miércoles, 3 de abril de 2013

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN


¿Cómo quiere Jesús de Nazaret, que yo resucite en mi interior, para que no se sienta triste y dude de no habernos dejado un mundo nuevo?

Como todos los años, después de pasar la Semana Santa, en mi ciudad natal, y antes de mi regreso a Madrid, suelo acercarme a felicitar la Pascua de Resurrección, a un viejo amigo de la infancia, Modesto, que un buen día decidió dedicar su vida a servir a Dios, ayudando a cuantos acudieran a él, en el enclave de un Monasterio, situado en la sierra.
Después de asistir a la Santa Misa, celebrada en la capilla del Monasterio, asistimos a la procesión dedicada a conmemorar el encuentro glorioso de Jesús triunfante con su Madre.

El tiempo, amenazaba lluvia y las nubes ocultaban el sol radiante, de otros años. Quizás por ello, y así se lo comentaba a Modesto, mi ánimo, influido tal vez por los elementos meteorológicos, no me permitía vivir con la suficiente intensidad, el acto que estábamos presenciando.

El estruendo de la banda de cornetas y tambores de otros años, en éste, no parecía encontrar sus notas máximas. Las blancas palomas, que la Junta de cofradías soltaba, para realzar el momento cumbre del Encuentro, me parecía que no alcanzaban el vuelo a la altura de otros tiempos. Y es más, en el interior de mi corazón, sentía la expresión de un Cristo Resucitado, gozoso, en el instante de saludar a su Madre, pero al mismo tiempo, triste y afligido, pensando que después de superar la amargura sufrida en el Huerto de Getsemaní: “Triste está mi alma (Mc.14-34)” y su muerte en la Cruz, al contemplar los tristes acontecimientos que en el mundo estaban sucediendo, le parecería humanamente inútil, su Pasión, Muerte y Resurrección.

Me pareció, que contemplaba un mundo sin conciencia y sin amor, donde imperaba la violencia, el crimen y la destrucción. Un mundo envuelto en atentados con miles de víctimas y guerras fratricidas, algunas, catalogadas incluso, como ”guerras santas”. Hombres y mujeres que se matan sin piedad, aniquilando a niños inocentes, en formas realmente monstruosas.

Por todo ello, comento con Modesto, yo creo, que si éste mismo Jesús, el hijo de un carpintero y de una inolvidable María, volviera a la tierra, no se reconocería en esa Iglesia actual, ciertamente poderosa, sino en la Iglesia resucitada, renovada, con nuevas energías, que atestigüe con vehemencia que el Señor ha resucitado, para salvación de todos los pecadores. Sin embargo, sí, que se sentiría más cómodo, en otros lugares del mundo, donde misioneros, miembros de distintas organizaciones internacionales y tantas otras personas, que dedican su vida y su alma, para ayudar a los “desheredados” del mundo y a predicar el Evangelio de Jesús, con su mensaje de amor infinito a todos los hombres y mujeres, tanto de su época, como a los que vinieran después hasta el fin de los tiempos.

Modesto, callado y reflexivo, una vez terminada la procesión y de regreso hacía el Monasterio, intenta poner un poco de orden, en mi atribulada conciencia. Es posible, comenta mi viejo amigo, que si Jesús volviera a la tierra, enviado de nuevo por el Padre, lo volveríamos a llevar al Gólgota, por relacionarse con los pobres, los marginados y los oprimidos, y educarles para hacer de ellos hombres libres y responsables, apartándoles de las ataduras que los hombres arrastramos.

Pero no olvides, continúa Modesto, que Jesús resucita, para salvarnos del pecado y para que nos convirtamos, pero no solamente para renunciar a los pecados, sino para descubrir el amor del Padre, que nos salva por medio de su Hijo, y nos perdona.

Hasta podría pensarse, como decía el Cardenal Newman, con una fé que difícilmente tendría un cristiano de hoy, que Jesús temblara, temiera y le pidiera al Padre en su agonía, que le alejara de aquél cáliz, de no ser estrictamente imprescindible beberlo.

Pero recuerda, concluye Modesto, antes de nuestra despedida, que la Resurrección de Jesús, es una llamada a la renovación, para intentar ser cada uno como debemos de ser. Jesús resucitó y también nosotros hemos de resucitar, al amor, al perdón, a la tolerancia, a la comprensión, a la solidaridad, y desterrar la mentira, la hipocresía y la calumnia.

Y finalmente, preguntarnos ¿Cómo quiere Jesús de Nazaret, que yo resucite en mi interior, para que no se sienta triste y dude de no habernos dejado un mundo nuevo?

Autor: José Guillermo García Olivas

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