537. ––Se ha establecido
que los ángeles, por voluntad divina, intervienen en la vida de los hombres ¿Puede
afirmarse también que actúan sobre los seres inferiores a los hombres?
––Para conocer la respuesta a
esta cuestión, que en la Suma contra los
gentiles no trata directamente,
debe tenerse en cuenta que Santo Tomás sostiene que: «Dios rige los cuerpos inferiores mediante los cuerpos
celestes».
Se explica, porque: «Así como en las substancias intelectuales hay unas
superiores a otras, así también las hay en las substancias corporales. Mas las
substancias intelectuales son regidas por las superiores, a fin de que la
disposición de la divina providencia descienda gradualmente hasta lo más bajo,
según se dijo (III, c. 78 y s.). Luego, por idéntica razón, los cuerpos
inferiores son regidos por los superiores».
Da varios argumentos para
probar esto último. Uno de ellos, basado en la Física de Aristóteles, es el
siguiente: «Es necesario que el primer principio del movimiento sea algo
inmóvil. Según esto, las cosas más cercanas a la inmovilidad deben ser motoras
de las otras. Es así que los cuerpos celestes están más próximos a la
inmovilidad del primer principio que los cuerpos inferiores, porque sólo se
mueven con una especie de movimiento, el local, mientras que los otros cuerpos
muévense con toda clase de movimientos. Luego, los cuerpos celestes son motores
y rectores de los inferiores»[1].
No obstante, en este mismo lugar, recuerda que, como ha dicho al tratar
del gobierno divino: «todo está regido por las
substancias intelectuales»[2].
En la Suma teológica, desarrolla
esta tesis al responder a esta objeción: «En la
escala de los entes, los inferiores son gobernados por los superiores. Más,
entre los cuerpos, unos se dicen superiores y otros inferiores. Luego los
inferiores son regidos por los superiores, y así no es necesario que lo sean
por los ángeles»[3].
Responde Santo Tomás: «Esta razón se funda en la opinión de Aristóteles, según
la cual los cuerpos celestes son movidos por las substancias espirituales, cuyo
número intentó determinar por el número de movimientos que observó en dichos
cuerpos. No puso, sin embargo, ningunas substancias espirituales que ejerciesen
dominio inmediato sobre los cuerpos inferiores, si no es tal vez las almas
humanas. Aristóteles pudo pensar de este modo porque no supuso en los cuerpos
inferiores más operaciones que las naturales para las cuales les bastaba con el
movimiento recibido de los cuerpos celestes».
Santo Tomás corrige a
Aristóteles, porque precisa seguidamente: «como
nosotros sabemos que se realizan en los cuerpos inferiores otras muchas
operaciones, además de aquellas que les son naturales, para las cuales no es
suficiente con el pode de los cuerpos celestes, por eso, según nosotros, es
necesario admitir que los ángeles buenos ejercen inmediato dominio, no sólo
sobre los cuerpos celestes, más también sobre los cuerpos inferiores»[4].
538. ––¿Los ángeles, por
consiguiente, gobiernan siempre todas las cosas?
––La acción de los ángeles en
el mundo no es patente al conocimiento humano. No sólo no es perceptible, sino
que tampoco se infiere de la naturaleza de los distintos entes. Además, para
comprender la acción de los cuerpos materiales bastan las leyes de la
naturaleza y en último término la moción divina. Con ellas se explican
suficientemente sus acciones y parece que sea necesario acudir a un
influjo angélico.
Ciertamente los ángeles tienen
un dominio sobre los cuerpos naturales, como prueba Santo Tomás en la Suma contra los gentiles y también en este pasaje de la Suma teológica, en el que se dice: «Como los ángeles inferiores, que tienen formas menos
universales, son regidos por los superiores, así todas las cosas corporales son
regidas por los ángeles. Y esto no sólo es doctrina de los santos doctores,
sino también de todos aquellos filósofos que admitieron substancias
incorpóreas»[5].
