jueves, 6 de marzo de 2014

DISTINTAS IMÁGENES DE DIOS



Tanto en el orden material…, como en el orden espiritual, todos los seres humanos, nos formamos mentalmente unas imágenes e ideas acerca de las realidades materiales o espirituales que nos rodean, que difícilmente coinciden unas con otras, por existen una serie de factores que no nos permiten coincidir en nuestras apreciaciones. Dicho esto en términos vulgares hay un refrán castellano que nos dice: Cada cual cuenta la feria, tal como le ha ido en ella.

Entre la gran mayoría de personas, que conocen grandes ciudades, como pueden ser Londres, Paris o Roma, cada una tiene una distinta visión de esta ciudades, unas personas opinan, por ejemplo de Paris, que sí que es una gran ciudad, pero muy sucia, el metro está muy anticuado, los franceses no le caen bien, que hay mucha inseguridad y todo está muy caro, por otro lado es mucho mejor El Corte ingles de Madrid, que Galerías Lafayette, en Paris todo responde a glorias pasadas. Por el contrario hay personas que se deshacen en elogios sobre Paris y lamentan el no poder vivir en una ciudad así. Lo dicho, cada cual cuenta la feria tal como le ha ido en ella.

Y esto ocurre con las realidades materiales que nos rodean y que fácilmente las podemos ver comprobar con los ojos materiales de nuestra cara, y nadie duda de su existencia, inclusive sin haber estado allí, porque le damos a fe material, un valor de cuasi evidencia. Muchos son, los que no hemos estado, por ejemplo en Alaska, pero a nadie se nos ocurre dudar de la existencia de ese estado norteamericano. Ahora bien, en cuanto se trata de realidades del orden espiritual, las cosas cambien radicalmente y hay una razón muy sencilla para entender este cambio, en nuestra forma de apreciar las realidades espirituales y ello se relaciona con las actuaciones demoniacas, pues al maligno le importa un comino que creamos o no en la existencia de Alaska, pero si le importa mucho que no creamos, en la existencia de Dios y hace todo lo posible para que no creamos.

En el mundo hay dos clases de personas, las que si creen en la existencia de Dios y las que no creen que Dios existe, pero es el caso de que entre los que creemos que Dios si existe, hay una tremenda diferencia en la apreciación de esta existencia divina. En otras palabras todos tenemos una distinta imagen de la existencia de Dios y sobre todo de su naturaleza y esencia. Lo más normal, es que dada la prepotencia que nuestros cuerpos materiales tienen sobre nuestras almas espirituales, se tenga una mentalidad antropomórfica de Dios.

Y este es el primer gran error que tenemos sobre Dios. Dios es espíritu puro y su figura es inexistente. Caso distinto es el del Señor, que para redimirnos de las cadenas de satanás tomo carne mortal y dispone de un cuerpo glorioso resucitado, tal como el que nosotros dispondremos si perseveramos en el amor a Él. Es San Pablo el que nos escribe diciéndonos: “11 Es doctrina segura: si morimos con él, también viviremos con él”. (2Tm 2,11) Quien quiere morir con Cristo resucita día a día a una vida nueva de entrega, de oración incesante y de amor inagotable.

Y para tener una imagen correcta de Dios el tema se nos complica, porque hemos de tener en cuenta el misterio de la Santísima Trinidad, ya que la segunda persona de la Trinidad, es decir Cristo-Dios, quiso ser como nosotros somos, parte materia y parte espiritual. Hasta tal punto es incomprensible este misterio de la Santísima Trinidad, que por un lado, tanto hebreos como musulmanes, nos tilda de politeístas y por otro es tan maravilloso la esencia de este incomprensible misterio, que a más de uno, pensar en este misterio, nos sirve para reafirmarnos en la firmeza de nuestra fe, puesto que es imposible para una limitada mente humana, el haber concebido y estructurado un misterio de esta categoría.

Lo más fundamental de la naturaleza y esencia de Dios, hace tiempo que por inspiración divina nos lo aclaró San Juan cuando escribió en su primera epístola: Dios es amor y solo amor. (1Jn 4,16) El amor no es un atributo más, de Dios como puede ser la omnipotencia o la omnisciencia de Él, el amor es su propia esencia, no un atributo más. Y como quiera que el amor para ser real y verdadero tal como es el amor divino, tiene que disponer de una serie de características propias que lo configuran y ellas han de tenerse presente para comprender a Dios.

Tengamos presente, que al ser Dios un Ser inmutable, es inmutable también el amor que Él genera, pues solo existe un amor, que es el generado por Dios. A lo que nosotros llamamos amor, es decir al amor humano, él no es, más que solo pequeño reflejo del amor sobrenatural divino.

Un algo muy importante y trascendente en nuestra vida actual y en la futura, es la magnitud del amor con el que Dios nos ama. El amor de Dios como todo lo que es expresión propia de Él es infinito, carece de límites. Dios nos ama locamente y no somos verdaderamente conscientes de la existencia de este amor, ni capaces, de tratar de corresponderle a Él, al menos en una ínfima millonésima parte, del amor que Él nos tiene.

A muchos de los creyentes, más les preocupa por encima de este maravilloso amor que Dios nos tiene, el tema de la misericordia divina. Sin duda alguna Dios es también infinitamente misericordioso, pero son más de uno, los que no buscan el amor de Dios a lo largo de su vida y lo confían todo, en que al final con la misericordia divina uno está salvado y se obtiene la vida eterna. Esta clase de personas y muchas otras se olvidad de algo, muy importante y es que para que se genere en Dios la misericordia, debe de haber previamente un sincero arrepentimiento y el arrepentimiento en sí, es un acto de amor es que el amor está por encima de la misericordia, es el amor el que genera en dios su misericordia y no al contrarios.

Está muy extendida la idea de que Dios como nos ama tanto, no puede condenarnos y se olvidan de que Dios además de misericordioso es también justo. En relación a este problema en más de una glosa hemos tratado el tema del ámbito de amor de Dios.

De una antigua glosa sacamos este párrafo: Mientras estemos en este mundo, el Señor a todos nos mantiene dentro de su ámbito de amor. A unos para que no yerren el camino, a otros dándoles oportunidades de que lo encuentren y con otros ejerciendo su paciencia y a la espera de que se caigan del guindo. Pero lo importante y trascendente ocurre al final en el momento de abandonar este mundo, porque cuando lo abandonamos, pueden ocurrir dos cosas, una que es la deseable y es que continuemos dentro del ámbito de amor del Señor y otra es que lo abandonemos definitivamente.

Abandonar definitivamente su ámbito de amor, supone una trasformación de nuestro ser, ya que lo que consideramos natural y nos creemos que nunca acabará que es el amor del Señor, desaparece al igual que la luz divina que acompaña a su amor. Y al producirse ese vacío en nuestro ser, este vacío, se rellena automáticamente con la antítesis del amor y la luz, que son el odio y las tinieblas. Y ya sabemos todos, a donde conduce la falta de amor y de luz.

Busquemos pues, nuestra auténtica imagen de Dios y para ello solo hay un camino, que Cristo nos lo indicó cuando: “5 Le dijo Tomás: No sabemos adónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino? 6 Jesús le dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie viene al Padre sino por mí. 7 Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto. 8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta 9 Jesús le dijo: Felipe, ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre: ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? 10 ¿No crees, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo de mí mismo; el Padre que mora en mí, hace sus obras. 11 Creedme, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; a lo menos creedlo por las obras”. (Jn 14,5-11).

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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