Al poco tiempo de su consagración en abril de 2005,
Benedicto XVI disertó ante representantes de las comunidades musulmanas de
Colonia, Alemania, y definió al terrorismo como “una opción perversa y cruel,
que desdeña el derecho sacrosanto a la vida y corroe los fundamentos mismos de
toda convivencia civil”. En ocasión de su habitual saludo al cuerpo
diplomático, en enero de 2006, el Papa refirió al “…contexto mundial actual, en
el cual sin duda se ha vislumbrado el peligro de un choque de civilizaciones.
El peligro se hace más agudo por el terrorismo organizado, que se extiende ya a
escala mundial”. Entre sus causas, el Papa aludió a “aberrantes concepciones religiosas”
y agregó que “ninguna circunstancia puede justificar esta actividad criminal,
que llena de infamia a quien la realiza y que es mucho más deplorable cuando se
apoya en una religión, rebajando así la pura verdad de Dios a la medida de la
propia ceguera y perversión moral”.
La elección de palabras
del Sumo Pontífice -“Choque de civilizaciones”, “aberrantes concepciones
religiosas”, “perversión moral”- presagió la identificación más directa que el
Papa haría entre el Islam y la violencia en septiembre del mismo año, durante
una clase magistral sobre fe y razón en la Universidad de Ratisbona en su
Alemania natal, al recordar una cita medieval: “Muéstrame también lo que Mahoma
ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición
de difundir por medio de la espada la fe que predicaba”. Aunque Benedicto había
advertido segundos antes que esa frase contenía “una brusquedad que nos
sorprende, brusquedad que para nosotros resulta inaceptable” la reacción en
sectores de la comunidad islámica fue violenta. Musulmanes agraviados atacaron
siete iglesias en la Franja de Gaza y Cisjordania y una en Basra, asesinaron a
una monja italiana en Somalia y dos asirios en Irak, emitieron una fatuacontra
Benedicto XVI, realizaron manifestaciones públicas violentas, quemaron esfinges
del Papa y llamaron a destruir cruces en Roma.
La tensión se fue
disipando cuando tres meses más tarde el Papa viajó a Turquía y adoptó gestos
conciliadores. Pidió por el ingreso de aquella nación a la Unión Europa, visitó
una mezquita emblemática de Estambul, rezó en dirección a la Meca y vertió
expresiones benignas hacia la religión mahometana.
Días atrás fue el turno
de un nuevo Pontífice realizar una visita a Turquía, país en el que la
comunidad cristiana cayó del 32% al 0,2% del total nacional en un siglo. El
contexto mundial sigue estando afectado por el terrorismo de impronta islámica:
el 80% de los atentados ocurridos durante el 2013 tuvo lugar en cinco naciones
musulmanas -Afganistán, Irak, Nigeria, Pakistán y Siria- y el 66% de las
víctimas fatales fue ocasionado por cuatro grupos fundamentalistas islámicos
-Estado Islámico, Boko Haram, Talibanes y Al-Qaeda y afiliados-. El Papa se
reunió con el presidente turco, recibió a refugiados y oró junto al mufti. En
su vuelo de regreso a Roma, en diálogo con periodistas Francisco aseguró: “Yo
le he dicho al presidente Erdogan que seria bonito que todos los líderes
islámicos, ya sean líderes políticos o religiosos, digan claramente que
condenan el terrorismo. La mayoría del pueblo islámico agradecería oír eso por
boca de sus líderes religiosos, políticos y académicos. Todos nosotros
necesitamos una condena mundial. Es importante que los islámicos que tienen una
identidad digan que el Corán no es eso”.
Tal como su predecesor,
Francisco ha puesto el dedo en la llaga. Sólo que sus modos afables y sus
gestos simbólicos han atajado preventivamente cualquier indignación. Este es un
Papa que postuló que “el Corán es un libro de paz” y que afirmó “no se puede
decir que todos los islámicos son terroristas”, que lavó los pies a doce presos
en una cárcel italiana -entre ellos los de una mujer musulmana- y que en
ocasión de su primer mensaje a los musulmanes por el fin del Ramadán, en 2013,
eligió saludarlos personalmente y no a través del Consejo Pontificio, como es
usual: “Este año, el primero de mi Pontificado, he decidido firmar yo mismo
este tradicional mensaje y enviároslo, queridos amigos, como expresión de
estima y amistad por todos los musulmanes, especialmente aquellos que son
líderes religiosos”.
Benedicto XVI y
Francisco tienen estilos personales y pontificios diferentes. Vistos en un
continuo histórico, sin embargo, la advertencia del primero en torno a la
violencia perpetrada por extremistas en nombre del Islam y el llamado del
segundo a que los moderados de esa fe los denuncien claramente, exponen un
vector inequívoco en la diplomacia papal hacia el Islam, evidente para quien lo
quiera ver.
NOTAS
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