Sin embargo, la acción de los
ángeles sobre los cuerpos es limitada, porque os ángeles buenos o malos no sólo
no tienen poder creador, que es exclusivo de Dios, sino tampoco el poder de
transformar substancialmente las cosas. Queda probado, porque: «es evidente que lo hecho se asemeja al que lo hace,
porque todo agente hace algo semejante a sí. Y, así, lo que hace las cosas
naturales ha de ser semejante al compuesto producido, bien sea porque es
específicamente el mismo compuesto, como el producir el fuego, fuego; o
porque todo el compuesto, en cuanto a su materia y forma, está contenido dentro
de la virtud del que lo hace, lo cual no puede afirmarse más que de Dios. Así,
pues, todo acto de recibir la materia nuevas formas, viene, o directamente de
Dios, o de algún agente corpóreo, pero no directamente del ángel»[6].
Sin embargo, los ángeles con
una sabia utilización de las causas naturales, desconocida por los hombres,
pueden hacer que sus efectos naturales se produzcan de un modo distinto al
habitual, por ejemplo, con mayor eficacia o con menos tiempo. De manera que: «Las potestades espirituales pueden hacer aquellas cosas
que se hacen visiblemente en este mundo, utilizando por movimiento local los
gérmenes de los cuerpos»[7].
Más adelante, al tratar la
cuestión de las tentaciones de los demonios, lo explica con más detalle.
Después de recordar que ya se ha dicho que: «la
materia corporal no obedece a la voluntad de los ángeles, ni buenos ni malos,
para que los demonios por propio poder puedan hacerla pasar de una forma a
otra», advierte que, sin embargo: «pueden
utilizar ciertos gérmenes que se encuentran en los elementos materiales, como
dice San Agustín para producir tales efectos (Sobre la Trinidad, III, 8,
13). Por esto, puede decirse que todos los cambios de las cosas corporales, que
pueden hacerse por poderes naturales, entre los cuales están los gérmenes
mencionados, pueden hacerse por la operación de los demonios utilizando tales
gérmenes (…) Pero los cambios de las cosas materiales que no pueden realizarse
por el poder de la naturaleza, de ningún modo pueden hacerse en realidad por la
acción de los demonios, como que el cuerpo humano se convierta en cuerpo de
bestia o que un cuerpo muerto resucite. Y si alguna vez parece hacerse
esto por virtud de los demonios no es así en realidad, sino sólo en
apariencia».
539 –– ¿Cómo causan
los ángeles buenos o malos las apariencias de algo que no es real?
––Las apariencias provocadas por un ángel pueden ser debidas a dos causas
distintas. La primera: «puede tener su origen
dentro del hombre, en cuanto que el demonio es capaz de alterar la imaginación
humana, e incluso los sentidos hasta tal punto que les haga percibir algo como
real, sin ser tal (…) lo cual dicese que puede incluso acontecer algunas veces
por el poder de ciertas cosas naturales», como son los trastornos
mentales o ciertas substancias.
La segunda causa de la
apariencia es externa, porque también: «puede tener
un origen exterior al hombre. Pues, pudiendo el demonio formar con el aire un
cuerpo de cualquier forma y figura para aparecer visiblemente revistiéndose él
mismo de él, puede del mismo modo revestir a cualquier objeto corpóreo con
cualquier forma corpórea, de tal modo que se vea dicho cuerpo bajo tal
forma».
Advierte seguidamente que
también: «Este es el sentir de San Agustín cuando
dice que “lo fantaseado por el hombre, sea pensando o soñando, que varía tanto
como los innumerables géneros de seres, se presenta a los sentidos ajenos como
revestido de cuerpo bajo la forma de algún animal” (La ciudad de Dios,
XVIII, 18, 2). Lo cual no ha de entenderse como si el poder de la fantasía del
hombre o su misma representación individual revestida de cuerpo se manifestase
a los sentidos de otro; sino en cuanto que el demonio que puede formar una
representación en la fantasía de un hombre, puede también presentar a los
sentidos de otro hombre una imagen semejante de esta representación»[8].
