Los que creemos, sabemos…,
que Dios nos creó libres y esta libertad, es la que nos permite ofender a Dios,
incumpliendo sus leyes, que es la esencia de toda pecado. Ningún ser viviente
en este mundo, sea animal o vegetal, tiene libertad para poder ofender a Dios.
Todos ellos cumplen debidamente las leyes naturales dictadas, por Dios para
todos nosotros.
Los animales no matan a sus descendientes, ni tienen ni conocen las
técnicas abortivas, sino que a sus crías, los cuidan con todo esmero, tanto que
si alguien se acerca a ellas, enseguida enseñan sus dientes y gruñen en señal
de advertencia. Ellos no matan a sus semejantes por el placer de matar, sino
solo para poder comer. Ellos usan correctamente de sus deseos sexuales en los
periodos para ello fijados y no compran no venden el placer sexual, que también
ellos lo tienen.
Ellos no comen por placer, sino por la necesidad que sienten de tener
que desarrollarse y vivir y ni mucho menos han levantado alrededor de la comida
una especie de nueva religión acerca de la confección de la comida y de la
bebida, buscando nuevos placeres para el paladar y todo bajo el orden
administrado por unos cocineros, que ahora se llaman “chef”, los cuales son
encumbrados, admirados por sus adeptos que somos la mayoría de nosotros, aunque
los hay que pertenecen a este culto con verdadera pasión y se pasan el día
alabando las excelencias que acaban de degustar y otros son más o menos
indiferentes a este culto a nuestro estómago.
Por lo tanto, uno puede
pensar que la libertad que tenemos es mala, porque la empleamos en ofender al
Señor, Pero la libertad nunca es mala máxime pensando que ella es un regalo que
Dios nos da y Él nos ama y siempre desea lo mejor para nosotros. La maldad no
está en la libertad, sino en el uso que hagamos de ella. Si el uso es el debido
y es correcto, la libertad es para nosotros, la apertura de las puertas de los
bienes que esperamos recibir. Pero estos bienes hemos de ganárnoslos
La libertad es buena en
cuanto nos da, la posibilidad de elección entre el bien y el mal y por otro
lado Dios necesita que seamos libres, para determinar quién es el que le ama y
el que no le ama. Y para esto estamos en este mundo, para realizar una prueba
de amor. Una prueba que nos catalogue, nuestra clase y entrega de amor a Dios.
Y, ¿cuál es la parte
negativa que tenemos y que nos incita a no amar a Dios? Indudablemente son
nuestros deseos materiales, los que se refieren a nuestra materia corporal,
porque los deseos espirituales los que se refieren a nuestra alma o espíritu,
son positivos. El hombre es un manejo de deseos, de los que generalmente no
tiene y desea tener. El mundo es el escaparte de esos bienes que deseamos y no
tenemos. Nosotros pensamos y no nos damos cuenta de que alcanzando esos bienes
del escaparate del mundo vamos a ser felices y esto no es así. Nunca tenemos en
cuenta una verdad como un templo que nos dice: “No es más rico
el que más tiene sino el que menos necesita”.
Dios cuando nos creó, nos
implantó un anhelo de eterna felicidad, para que tuviésemos un pequeño anticipo
de lo que será la gloria que nos espera y ese anhelo o deseo de felicidad, preside
la vida de toda criatura humana. Venimos ya a este mundo con el deseo de
encontrar una felicidad, que no está en este mundo y la buscamos aquí abajo con
todas nuestras fuerzas sin darnos cuenta de que, lo que aquí abajo podemos
encontrar, solo se trata de una de una caricatura de la eterna felicidad.
Una felicidad para que sea auténtica, ha de durar eternamente y aquí en
este mundo, nada es eterno, ni siquiera el propio mundo material que un día
desaparecerá, convertido en un agujero negro, tal como nos explican los
astrónomos. Lo que aquí se puede llegar a encontrar es una felicidad, creada y
sometida al orden material y por ello no es eterna sino caduca. Nosotros
estamos hechos para gozar de una felicidad que pertenece al supremo orden
espiritual, y aquí abajo no la tenemos ni la conocemos. Puede ser y es que
algunas pocas personas con un elevado desarrollo de su vida espiritual, hayan
tenido el conocimiento de unos pequeños retazos de esta felicidad espiritual,
pero no la conocen en su plenitud.
En este mundo lo que nos
ata a él y a todo lo que él tiene, son nuestros deseos materiales. El anhelo de
felicidad nos mueve constantemente a buscar la satisfacción de nuestros deseos
de felicidad espiritual y al no encontrarla, tal como dice el refrán: “Bueno es el pan cuando no tenemos
bizcochos”. Y nos aferramos a la felicidad de orden material y el maligno
que tiene un pleno conocimiento de nuestros deseos y debilidades,
constantemente nos empuja, a que no nos olvidemos si queremos ser felices de
esperar a nuestra felicidad espiritual y hacer méritos y nos incita para
satisfacer nuestros deseos de eterna felicidad a que nos limitemos a lo
material, no a lo espiritual, porque si no, no seremos nunca nada ni nadie en
este mundo.
Pero ¡Ah! para
satisfacer nuestros deseos materiales necesitamos dinero. Y es entonces cuando
cometemos en mayor o menor grado un pecado de idolatría ofendiendo a Dios con
la adoración del “dios dinero” En
este mundo todo funciona alrededor del dios dinero. Algunas veces pienso que
puede ser que haya personas que tan metidas que están en las bondades del dios
dinero, se planteen la posibilidad de tratar de comprar su salvación con
dinero, a pesar de que el Señor fue muy claro cuando nos dejó dicho: “26 Y ¿que aprovecha al hombre ganar todo el mundo
si pierde su alma? ¿O que podrá dar el hombre a cambio de su alma?”. (Mt 16,26).
Los deseos que todos
tenemos siempre nos engañan. Pensamos en ellos y nos engañamos con nuestras
fantasías. Creemos que las cosas son como nos las pinta el malino
aprovechándose siempre de su gran aliada que es nuestra fantasía, y las cosas
son como Dios quiere que sean, no como las pintan nuestros deseos, incitados
por el maligno. Viene a cuento aquí una historia.
En el Areópago griego
había un senador que tenía una bellísima mujer por esposa con la cual él se
llevaba muy mal. Todo el mundo le encomiaba la belleza y las cualidades de su
mujer y todo el mundo sé la alababa y el harto de tantas alabanzas, un día que
se la estaban alabando, adelantó su pie se levantó un poco su túnica y les
dijo: Os gusta mi sandalia, todos le dijeron que si, que era muy bonita y de
gran calidad; y el entonces les respondió: Si, pero sin embargo no sabéis donde
me aprieta. Nunca es oro todo lo que reluce.
No alabemos las cosas
de este mundo menos preciando las que nos esperan, pues al hombre es muy fácil
engañarle, si no está unido al amor del señor en su corazón, pues el demonio es
más listo y astuto que cualquiera de nosotros.
. Mi
más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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