Todos sabemos que los sacramentos son siete y que existe un orden su
administración. Algunos cristianos tienen más o menos claro, que son signos a través
de los que la Gracia de Dios se comunica a quien los recibe.
Tristemente, es raro pasar de un
entendimiento superficial y a veces utilitarista de los sacramentos.
Tomamos los sacramentos como si fueran ritos de paso, costumbres o tradiciones
del pasado. La razón que nos lleva a tener un entendimiento tan
utilitarista-cultural se debe a que casi nadie se siente diferente tras haber
recibido uno de estos signos. Es evidente que los sacramentos no son pociones
mágicas que actúan involuntariamente y contra nuestra voluntad. ¿Qué esperamos
de los sacramentos o de la misma vida cristiana?
Básicamente esperamos lo bueno, bonito y barato que conlleva ajustarnos
a algo útil o cultural, que hemos asimilado como una costumbre. Los asimilamos a derechos civiles, que se
conceden y los retenemos sin tener que hacer nada a cambio. Pero los
sacramentos no nos dan derecho a nada por sí solos. Cristo nos dejó unas
cuantas parábolas que tratan de aquellos que son llamados y que no atienden a
la llamada o se desentienden del deber ligado al don prometido: las doncellas
necias, la del banquete de bodas, los talentos, etc.
Jesucristo tiene
ahora muchos amadores de su Reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz.
Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación.
Encuentra muchos compañeros para la mesa, y pocos para la abstinencia. Todos
quieren gozar con El, mas pocos quieren sufrir algo por El. Muchos siguen a
Jesús hasta el partir del pan (Lc 24,35), más pocos hasta beber el cáliz de la
pasión (Mt 20,22). Muchos honran sus
milagros, mas pocos siguen el vituperio de la cruz. Muchos aman a Jesús,
cuando no hay adversidades. Muchos le alaban y bendicen cuando reciben de El
algunas consolaciones: mas si Jesús se escondiese y los dejase un poco, caerían
en una profunda desesperación.
Más los que
aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia consolación suya, lo
bendicen en toda tribulación y angustia del corazón, tanto como en tiempo de
consolación. Y aunque nunca más les quisiese dar consolación, siempre le
alabarían, y le querrían dar gracias. ¡Oh! ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio provecho o
interés! (Tomás de Kempis. Imitación de Cristo. Libro II,
cap. 11)
Los dones que Cristo nos promete no provienen de derechos adquiridos por
cumplir con normas, ceremonias o acciones determinadas. Cristo quiere que los signos sacramentales sean el primer paso para que
nosotros seamos símbolos vivos de Él.
¿QUÉ ES UN SÍMBOLO?
Un símbolo es un signo que representa e informa, verazmente, de una
realidad (re)ligada a él. Por ejemplo, un signo de peligro nos avisa de que
existe algo que nos puede hacer daño. El signo no es el peligro, sino la
evidencia de una realidad que nos puede dañar. Hay signos que son verdaderos y
signos falsos. No por poner un signo de peligro de radiación en un árbol, este
se convierte en radiactivo. Pero si encontramos este signo de radiación en
hospital o en una factoría, no dudaremos en aceptar la realidad que hay detrás
del signo. El signo de radiación es símbolo, cuando está ligado a una realidad
que representa de forma completa y verdadera. Un signo sacramental puede ser símbolo o una mentira, depende de nosotros.
Cuando recibimos un signo sacramental ¿Hay algo real detrás de ese
signo? A lo mejor simplemente hemos ido a recibirlo porque nos van a regalar
algo que nos gusta. Portaremos el signo
de forma falsa si no permitimos ser transformados por Cristo.
Como el fragmento del Kempis indica: “Muchos honran sus milagros, mas pocos siguen el vituperio
de la cruz”, pero Cristo murió verdaderamente por nosotros en la cruz.
El signo sacramental no puede quedar en un rito de paso que conlleva algún
regalo o evidenciar aceptación social. La Eucaristía no significa aceptación en
la comunidad, sino algo mucho más profundo. Si tenemos claro que el singo
Eucarístico conlleva aceptar a Cristo, abriendo nuestro corazón a Su Voluntad,
con total confianza y ofrecimiento,
quizás nos pensemos dos veces si somos coherentes comulgando por razones
sociales: “Jesucristo tiene ahora muchos
amadores de su Reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz.” ¿Su
cruz? ¿Qué tiene que ver la cruz de Cristo con los sacramentos?
Recibir realmente un sacramento conlleva aceptar la Voluntad de Dios
para lo agradable y lo desagradable de nuestra vida. Significa dejarnos
transformar verazmente por Cristo: “los que aman a
Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia consolación suya, lo bendicen
en toda tribulación y angustia del corazón, tanto como en tiempo de consolación”.
Si al recibir el signo, abrimos nuestro
corazón, voluntad e intimidad a Cristo, seremos capaces de trasparentarlo en
los momentos buenos y malos de nuestra vida. Seremos símbolos de Cristo.
La conversión no es creer más o menos en
Dios, sino dejarnos transformar por Él, con total confianza. La conversión
nunca termina, ya que la Gracia no transforma nuestra naturaleza humana por
arte de magia. Siempre necesitaremos la
Gracia de Dios para dar pasos hacia la santidad. Por esa razón
necesitamos acceder a los sacramentos de forma regular y de forma consciente. ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio
provecho o interés!
Néstor
Mora Núñez
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