El ángel no puede
reemplazar las causa naturales con otras que haya creado, que es un poder que
posee únicamente Dios. Podría compararse su influjo, que no se debe a que por
su voluntad se transformen unos seres materiales en otros, sino a la
utilización inteligente de las causas naturales, con el trabajo de los
cocineros. Los alimentos «no obedecen a la voluntad
de los cocineros por el hecho de que, según ciertas reglas del arte culinario,
consigan por medio del fuego cierto modo de cocción que no produciría el fuego
por sí solo»[9].
540. ––Parece ser que los
ángeles pueden mover localmente a las cosas y a los hombres. En la Escritura se
encuentran muchos casos, por ejemplo, el del diácono Felipe, quien después de
bautizar a un funcionario de Etiopía, para confirmar la fe del convertido, fue
arrebatado por un ángel y se encontró instantáneamente a unos cuarenta
kilómetros del lugar[10].
¿Cómo explica el Aquinate estas acciones de los ángeles?
––Lo explica Santo Tomás, por
una parte, desde la posibilidad, que los ángeles tienen de mover
localmente todas las cosas, porque: «tienen
un poder menos restringido que el de las almas. Vemos, en efecto, que el poder
motriz del alma se concreta al cuerpo a ella unido, al cual vivifica y mediante
el cual puede mover otros cuerpos. En cambio, la virtud del ángel no está
circunscrita a cuerpo alguno, pudiendo, por tanto, mover localmente cuerpos a
los que no está unida»[11].
Por otra parte, por la
capacidad de las mismas cosas de recibir el cambio de lugar, porque en ellas: «se dan en los cuerpos más movimientos locales que los
que proceden de sus formas; como el flujo y reflujo del mar, que no proceden de
la forma substancial del agua, sino del influjo de la luna. Con mayor razón
pueden proceder tales movimientos del influjo de substancias espirituales[12].
Como consecuencia: «Los ángeles, causando antes el movimiento local, pueden
causar mediante él otros movimientos, sirviéndose para ello de agentes
corpóreos, mediante los cuales producen tales efectos, como se sirve el herrero
del fuego para ablandar el hierro»[13].
541. ––¿En la limitación del
dominio de los ángeles sobre los cuerpos están excluidos los milagros?
––Ni los ángeles buenos ni los
malos pueden hacer milagros por ellos mismos, Sólo pueden realizar milagros, al
igual que los hombres, como meros instrumentos de Dios. Se comprende, porque: «milagro es, propiamente, un hecho realizado fuera del
orden de la naturaleza. Pero no basta para esto que se haga algo fuera del
orden de una naturaleza particular; porque entonces, al lanzar una piedra hacia
arriba, se haría un milagro, puesto que esto es fuera del orden de la
naturaleza de la piedra. Se entiende por milagro aquello que se efectúa fuera
del orden de toda la naturaleza creada».
Es innegable que: «esto no puede hacerlo más que Dios; porque cualquier
cosa que haga el ángel, o cualquier otra criatura, con su propio poder, cae
dentro del orden de la naturaleza creada, y, por tanto, no es milagro. Es,
pues, evidente que sólo Dios puede hacer milagros»[14].
De manera que si: «se dice que algunos ángeles pueden hacer milagros, o
porque los hace Dios por su intercesión, como se dice también que los hacen los
santos, o porque desempeñan algún ministerio al hacerse los milagros, por ejemplo,
reuniendo las cenizas en la resurrección común o haciendo algo parecido»[15].
Nunca los hacen por su poder, porque: «aunque los
ángeles pueden hacer algo fuera del orden de la naturaleza corpórea, nada
pueden hacer, sin embargo, fuera del orden de toda la naturaleza creada; lo
cual se requiere para el concepto de milagro»[16].
Santo Tomás deja muy claro
que: «tomado el milagro en sentido estricto, no
pueden hacerlos los demonios ni criatura alguna, sino sólo Dios; porque milagro
propiamente es lo que se hace excediendo el orden de toda la naturaleza creada;
y todo poder creado está contenido bajo este orden».
