lunes, 7 de noviembre de 2011

SÓLO EXISTE EL PRESENTE



SÓLO EXISTE EL PRESENTE (I)
Los cristianos, para acostumbrarnos a vivir bien el presente, debemos saber olvidar el pasado y no preocuparnos por el futuro” Chiara Lubich.

En la vida espiritual nuestra relación con el tiempo es clave. Es verdad que somos seres espacio-temporales, pero a la vez estamos destinados a la vida eterna que es una vida no atravesada por el espacio ni por el tiempo. La dificultad de imaginar qué pueda ser la Eternidad consiste, entre otras razones, en que en ella dejaremos de vivir en el espacio y en el tiempo.

Sin embargo, la Trinidad habita en nosotros. La inhabitación divina en el hombre tiene una serie de consecuencias prácticas, más o menos visibles para el prójimo, que son fundamentales para el hombre espiritual. Esas consecuencias, por un lado, surgen de la participación humana de la vida eterna que habita ya en el corazón de la criatura; por otro lado, es resultado de la acción divina en el hombre mediante la gracia. Pues bien, una de las consecuencias perceptibles del cristiano en cuanto tal es su relación con el tiempo. Probablemente es una de las más escandalosas para el mundo.

Por influencia del cristianismo solemos entender el tiempo de modo lineal: pasado, presente y futuro. Damos por hecho que entre esas tres instancias se da un hilo oculto que engarza el pasado con el presente y éste con el porvenir. Este esquema lineal lo aplicamos a nuestras vidas individuales y a la vida de los pueblos; la Historia es inconcebible sin esa linealidad. Sin embargo, todo eso es muy arbitrario y es verdad hasta un cierto punto.

Sobre la escasa importancia que da el Señor al pasado, leemos en Lc 9, 62: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios. Con esta frase tan dura sale al paso Jesús de las objeciones muy lógicas de quienes deseaban seguirle pero antes querían, por ejemplo, enterrar al padre o despedirse de su familia. Si interpretamos esta frase desde nuestro tema, lo que parece decirnos Jesús es que su seguimiento se da sólo y exclusivamente en el presente. El pasado ya no existe y sólo Dios se hace Presencia en el presente. A Dios sólo le importa nuestro presente.

Desde hace algo más de un siglo las ciencias humanas - en especial la psicología profunda y la sociología - han logrado establecer como principio que el pasado determina o influye sobremanera en nuestras vidas. Si queremos saber qué somos, buceemos en nuestra infancia, indaguemos las relaciones que tuvimos con nuestros padres o hermanos, qué ambiente escolar vivimos, los amigos que nos acompañaron, la influencia que tuvo en nuestra familia la situación económica del país o la pertenencia a una cierta clase social.

Según este principio de la prioridad del pasado sobre el presente, nuestras decisiones laborales, de estudio o afectivas son el resultado de un conglomerado de causas pasadas que, con tonalidades diversas, siguen influyendo en la personalidad del individuo. Nadie duda de la influencia del pasado, pero lo nuevo de este principio científico es que nuestro presente hay que entenderlo a la luz de nuestro pasado.

Muy posiblemente Sigmund Freud, en el ámbito de lo biográfico, y Carlos Marx en el campo de la historia, han sido los que más han hecho para instaurar el principio de la preeminencia del pasado sobre el presente y el futuro. Como es sabido, ambos autores ateos. No es casual.

Volvamos a la frase de Nuestro Señor. Quien pone la mano en el arado, es decir, quien ha tenido experiencia de Dios y le sigue, tiene una vivencia actual, presente en su vida. Es una experiencia que no puede ser reducida a causas psicológicas, sociológicas o históricas, porque es pura gracia; sin embargo, es una experiencia que se da en el hombre respetando completamente su modo de ser: por tanto se da en el tiempo presente. No puede haber nada en su pasado que influya ni explique el porqué de la presencia de Dios en su vida. Ni mucho menos puede haber en el pasado del hombre nada que distraiga o desvíe al hombre de esa unión con Dios dada en el presente (la familia a la que hay que despedir o el padre que hay que enterrar). Otra cosa, claro está, es que el hombre se deje desviar.

Es muy cómodo pensar que en mi pasado se halla la explicación de mi vida. Nuestra responsabilidad actual se diluye en un sinfín de experiencias pretéritas que no recordamos; muchas de ellas, además, ni siquiera han sido cosa nuestra: las hemos padecido. Basta invocar el entorno” para exculparnos de nuestros defectos y concluir sin remilgos que es que somos así o nos han hecho así. Ni siquiera nosotros mismos creemos en nuestra libertad.

Pero el pasado ya no existe. Sólo existe el presente. Y el presente tiene consistencia propia; es la consistencia que le da el Señor del tiempo, Dios. Creer que el pasado define mi presente es caer en una concepción en la que la gracia sobrenatural no tiene ningún papel - pues todo se explica mediante causas psicológicas o sociológicas - . Es creer que lo que somos se ha forjado en exclusiva por nuestros actos y decisiones, junto con las de los demás. Por tanto, nuestros éxitos y fracasos son efectos destilados despaciosamente a lo largo de los años.

Pero el cristiano sabe que sólo puede vivir el ahora como un ahora que tiene sentido por sí mismo, sin echar mano del pasado.

