lunes, 23 de septiembre de 2019

ATRAPADOS EN LOS 70


William Ralph Inge, un sacerdote anglicano y escritor prolífico, dejó una frase que ha sido utilizada por muchos otros autores: «quien se casa con el espíritu de esta época, se verá viudo en la siguiente». Este vicio de tomar como permanentes cosas que se deben a circunstancias cambiantes siempre ha estado presente, pero resulta especialmente absurdo en la actualidad, cuando los cambios sociales y culturales suceden a la velocidad del rayo, por más que muchos de ellos sigan un camino fácil de ver a posteriori. Creo que hoy en día debería resultar evidente que en la Iglesia hemos caído de lleno en este error, a pesar de que cueste tanto reconocerlo.
Digo que los católicos vivimos atrapados en los 70, no porque los actuales católicos hayamos elegido unirnos a ese momento de la historia, ni a su espíritu. Sino porque nos mantienen cautivos de los criterios y principios de un momento que muchos de nosotros ni siquiera hemos vivido.
En la Iglesia actual casi todo viene de los 70, especialmente la liturgia. No hace falta más que ver los horrorosos ornamentos que inundan las parroquias, la espeluznante música que nos vemos obligados a escuchar en las ceremonias, o la típica alergia al latín que creció en esa época como una verdadera epidemia en los seminarios. Digo los 70 apuntando a bulto, no refiriéndome a una década en sentido estricto, sino a lo que explotó en aquellos años de forma universal, aunque ha quedado preservado en la Iglesia como en una especie de vitrina de museo.
La mayoría de los que hemos nacido después de esa época no nos identificamos con ella, con sus formas estéticas o con sus neuras. Vemos con extrañeza como algunos carcamales (algunos más jóvenes que nosotros) nos insisten en que para «atraer a los jóvenes» tenemos que adoptar fanáticamente ese estilo setentero que nos evoca pantalones de campana y gafas de pasta. ¿Es que no se han dado cuenta de que ya han pasado varias generaciones desde entonces?
Llegas a una parroquia, con gente buena, piadosa, sugieres reintroducir el latín en la liturgia (algo exigido por el Concilio Vaticano II), o cuidar el estilo de la música litúrgica, y lo normal es encontrarse con ceños fruncidos y malos humos. Y una excusa: «es que así no se atrae a los jóvenes». ¿Jóvenes? ¿Es que no se han fijado en las edades de las personas que acuden a las parroquias los domingos?
¿EN SERIO PUEDEN DECIR (SIN REÍRSE O SONROJARSE) QUE PERSEVERANDO EN LA IMITACIÓN DE LOS ESTILOS SETENTEROS HEMOS MANTENIDO A LOS JÓVENES EN LA IGLESIA?
Pero, ¿de qué jóvenes estamos hablando? Claro, estamos hablando de los jóvenes que lo fueron durante los setenta. Es decir, de los que tienen entre 55 y 70 años, el grueso de los fieles habituales de una parroquia cualquiera. Cuando nuestra buena gente nos impide restaurar los usos y el estilo que la Iglesia ha tenido siempre, en realidad lo que nos están pidiendo es que rindamos pleitesía a sus propios gustos.
Algunos podrán objetar, casi lo estoy escuchando, que hay muchas parroquias de ciudad repletas de familias jóvenes, a pesar de que se usan con alborozo los modos setenteros que estoy deplorando aquí. La respuesta es fácil: que miren al seminario de su diócesis, porque de esa exuberancia de vida cristiana debería salir abundancia de vocaciones consagradas. Y, bueno, las estadísticas están ahí.
Y el gran problema es que estos cristianos bienintencionados fueron los que dócilmente siguieron las enseñanzas de sus pastores, que se mostraron fascinados por el espíritu de la época, y plantearon esa lectura de la historia propia de los peores momentos del pensamiento humano, aquella en la que se oscurece todo lo anterior para enfatizar, en un afán puramente narcisista, las supuestas virtudes propias. Pero, además, resulta que esas edades son precisamente las edades que tienen la mayoría de nuestros obispos. Y que la gran mayoría de ellos comparten los prejuicios anacrónicos de nuestros fieles. Así que lo llevamos claro.
Entre los sacerdotes, muchos (creo que podríamos decir la mayoría) asumen de lleno el modelo setentero, por convicción o por mero acomodo. Entre estos los hay de liturgia novus ordo más o menos según las rúbricas, o los que convierten la celebración de la Santa Misa en un evento social o sesión de entretenimiento infantil. Muchos se deleitan con las canciones (voy a escribir una herejía antisetentera) del insufrible Gabarain o, peor aún, las liberacionistas de Olivar y Manzano. En las homilías hay que hablar de refugiados, pobres y ricos (según pueda convenir al auditorio), violencia contra la mujer, de lo malos que somos los católicos y poco más. Hay, ente estos, muchos sacerdotes muy correctos, que predican la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia, que tratan de tener una liturgia lo más digna que permitan las circunstancias; pero se ven incapaces de luchar contra los gustos despóticos de la feligresía.
Otros van más allá, y siguiendo la misma lógica tratan de asumir las formas y modos contemporáneos. Teniendo en cuenta que el estilo musical más apreciado por nuestros adolescentes es el reguetón y el trap, se pueden imaginar cómo puede acabar el intento. Ojo, una cosa es que estos modos se puedan utilizar como vehículo para la evangelización (aunque yo veo muy difícil que los productos de la «cultura» contemporánea puedan ser instrumentos del Evangelio), pero otra cosa muy distinta es que estos modos puedan inundar la vida de la Iglesia, especialmente la Liturgia. En estos casos muchas veces la predicación se centra en los sentimientos, los problemas personales, etc. No voy a perder tiempo en esto. Si quieren ver cómo luce algo así estéticamente, vuelvan a ver aquel vídeo de presentación en la tele de los obispos del himno para los jóvenes españoles en la JMJ de Polonia.
Y luego están los que, cada vez más, se atreven a huir de esta trampa y regresar a lo que la Iglesia ha mandado siempre, y a lo que la historia ha probado como bueno y de calidad, digno para el culto y expresión de la fe transmitida por los Apóstoles. Esto supone la profundización en la Liturgia de siempre, vivida en la forma Tradicional o en la actual, vivida en continuidad con la anterior. La restitución, dentro de lo posible, del tesoro de la música sacra, el Gregoriano - el «propio de la liturgia romana» - y la polifonía clásica. La predicación de los misterios de la fe, de la moral cristiana enseñada por la Iglesia siempre, de los aspectos sociales a la luz del Evangelio y el Magisterio de la Iglesia…
¿Cuál de estas opciones creen que se encuentra con más oposición, quejas y críticas por parte de fieles y autoridades eclesiásticas?
Francisco José Delgado

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