Sin embargo, otras
veces: «se entiende también por milagro, en sentido lato, aquello que sobrepasa
el poder y la admiración de los hombres. Y en tal sentido pueden los demonios
hacer milagros, es decir, cosas que admiran los hombres porque exceden su
propio poder y conocimiento; pues incluso un hombre, al hacer algo que
sobrepasa el poder y conocimientos de otros, le causa admiración, hasta el
punto de hacerle creer que lo hace milagrosamente».
No obstante, advierte Santo
Tomás, que sorprenden, porque: «aunque tales obras
de los demonios, que a nosotros nos parecen milagros, no llegan a la categoría
de verdaderos milagros, son, no obstante, algunas veces cosas verdaderas y
reales. Así, por ejemplo, los magos de Faraón hicieron por virtud de los
demonios verdaderas serpientes y ranas (Cf. Ex 7, 11; 8, 7); “y cuando cayó
fuego del cielo y en un abrir y cerrar de ojos consumió la familia y los
ganados de Job, y la tempestad destruyó su casa y mató a sus hijos. Cosas que
fueron hechos de Satanás –como dice San Agustín–, no fueron meras
alucinaciones” (San Agustín, La ciudad de Dios, XX, c. 19)»[17].
542. ––Sostiene San Pablo que:
«nosotros no tenemos que luchar contra la carne y la sangre, sino contra los
principados y potestades, contra los adalides de estas tinieblas del mundo de
este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos esparcidos en
los aires»[18].
¿Por qué Dios permite este ataque de los ángeles malos a los hombres?
––Los demonios actúan en la
vida de los hombres y la razón que da Santo Tomás es la siguiente: «en el plan de la Providencia divina entra el procurar el
bien de los seres. Dios procura el bien de los seres superiores por medio de
los inferiores. Dios procura el bien del hombre de dos maneras. Una, directamente,
esto es siempre que alguien es atraído al bien o alejado del mal. Esto es hecho
dignamente por los ángeles buenos», y, de una manera especial por los
ángeles custodios.
La otra manera que Dios hace
el bien al hombre lo es, en cambio: «indirectamente,
o sea, cuando alguno que es atacado se esfuerza en rechazar al adversario. Esta
manera de procurar el bien del hombre fue conveniente que se llevara a cabo por
medio de los ángeles malos, a fin de que, después de su pecado, no quedasen
totalmente excluidos de colaborar en el orden del universo». De ello, se
infiere que: «los demonios deben tener dos lugares
de tormento: Uno por razón de su culpa: el infierno; otro por razón de las
pruebas a las que someten a los hombres: la atmósfera tenebrosa».
Sobre esta situación precisa
Santo Tomás que: «la obra de procurar la salvación
de los hombres durará hasta el día del juicio. Por lo tanto, hasta entonces
deberá durar el ministerio de los ángeles y la función de los demonios». La
acción realizada por los ángeles buenos es encargada por Dios, en cambio la de
los ángeles es exclusivamente propia, aunque permitida por Dios.
Concluye que, por ello: «hasta entonces nos serán enviados los ángeles buenos. Y
hasta entonces estarán también los demonios en nuestro aire tenebroso para
someternos a prueba; si bien algunos están ya en el infierno para atormentar a
los que arrastraron al mal, como también hay ángeles que están en el cielo en
compañía de las almas santas. Pero, a partir del día del juicio, todos los
malos, hombres o ángeles, estarán en el infierno; y todos los buenos, en el
cielo»[19].
También al comentar este
versículo de San Pablo, nota Santo Tomás que los demonios: «son poderosos y grandes, y por eso tienen un gran
ejército, contra el que tenemos que pelear». Además, se pregunta sobre
este ejército de ángeles malos, que: «habiendo
caído entreverados algunos de todos los órdenes angélicos, ¿por qué hace
mención el Apóstol de estos órdenes, llamándolos demonios? Respondo: tres cosas
hay que considerar en los nombres de los órdenes angélicos; porque en unos se
atiende más al orden, en otros al poder, en otros al ministerio divino: así,
por ejemplo en los nombres de Querubines, Serafines y Tonos, lo que hace al
caso es su conversión a Dios; más siendo los demonios enemigo de Dios, no les
cuadran estos nombre».