La única nostalgia que puede permitirse el creyente no es la de un pasado feliz o la de un pasado que no tuvo pero que le hubiera gustado vivir, sino la nostalgia de un Dios que dándose aquí y ahora, se nos oculta misteriosamente. La nostalgia de una búsqueda incesante, no de un pasado que no volverá.

Pero más peligroso que estar anclados en el pasado, es estar pensando en el futuro. Lo trataremos próximamente.

Un saludo.

SÓLO EXISTE EL PRESENTE (Y II)
El presente es el punto en el que el tiempo coincide con la Eternidad. C.S. Lewis.

Escribía en el último post que para el hombre espiritual sólo cuenta el presente. El pasado existe en la medida en que es el suelo nutricio del ahora; del pasado podemos hablar, sentirnos orgullosos o decepcionados, pero no podemos estar apegados a él. El pasado pasó.

Quizá sea la fantasía de un futuro mejor - o el miedo a un mal futuro, tanto da - el gran peligro que se cierne para vivir el tiempo como Dios desea.

Escrutopo, el demonio preferido de C.S. Lewis, dedica una enseñanza a su sobrino Orugario sobre la conveniencia de insuflar a los humanos ideales que se supone sólo se cumplirán en el futuro. Poco importa que sean metas sublimes o tenebrosos proyectos de muerte; lo importante es que el presente se oriente según esas metas que no existen más que en las mentes del hombre. Porque el futuro, como el pasado, no existe. Tanto el pasado como el porvenir tienen un poder subyugante para aquel que ve en ellos imaginariamente una atracción o influencia que realmente no se da.

El futuro es especialmente atractivo. O mejor: lo atractivo es estar pendiente de lo que pueda pasar, de lo que aún no ha acontecido, pero quién sabe si ocurrirá. Todos pensamos en un futuro mejor y si no tenemos confianza en ello, nos sumimos en un estado de postración vital lamentable. Lo contrario es igualmente válido. La posibilidad de un cambio en nuestras vidas a mejor nos da esperanzas para afrontar las dificultades del presente.

No pocos filósofos han destacado que el hombre es un ser abierto al futuro, necesitado de un proyecto vital que incluye objetivos, metas o ideales futuros que regulen su presente. Es verdad, el hombre es un ser proyectivo, con su mirada puesta en el horizonte, hambriento de alcanzar lo que presiente en el presente: vida que no pasa, felicidad plena, comunión con el Todo, paz infinita puesta en el único Amor que no defrauda.

Pero precisamente porque el hombre es un ser proyectivo, el riesgo de estar suspendido del futuro es grave. Escrutopo dice a su sobrino: El Enemigo [es decir, Dios] quiere que los hombres piensen también en el futuro: pero sólo en la medida en que sea necesario para planear ahora los actos de justicia o caridad que serán probablemente su deber mañana. El deber de planear el trabajo del día siguiente es el deber de hoy; aunque su material está prestado del futuro (). Su ideal [el de Dios] es un hombre que, después de haber trabajado todo el día por el bien de la posteridad, lava sus manos de todo el tema, encomienda el resultado al Cielo y vuelve al instante a la paciencia o gratitud que exige el momento que está atravesando.

Como buen demonio Escrutopo conoce bien el designio de Dios para el hombre. El futuro es relevante en cuanto influye en el presente y deja en manos de la Providencia no sólo los resultados, sino la manera en que influyen los proyectos en el presente de los hombres. El futuro vivido cristianamente tiene que ver con el abandono y la plena confianza de que estamos en manos de Dios.

Para el humilde sólo existe el presente. Un presente antecedido por un pasado que no volverá, pero en el que Dios estuvo presente; un presente que, porque en él habita Dios, apunta a un futuro que aún no es.

Sólo se puede pensar el futuro en el presente. Sólo se puede recordar el pasado en el presente.

Cuando pensamos que nosotros somos los dueños de nuestra vida, cuando creemos que somos propietarios de nuestro tiempo - mi tiempo es mío como lo es mi cuerpo, mis hijos o lo que escribo -, cuando nuestro corazón está anegado de orgullo y no reconoce que todo es don, entonces el futuro se convierte en el ídolo por excelencia. Nuestras esperanzas y alegrías, nuestras energías y expectativas, todo, depende de lo que pasará.

Poco importa que esos ideales sean de un signo o de otro. Tan fatídico es el ideal comunista o nazi, como el de un mundo en el que todos estén obligados a creer en Dios. Tan necio es un hombre ignorante de Dios, como el que se empeña en hacer apostolado sosteniéndose en sus propias fuerzas, no en las del Señor. Tan atolondrado es un partido político que cree que el futuro lo escribe su gobierno, como el de una iglesia que piensa que la extensión de su fe depende de la brillantez de sus planes pastorales.

Sospechemos de un futuro que pervierte el presente, alejándonos de Dios y de nosotros mismos. El futuro, como el pasado, confluyen en el aquí y en el ahora. Lo demás es nostalgia estéril o escapismo. Envolvámoslo como lo envolvamos, huída de Dios.

Un saludo.

Carlos Jariod Borrego

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir esta reflexión, todos en alguna etapa de nuestra vida pasamos por momentos que nos marcan, pero debemos dejarlo en manos de Dios y seguir mirando hacia adelante, al nuevo día que nos regala