Queridos amigos y hermanos de
ReL: nos vamos acercando día a día a la llegada de la Navidad y el mensaje de
la salvación se va haciendo presente con mayor intensidad a todos los hombres
de buena voluntad, que no cierran sus ojos al Mesías que siendo niño viene a
nuestro encuentro.
En este Tercer Domingo de
Adviento la misión del Salvador es delineada de la siguiente manera por la
revelación, que encontramos en el capítulo 61, versículo 1 del libro del
profeta Isaías: “El espíritu de Dios, está sobre mí, pues Yahvé me ha ungido,
me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los
quebrantados de corazón, para anunciar la libertad a los cautivos y la
liberación a los encarcelados”.
Cuando Jesús en la sinagoga de
Nazaret leyó este pasaje, se lo aplicó a sí mismo, pues de hecho sólo en Él se
cumplió plenamente esta profecía.
Sólo Cristo tiene un poder de salvación
universal que no se limita a sanar las miserias de un pueblo pequeño, sino que
se extiende a curar las de toda la humanidad, sobre todo liberándola de la
miseria más temible, que es el pecado, y enseñándole a transformar el
sufrimiento en medio de felicidad eterna.
Bienaventurados los pobres, los
afligidos, los hambrientos, los perseguidos “porque de ellos es el reino de los
cielos”, nos anuncia el Evangelio de San Mateo.
Éste es el sentido profundo de su
obra redentora, y de él deben hacerse mensajeros los creyentes, haciéndolo
comprensivo a los hermanos y ofreciéndose con generosidad para aliviar sus
sufrimientos. Entonces la Navidad del Salvador tendrá un sentido aún para los
que se hallan lejanos y llevará la alegría al mundo.
La fe viva del creyente y su
bondad activa para con los hermanos son medios poderosos para dar testimonio de
Cristo y hacerlo conocer al mundo. Todavía resuena dolorosamente actuales, las
palabras del Bautista: “En medio de vosotros hay uno a quien vosotros no
conocéis”.
Jesús está en medio de nosotros,
en su Iglesia, en la Eucaristía, en la Gracia por la cual está presente y
operante en los bautizados; pero el mundo no le conoce, y esto no sólo porque
cierra sus ojos, sino también porque hay muy pocos que dan testimonio del
Evangelio vivido, con una coherencia tal entre fe y vida, que revele a los
demás la bondad del Salvador.
En el Adviento se nos presenta el
Bautista como modelo de testimonio de Cristo, con fe vigorosa, con vida
austera, desinterés, humildad y caridad “ha venido a dar testimonio de la luz,
para testificar de ella y que todos creyeran por él”.
¿Podríamos decir lo mismo de
nuestro testimonio de vida? Pensémoslo.
Con mi
bendición.
Padre José Medina
Padre José Medina
No hay comentarios:
Publicar un comentario