Al igual que los nombres de
los coros de la jerarquía suprema, lo mismo puede decirse de dos de la
jerarquía media, porque: «las Virtudes y
Dominaciones dicen orden al servicio de Dios, y, por consiguiente, tampoco
estos nombres son apropiados a los demonios». Con relación a la jerarquía
ínfima, tampoco: «los nombres como Ángeles y
Arcángeles, dicen orden a un ministerio divino, y tampoco estos nombres les
cuadran a los demonios, a no ser con el aditamento de “Satanás”». Sólo
quedan dos, «que son comunes a buenos y malos,
Principados y Potestades», el orden primero de la tercera jerarquía, y
el tercero de la segunda jerarquía. La razón es porque los demonios: «son poderosos y grandes, y por eso tienen un gran
ejército, contra el que tenemos que pelear»[20].
543. ––¿Cómo es el ataque de
demonios a los hombres?
––Explica Santo Tomás que: «en los combates de los
demonios se deben considerar dos cosas, a saber: el combate mismo y su
ordenación». En cuanto a lo primero, aclara que: «el combate procede ciertamente de la malicia del demonio, que por
envidia trata de impedir el provecho de los hombres y por soberbia usurpa una
semejanza del poder divino, sirviéndose de ministros determinados para combatir
a los hombres, como los ángeles buenos están al servicio de Dios en
determinados oficios para la salvación de los hombres».
Respecto a lo segundo, expone lo siguiente: «el
orden del mismo combate viene de Dios, que sabe usar ordenadamente de los males
encaminándolos al bien. En cambio, por lo que se refiere a los ángeles buenos,
tanto la guarda como el orden de la misma se han de atribuir a Dios como primer
autor»[21].
El combate de los demonios a
los hombres es de dos maneras. «La una,
instigándolos a pecar; y cuando tientan de este modo no son enviados por Dios
para combatir, si bien alguna vez se les permite por justos juicios de Dios».
Para la exposición de la
segunda, recuerda Santo Tomás lo ocurrido al final de la vida de Achab, rey de
Israel, porque su muerte ignominiosa fue debida a las mentiras de los falsos
profetas, movidos por un ángel maligno. La explicación es la siguiente: «La otra manera de combatir a los hombres es
castigándolos, y para esto si son enviados por Dios, como fue enviado el
espíritu falaz a castigar a Achab, rey de Israel, según se dice en la Sagrada Escritura
(1 Re 22, 20 ss.); porque el castigo puede venir de Dios como de primer autor.
No obstante, los demonios enviados para castigar castigan con intención
distinta de aquella con que son enviados; porque ellos castigan por odio o
envidia, mas Dios los envía en un plan de justicia»[22].
Sin embargo, nota finalmente
Santo Tomás que: «Para que no haya desigualdad en
la lucha, el hombre es confortado principalmente con el auxilio de la gracia de
Dios y secundariamente con la guarda de los ángeles; viene a este propósito lo
que decía Eliseo a su ministro: “No temas, porque más son los que están
con nosotros que los que están con ellos” (2 Re 6, 16)»[23].
544. ––¿En qué consiste la
tentación diabólica?
