el liberador de sus compatriotas, y así preguntó a Dios
por su nombre específico, que autenticara su misión. En su estancia entre los
egipcios había oído hablar de los diversos nombres de sus dioses, y por eso
ahora quiere que su "Dios" le
revele el nombre concreto que defina su personalidad. La respuesta por parte de
Dios no pudo ser más evasiva: a la pregunta inquisidora llena de vana
curiosidad "¿Tú quién eres?" respondió:
"¡Yo soy el que soy!". Dios quiso
rodear de misterio su nombre para que no se le materializara concibiéndole de
un modo sensible conforme a cualquier noción basada en la imaginación, En
adelante "El que es" ("Yahvé") será
la mejor definición de la trascendencia divina. En el Decálogo se prohibirá
representar sensiblemente al Dios de los israelitas, que se ha querido definir
misteriosamente como: "El que es".
Ahora empieza una nueva etapa de la vida de Moisés. Por orden de su Dios
debe volver a Egipto para convencer al faraón de la necesidad de que el pueblo
israelita salga hacia el desierto. En los planes de Dios Israel debe aislarse
de los otros pueblos hasta adquirir una nueva conciencia religiosa y nacional. En
los años de estancia en el país del Nilo se había contaminado con los cultos
idolátricos y era preciso despertar en él la añoranza de sus antiguas
tradiciones patriarcales en tierra de Canaán, que les iba a ser entregada como
heredad. Para ello nada mejor que llevarle a las estepas del Sinaí para hacerle
olvidar las idolatrías de Egipto e ilusionarle con la "tierra
que mana leche y miel de Canaán. El cometido de Moisés es difícil. El
faraón se resistía a desprenderse de aquellos semitas que necesitaba para sus
obras de construcción. Por fin, después de los milagros de las plagas permitió
que los israelitas se fueran al desierto. Moisés decidió la marcha y en el mes
de Abib (Nisán) sus compatriotas celebraron la fiesta agrícola de la Pascua,
que este año tenía carácter de despedida, y había de quedar como recuerdo de la
liberación de la opresión egipcia. Los israelitas salieron furtivamente con los
despojos de los egipcios camino del desierto.
El éxodo no quedó desapercibido. El faraón revocó su permiso y envió un
destacamento armado para obligarles a volver. La suerte estaba echada, y Moisés
no permitió a los suyos el retorno, y así les animó a correr hacia la estepa,
pero llegó un momento en que no pudieron avanzar. Ante ellos se extendía una
laguna de agua que les cerraba el paso. De nuevo la intervención taumatúrgica
de Moisés salvó la situación. Yahvé envió un viento huracanado, y el agua se
retiró de forma que los hebreos pudieron pasar a pie enjuto, Detrás el ejército
del faraón entró en su persecución sin apercibirse de la anomalía de la
retirada del agua, creyendo fuera la retirada normal de la marea; pero, cuando
los israelitas habían pasado, el agua volvió de nuevo y anegó a los soldados y
carros del faraón. Es el gran portento del paso del mar Rojo, que será el
símbolo de la protección de Yahvé a su pueblo. Durante generaciones los
israelitas contarán el gran milagro, que había tenido lugar allá en tiempos de
los faraones de la XIX dinastía (s. XIII a. de J. C.).
Pasado el mar Rojo los hebreos se adentraron en la península sinaítica,
hasta llegar a una gran montaña, que también iba a tener eco en la tradición
israelita. La nueva legislación que iba a enmarcar la teocracia hebrea surgiría
en la cima de ese monte donde Yahvé se manifestó a Moisés como "un amigo a otro amigo". Allí se
establecieron, en efecto, las bases de la nueva teocracia: de un lado Israel
debía reconocer a Yahvé como Dios único, comprometiéndose a guardar sus
preceptos, y de otro Yahvé prometía protegerle como pueblo a través de la historia.
Sin embargo, este pacto fue roto muchas veces ya en los días de la
peregrinación en el desierto. El pueblo hebreo siguió con su propensión a la
idolatría, levantando al pie del Sinaí un becerro de oro para adorarle. En la
marcha a través del desierto Israel se mostró como pueblo de dura cerviz. Se
multiplicaban los milagros (el maná, las codornices, el agua de la roca), pero
a la primera contrariedad los hebreos querían abandonar a su Dios y volverse a
Egipto. Es el caudillo Moisés el que tuvo que hacer frente a esta obstinación
materialista. Durante una generación su vida estuvo consagrada a modelar el
alma nacional y religiosa de un pueblo rudo y recalcitrante, y cuando se
hallaba ya para entrar en la tierra de promisión murió, haciendo sus últimas
recomendaciones de fidelidad a Yahvé. Por una falta misteriosa que la Biblia no
especifica, el gran libertador de los israelitas fue privado de entrar en
Canaán, término de la larga peregrinación por el desierto.
Su recuerdo permaneció vivo en el pueblo de Israel. "No hubo nunca más en Israel un profeta como Moisés,
a quien Yahvé conoció cara a cara". Es la síntesis que de él hace
el autor del Deuteronomio. Su obra, la "Ley"
constituyó la base de la vida religiosa y política del pueblo elegido
hasta los tiempos del Mesías. Jesucristo dirá que no vino a abolirla, sino a
perfeccionarla en su pleno sentido espiritualista y ético. Es la mejor
consagración de una obra legislativa que giraba en torno al destino excepcional
de un pueblo del que había de salir el Salvador del mundo. En la visión del
Tabor, Moisés —símbolo de la Ley del Antiguo Testamento—, y Elías —símbolo del
profetismo— hacen la escolta de honor al Dios-Mesías. Por eso la Iglesia
cristiana, que se considera la heredera del "Israel
de las promesas", ha sentido siempre una gran veneración por el
gran Legislador y Profeta del Antiguo Testamento.
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