miércoles, 12 de marzo de 2014

SILENCIO EN EL OFERTORIO



Realmente las posibilidades del Misal romano se desconocen o tal vez la rutina, o la costumbre, hacen que se haga todo de una determinada manera siempre igual... y cuando se emplea otra posibilidad de las rúbricas, se genera desconcierto porque nunca antes lo habían visto; tampoco nadie se lo había explicado.

            Y con esto llegamos así al rito de la presentación de los dones en la Misa, el llamado normalmente "ofertorio". Si no hay canto, está la posibilidad, muy aconsejable a mi entender, de que el sacerdote recite en silencio la oración sobre la patena y el cáliz al depositarlas en el altar, sin que sea ni mucho menos obligatorio decir en voz alta "Bendito seas, Señor, Dios del universo..." Es un momento de reposo interior para todos, de silencio que se podría calificar de "oferente".


            Como muy pocas veces se ve realizar este sencillo rito en silencio, algunos fieles se sorprenden cuando lo ven hacer así, e incluso dicen que al no escuchar las oraciones pronunciadas por el sacerdote "participan menos", como si acaso participar fuera estar interviniendo o respondiendo a cada momento. Es también modo de participar unirse en el silencio a la acción litúrgica, y es también participar que el silencio se convierta en oración personal, en breve meditación, en súplica interior. Todo sabiamente combinado, como sabe hacer la liturgia: no todo es silencio, como tampoco todo es cantar, ni todo es intervenir, ni todo es responder... sino que la participación es la armónica distribución de todos esos momentos y acciones.

* La preparación de las ofrendas en el altar es un rito sencillo que corresponde a aquel momento en que Jesús "tomó pan", para prepararlo todo a la gran plegaria eucarística, la gran oración que realmente es "Ofertorio" de Cristo -y su Iglesia- al Padre, plegaria de acción de gracias y consagración. Pero los momentos previos no han de ser especialmente sobrecargados.
* La Plegaria eucarística correspondería al momento en que Jesús "dio gracias"...
* Y cuando Jesús "lo partió", la Iglesia fracciona el Pan consagrado con el canto del Cordero de Dios;
* finalmente cuando Jesús "lo dio a sus discípulos", la Iglesia distribuye santamente la comunión. Esto mismo enseña el Misal:

"Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio gracias, partió el pan, y los dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia Eucarística con estas partes que responden a las palabras y a las acciones de Cristo, a saber:


1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con agua, es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
) En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
) Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque sean muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo" (IGMR 72).

            Continuemos, como siempre hay que hacer para evitar opiniones de unos u otros, con la Introducción General del Misal Romano y hallaremos la explicación de estos ritos de la preparación de las ofrendas.

"73. En primer lugar se prepara el altar, o mesa del Señor, que es el centro de toda la Liturgia Eucarística, y en él se colocan el corporal, el purificador, el misal y el cáliz, cuando éste no se prepara en la credencia. En seguida se traen las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que sean presentados por los fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los fieles, el sacerdote o el diácono las reciben en un lugar apropiado y son ellos quienes las llevan al altar. Aunque los fieles ya no traigan, de los suyos, el pan y el vino destinados para la liturgia, como se hacía antiguamente, sin embargo el rito de presentarlos conserva su fuerza y su significado espiritual.

También pueden recibirse dinero u otros dones para los pobres o para la iglesia, traídos por los fieles o recolectados en la iglesia, los cuales se colocarán en el sitio apropiado, fuera de la mesa eucarística.

74. Acompaña a esta procesión en la que se llevan los dones, el canto del ofertorio (cfr. n.37 b), que se prolonga por lo menos hasta cuando los dones hayan sido depositados sobre el altar. Las normas sobre el modo de cantarlo son las mismas que para canto de entrada (cfr. n. 48). El canto se puede asociar siempre al rito para el ofertorio, aún sin la procesión con los dones.
75. El sacerdote coloca sobre el altar el pan y el vino acompañándolos con las fórmulas establecidas..."


Ya se han llevado las ofrendas al altar; la patena con el pan está en el altar y se está preparando el cáliz. ¿Qué hace ahora el sacerdote? ¿Cómo debe hacerlo? La explicación pormenorizada de lo que hay que hacer, las rúbricas, explican así:

"141. El sacerdote, en el altar, recibe o toma la patena con el pan, y con ambas manos la tiene un poco elevada sobre el altar, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.

142. En seguida, el sacerdote de pie a un lado del altar, ayudado por el ministro que le presenta las vinajeras, vierte en el cáliz vino y un poco de agua, diciendo en secreto: Por el misterio de esta agua. Vuelto al medio del altar, toma el cáliz con ambas manos, lo tiene un poco elevado, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios; y después coloca el cáliz sobre el corporal y, según las circunstancias, lo cubre con la palia.

Pero cuando no hay canto al ofertorio ni se toca el órgano, en la presentación del pan y del vino, está permitido al sacerdote decir en voz alta las fórmulas de bendición a las que el pueblo aclama: Bendito seas por siempre, Señor."

            Lo normal será que el sacerdote diga "en secreto" las fórmulas correspondientes al pan y luego la del vino: ¡en secreto! Y en todo caso, como una concesión, cuando no hay canto "está permitido" decir las fórmulas en voz alta.

            * La primera opción, recitarlas en secreto, y los fieles en silencio, es lo habitual.
            * La segunda opción, pronunciarlas en voz alta, al no ser lo habitual, se convierte en un permiso: "está permitido..."