––En el lenguaje corriente «tentar» tiene
tres sentidos, dos de ellos relacionados, El primero es el de ser apetecido o
deseado. Así, por ejemplo, se dice: «Esa comida me
tienta». El segundo es el de inducir a hacer algo, que no es
conveniente, pero que se muestra de manera que sea apetecible. Por ejemplo, «tentar a beber». El tercero, sin conexión directa
con los anteriores, es el de «palpar», tocar
algo para advertir su presencia o lo que es. En este tercer sentido, se utiliza
especialmente el término cuando se refiere a algo, que no se puede ver,
Para explicar lo que es la tentación en general Santo Tomás le da un sentido
parecido a este último. «Tentar» sería «propiamente hacer examen de alguno a quien se le pone a
prueba para descubrir algo acerca de él. El fin próximo, pues, del que tienta
es saber». De este sentido se derivan otros dos específicos, porque: «a veces, se busca, además del saber, algún otro fin,
bueno o malo». Tentar, por un fin bueno, se da «al
intentar saber cómo es uno respecto de la ciencia o de la virtud con la
intención de estimularle al bien». Hacerlo por un fin malo es, en
cambio: «si se quiere saber esto mismo para
engañarle o inducirle al mal».
El hombre puede tentar con un fin malo, cuando intenta poner a prueba algún
atributo de Dios para confirmar su existencia o por dudar de él. Por ello «se dice del hombre que unas veces tienta con el único
fin de saber, y por eso se dice que tentar a Dios es pecado, porque el hombre
presume al hacerlo; como dudando, explorar el poder de Dios». Lo hace
asimismo con un fin malo, cuando instiga a otro hombre «para
dañar». Por el contrario, el fin es bueno, si «el
hombre tienta para ayudar» a otro.
Por tanto, el hombre puede tentar, en este sentido, con fines buenos y malos.
En cambio: «el diablo tienta siempre para dañar,
precipitando al pecado»[24].
San Pablo define, por ello, al diablo como «el
tentador»[25].
Santo Tomás indica que: «el oficio del diablo es
tentar»[26].
También que: «Este es el sentido en el que se dice
que el tentar es oficio propio de los demonios, porque, aunque también el
hombre alguna vez tienta de este modo, lo hace como ministro del demonio»,
al que imita.
Por el contrario: «se dice que Dios tienta para
saber, pero del modo en que se dice que viene El a saber lo que hace que otros
conozcan. Así se dice en: “El Señor Dios vuestro os tienta a fin de que se haga
manifiesto si le amáis” (Dt 13, 3s)”». Dios conoce las disposiciones del
hombre, porque es omnisciente, si hace que se manifiesten es para que el mismo
hombre las conozca.
Por último, indica que en este sentido que le ha dado a la tentación: «la carne y el mundo se dice que tientan como
instrumentos materialmente, es decir, en cuanto puede conocerse cuál sea el
hombre por el hecho de seguir o de resistir a las concupiscencias de la carne o
por despreciar las cosas prósperas y adversas del mundo, de las cuales se sirve
también el demonio para tentar»[27].
Complementa esta doctrina
sobre la tentación diabólica, el comentario de Santo Tomás a las palabras
de San Pablo: «Fiel es Dios que no permitirá que
seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará
sacar provecho para que podáis sosteneros»[28].
Escribe que el Apóstol con la expresión «fiel es
Dios»: «quiere decir que Dios está preparado para acudir al tentado; donde a
Dios lo hace valer como ayudador, por darnos el poder de resistir». Es
patente que: «Dios, por darnos poder para no ser
vencidos, gracia para merecer, y constancia para vencer, con toda verdad es
fiel»[29].
545. ––El ángel malo es el
que instiga al hombre al mal, al pecado ¿Todos pecados del hombre son
cometidos por tentación del demonio?
––De una manera directa: «el diablo no es causa de
todos los pecados, porque no todos los pecados se cometen por instigación
directa del diablo, sino que algunos provienen del libre albedrío y de la
corrupción de la carne», o naturaleza dañada por el pecado, que hace que
tenga malas inclinaciones y malos deseos, «a los
que acompaña gran desorden si no son frenados por la razón (…) pero el frenar y
ordenar tales apetitos es materia del libre albedrío». El hombre, por
consiguiente, para hacer el mal no necesita la acción directa del demonio.
En cuanto a los pecados, que provienen directamente del demonio: «por su instigación, para consumarlos: “se dejan los
hombres seducir en tal acto por el mismo estímulo por el que se dejaron los
primeros padres”, como dice San Isidoro (Libros de las Sentencias, III,
c. 5)».