            Y ya sabemos que en los libros litúrgicos, cuando se dan varias opciones o posibilidades, la primera es siempre la que se plantea como normal o como la mejor opción.


            Pero, por si acaso aún no queda claro, vamos al Ordo Missae, al Ordinario, que en el Misal romano, n. 21, explica:


"El sacerdote se acerca al altar, toma la patena con el pan y, manteniéndola un poco elevada sobre el altar, dice en secreto:


Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan...

Después deja la patena con el pan sobre el corporal.

Si no se canta durante la presentación de las ofrendas, el sacerdote puede decir en voz alta estas palabras; al final el pueblo puede aclamar:

Bendito seas por siempre, Señor".


Por tanto:


1) Lo habitual es en silencio,


2) Puede decir en voz alta las fórmulas, pero no es obligatorio ni mucho menos,

3) Y los fieles "pueden" aclamar diciendo: "Bendito seas por siempre, Señor".

            Cuando tanta queja hay del verbalismo en la liturgia, donde sobreabundan las moniciones, todo parece un discurso, una lectura tras otra, un canto, una monición, etc., es conveniente buscar momentos de equilibrio y serenidad, como este silencio durante la preparación de las ofrendas.


¿Qué hacemos mientras, durante ese silencio?

            Aquí entraría algo de piedad eucarística, hasta de íntima devoción me atrevería a afirmar. Ya el beato D. Manuel González señalaba cómo esta parte de la Misa debe servir para "actos de abandono (entrega), de esperanza y de caridad, o el amor que se ofrece, se inmola y se une"[1][1]. Y para que haya verdadera piedad, añadía que era necesario "la participación de la Misa asidua y consciente y, si vale decirlo así, la compenetración con la Misa haga otros tantos hijos de Dios inmolados para siempre y ofrecidos cada día en la misma patena que la Hostia consagrada"[2][2]. “Cada cual, en su medida y a su modo, sacerdotes son que ofrecen y se ofrecen”[3][3].

            Es la doctrina de la Iglesia misma:

            "En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo se hace también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas alas generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda" (CAT 1368).

            Este sentido es subrayado por uno de los formularios con los que el sacerdote se dirige a los fieles: "Orad, hermanos, para que llevando al altar los gozos y las fatigas de cada día, ofrezcamos el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso".

Son verdades de fe que se derivan del dogma, de la verdad sobrenatural de la Misa. "La Misa es la oblación real del Sacrificio, no sólo del Cuerpo físico de Jesucristo, sino del Cuerpo místico. Y, por consiguiente, de todos sus miembros sanos, o sea, que los cristianos en gracia, ofrécense y son ofrecidos a Dios como Misa, del mismo modo, con el mismo valor y aprecio que se ofrece Cristo"[4][4].

            En virtud del sacerdocio bautismal, participamos del Sacrificio de Cristo ofreciéndonos con Él; somos co-oferentes, entregando todo lo nuestro para unirlo a su Sacrificio, de manera que así alcanza valor redentor y santificador. "Todas las tribulaciones y pesadumbres de la vida, todos los sufrimientos, todos los esfuerzos, penalidades y trabajos pueden convertirse en un instrumento de asimilación a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros, con sólo que demos cabida en nosotros al sentir íntimo de Cristo y dejemos que nos marque, con sólo que nos entreguemos por entero al Padre en amor y gratitud"[5][5].

            Devocionarios populares y guías catequéticas, incluso en Internet, explican este sentido espiritual. "¿Qué es lo que ofrece el sacerdote a Dios? La suma de todas las pequeñas cosas que los asistentes ponen en la patena: horas de trabajo, pequeñas mortificaciones, alegrías, dolores, deporte, diversiones del día, lucha por sacar propósitos, detalles de cariño y servicio... Puedes decir: "Señor mío y Dios mío, te ofrezco todo lo que tenga; mis planes y proyectos, mis sacrificios y alegrías. ¡Quiero ser todo tuyo! ¡Para ti, para siempre!""[6][6]

            Por todo lo visto, es muy recomendable que, si no hay canto acompañando la procesión de ofrendas, o bien en la Misa diaria, se guarde este espacio de silencio y el sacerdote recite en secreto las fórmulas de presentación del pan y del vino (por separado, dicho sea de paso y como recuerdo). Pero, ¿y mientras? ¿Se participa? ¡Claro! Muy bien podría ser el momento, como se solía decir, de poner en la patena, de llevar al altar, lo nuestro: tal trabajo, aquella hora de servicio a alguien, una mortificación, una alegría, una preocupación, el esfuerzo por adquirir una virtud... es decir, ofrecer lo nuestro y preguntarse siempre: "¿Qué puedo ofrecer al Señor para que se una a su ofrenda?"

            Ese silencio en la preparación de los dones eucarísticos permitirá que cada uno pueda poner en la patena sus propias ofrendas, sus propios sacrificios espirituales. ¿Qué mejor modo de participar en este momento?

 [7][6] http://elvelerodigital.com/iglesia/guiacristiano/santa_misa.htm: José Pedro Manglano, "Hablar con Jesús. La Misa antes y después”.

Javier Sánchez Martínez


[1][1] El abandono de los Sagrarios acompañados en: OC I, n. 178.
[2][2] Arte y liturgia en: OC III, n. 5269.
[3][3] El abandono... OC I, n. 167.
[4][4] El abandono... en: OC I, n. 182.
[5][5] MÜLLER, G. L, La celebración eucarística. Un camino con Cristo, Barcelona 1991, p. 186s.
 

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