Sin embargo, de modo indirecto: «se debe decir que
el diablo es causa de todos nuestros pecados, por haber instigado al primer
hombre a pecar, de cuyo pecado se siguió en todo el género humano cierta
inclinación a todos los pecados»[30].
546. ––Además de las
tentaciones, parece ser que, según lo dicho, hay otras formas
posibles de la acción diabólica como «infestaciones», o actuaciones sobre
cosas (casas, lugares, animales, etc.), «obsesiones diabólicas», o
actuaciones más fuertes y continúas que la tentaciones («asedios»,
externos o internos, «influencias», sobre el cuerpo o sobre las facultades del
alma, y las «sujeciones», o sometimientos deliberados) y «posesiones
diabólicas», en las que el demonio entra en el cuerpo de la víctima y la maneja
como un instrumento[31].
¿El Aquinate trata estas acciones diabólicas?
––Antes de la redacción de la Suma contra los
gentiles, Santo Tomás había escrito, en el Comentario a las Sentencias, el artículo
titulado «Si los demonios pueden entrar dentro del
cuerpo de los hombres». A esta cuestión, responde en el mismo: «En virtud de su naturaleza, los ángeles buenos y malos
tienen potestad para transponer nuestros cuerpos y también otros cuerpos
naturales. Precisamente porque operan allí donde están, entran en nuestros
cuerpos y hacen una impresión en las potencias que están unidas a los órganos,
pues las modificaciones de tales potencias, como los sentidos, la imaginación y
otras semejantes, se modifican al modificarse los órganos. Así pues, su
operación resulta accidentalmente influyente en el intelecto, pues el objeto
del intelecto es la imaginación, como el objeto de la vista es el color, según
dice Aristóteles (Sobre el alma, III). Sin embargo, tal encadenamiento
no llega hasta la voluntad, pues ni en cuanto al acto, ni en cuanto al objeto,
depende de un órgano corpóreo; porque la voluntad recibe su objeto propio del
intelecto, en tanto el intelecto aprehende algo bajo la razón de bien»[32].
Los demonios no pueden influir
directamente iluminando el entendimiento humano como los ángeles buenos. Se
comprende, si se tiene en cuenta que: «La parte
interior del hombre es intelectiva y sensitiva. La parte intelectiva contiene
el entendimiento y la voluntad. Pues bien, el entendimiento, por su propia
inclinación, se mueve cuando algo lo ilumina en orden al conocimiento de
la verdad. Esto ciertamente no lo intenta el demonio, sino más bien entenebrece
la razón para que consienta al pecado. Esta tenebrosidad proviene de la imaginación
o del apetito sensitivo. Luego toda la operación interior del demonio se ejerce
sobre la imaginación y el apetito sensitivo, moviendo los cuales puede
inducirnos a pecado, bien presentando a la imaginación alguna forma imaginaria,
bien estimulando el apetito sensitivo a alguna pasión»[33].
Aunque los ángeles puedan
influir en el entendimiento humano, al igual que los demonios, no pueden
conocer los pensamientos del hombre, ya que no pueden penetrar en su alma. «Conocer los pensamientos del interior sólo es propio de
Dios. Algunos de ellos los podrían conjeturar los ángeles a partir de los
signos exteriores del cuerpo, por ejemplo, por el cambio del rostro –como se
dice: “En el rostro del hombre se lee la voluntad secreta”– y por el movimiento
del corazón, como por el tenor de las pulsaciones los médicos conocen las
pasiones del alma»[34].
547. ––Según algunos
testimonios, a veces el poseso siente como dos espíritus que combaten en su
cuerpo, su espíritu propio y el espíritu demoníaco. Si «dos espíritus creados
no pueden estar en un mismo lugar»[35]
¿Cómo se explica está situación de la posesión?
––El alma espiritual y el espíritu angélico malo pueden estar en el mismo
cuerpo, pero están de distinta manera. «El alma
está en el cuerpo no como en un lugar, sino como la forma en la materia; por
eso el alma y el demonio no ejercen influencia en el cuerpo del mismo modo; por
lo tanto, pueden estar juntamente en el mismo cuerpo sin confundir las
operaciones»[36].
Con más detalle, explica Santo
Tomás: «Estar dentro de algo es estar dentro de sus
términos. El cuerpo tiene unos términos de dos maneras: en cuanto a la cantidad
y en cuanto a la esencia. Por tanto, el ángel, que obra dentro de los términos
de una cantidad corpórea, penetra en el cuerpo, pero no de modo que esté dentro
de los límites de su esencia, ni como una parte ni como un poder que da el ser
–porque el ser viene sólo de Dios por creación–. Mas la substancia espiritual
no tiene términos de cantidad, sino sólo de esencia; y por eso sólo entra en
ella el que da el ser, a saber, Dios creador, quien tiene una acción intrínseca
en orden a la esencia; pero las otras operaciones son añadidas a la esencia;
por eso no se dice que el ángel que ilumina está en el ángel y en el alma, sino
que obra desde fuera»[37].
No obstante, dado que
los demonios tientan con malos pensamientos e incitan al mal parece
que penetren en el entendimiento y en la voluntad. No es así, en primer lugar,
porque, aunque: «los ángeles malos introducen malos
pensamientos, como ya se ha dicho, a saber, dando luz a las imágenes, para que
según las distintas mezclas de ellas, puedan surgir nuevos conceptos. Sin
embargo, el intelecto no está constreñido a recibirlas, porque para un
conocimiento actual, además del objeto y de la potencia que conoce, se exige la
intención del que conoce».
Indica Santo Tomás que: «Los ángeles buenos, también pueden imprimir algo
directamente en el intelecto, porque según San Agustín (La ciudad de Dios,
IX, 10, 16), obran en nuestras inteligencias de diversos modos maravillosos.
Esto ocurre en cuanto que la luz de nuestro intelecto agente es reforzada por
la luz intelectual de los ángeles buenos». Por el contrario, añade: «no ocurre con los ángeles malos, porque aunque su luz
natural es más eficaz que nuestra luz intelectual, no han sido perfeccionados
por la luz de la gracia, sino que están dentro de las tinieblas de la culpa, y
por esto no tienden a cambiar el juicio de nuestra razón, confirmándolo con una
luz intelectual, sino que nos muestran cosas por las que seamos engañados, lo
cual hacen iluminando las imágenes»[38].
En segundo lugar, tampoco los
demonios invaden la voluntad humana. Ciertamente: «Los
demonios son llamados incentivadores, en cuanto hacen hervir la sangre, y así
disponen el alma para la concupiscencia –al igual que algunos alimentos excitan
la lujuria». Sin embargo: «Influir en la voluntad es propio sólo de Dios, y la
razón es la libertad de la voluntad, que es dueña de sus actos, y no es
obligada por el objeto, al modo como el intelecto es obligado por la
demostración. De lo cual queda claro que los demonios influyen en las imágenes,
los ángeles buenos en el entendimiento y sólo Dios en la voluntad».
Por todo ello, la Iglesia pide
a Dios que nos defienda de las asechanzas del demonio, tal como se reza en
la letanía de los santos –«De las insidias del
diablo. Libramos señor»–; o en la oración que se rezaba al final de la
Misa –«San Miguel Arcángel, defiéndenos en la
batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los demás espíritus
malignos que vagan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.
Amén»–.
Eudaldo Forment
[31]Véase: Gabriele
Amorth, Habla un exorcista, Barcelona, Planeta, 1998; y Teresa
Porqueras, Cara a cara con Satanás, Vivencias de Fray Juan José
Gallego Salvadores, O.P., Alcoletge (Lérida), Apostroph, 2016.
[32] Santo tomás de
Aquino, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, In II Sent.,
d. 8, q. un, a. 5, in c.
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