martes, 15 de noviembre de 2011

MADRES E HIJAS: UN COMPROMISO DE AMOR



Cuando Dios nos concede el gozo de ser madres de una niña, tenemos con ellas un reto fundamental: enseñarles a cambiar el mundo.

¡Qué hermoso es saberse elegida por la gracia divina para preservar la raza humana! Amiga mía, tú y yo estamos hechas con potencias que naturalmente tienden a acoger, cuidar, custodiar, velar, formar y estar atentas al desarrollo de una nueva vida humana.

Cuando Dios nos concede el gozo de ser madres de una niña, el reto, la misión, la formación, el estado de perfección a plasmar en "ellas" será especialmente mayor, con más atención, concentración y olvido de una misma pues estaremos educando alma y corazón, inteligencia y voluntad para abrirse en su momento a la vida misma, pues como conciencia femenina, esa o esas niñas habrán sido educadas para ser visionarias y seguir sosteniendo y trasmitiendo el concepto de familia, como lo fue en su momento nuestra Santísima Madre cuando dijo "sí, quiero ser la mamá de Jesús".

Se nos pregunta a través de María, si queremos ser madres, si estamos en disposición de ceder nuestra libertad personal en pos de la instalación del reino de Dios en el mundo. ¡Qué privilegio extraordinario nos ha dado nuestro Padre! El don singular que Dios hizo a la Madre del Señor no sólo testimonia lo que podríamos llamar el respeto de Dios por la mujer: también manifiesta la consideración profunda que hay en los designios divinos por su papel insustituible en la historia de la humanidad. Antes que Jesús naciera se nos pregunta, a través de esta mujer llamada María, ¿cuánto quieres influir en la construcción de mi Reino? ¿Hasta dónde deseas ayudarme? ¿Quieres llevar la cultura de la fe, las tradiciones y valores a los hombres? ¿Quieres ser la sal de la tierra y la luz para las inteligencias?

Nuestra Potencia Biológica.
Dentro de la ciencia es extensamente conocido que los aspectos bioquímicos femeninos son increíblemente sofisticados, solemos vivir más, tenemos un sistema inmunológico fuerte, nuestro metabolismo quema pocas calorías; y todo esto nos dice que Dios creó y formó a la mujer, sabía que sería la escogida para portar la vida. Llevamos la maternidad inscrita en nuestro cuerpo, somos la vasija, el ánfora que acoge a cada ser humano que nace y después de dar a luz permanecemos ahí para llevar a su desarrollo pleno a cada criatura. El hecho de estas características biológicas me dice mí que Dios nos concede la gracia de de ayudarle a extender su reino. No es necesario darle demasiadas vueltas: Dios nos ha hecho para ser madres.

Nuestra Potencia Psicológica.
Como mujeres nuestra configuración psicológica también es muy especial pues llevamos a la sociedad, a la familia, a la empresa cualidades como agudeza de ingenio, intuición, ternura sin precedentes cuando se trata de consolar, capacidad para sembrar la fe, tradiciones y valores como nadie. La mujer católica según Enrique de Ossó es como el maravilloso conducto por el que el fuego del amor divino se comunicará al mundo. Nosotras somos las que sembramos en el fondo de las conciencias infantiles el amor auténtico a través de nuestra propia entrega. Es importante entonces que si eres madre de una niña, desde su más tierna edad siembres en ella valores como la empatía, la ternura, el espíritu de servicio, y la prudencia. Valores que le servirán para ir configurando una personalidad densa y firme que la destacará entre la masa. Es importante que hagas una revisión profunda de la forma en que tu misma estás viviendo estos valores, ya que con apenas cuatro años una niña ya está en la capacidad de mirar o no con compasión a los demás; de brindar ternura a un recién nacido; salir al paso para ayudarte a sacar las compras y ofrecer algo de tomar a sus amiguitos cuando llegan a visitarla.

Nuestra Potencia Espiritual.
Como mujeres también tenemos la tarea de espiritualizar la sociedad. En nuestra época caracterizada por la velocidad y el vértigo hay muy pocas respuestas para el silencio interior. Por esto mismo es importante a que, como diría Santa Teresa de Jesús, nos "determinemos determinadamente" a ser mujeres que tengan una vida interior profunda para llegar a conquistar un corazón recio cuya característica fundamental será la generosidad al amar. Santa Teresa de Jesús, impecable conocedora de la psicología femenina decía que era de "corazón recio" y así quería a sus hijas "nada mujeres" dando a entender que no le gustaban las quejas y los comentarios que se achacan a menudo al mundo femenino.

Cuando somos mujeres orantes, comprometidas apasionadamente a tener ese "nudo" espiritual con Jesucristo nos convertimos en mujeres fuertes, con una fortaleza que va más allá de lo natural porque se apoya en la gracia y el poder de Dios. Esto nos capacitará para educar mejor a nuestras hijas, especialmente en el espíritu de sacrificio, espíritu del cual la sociedad moderna lucha por apartarnos mostrándonos que ser sacrificadas es estar alineadas o ausentes de personalidad. Cuando es todo lo contrario, si les enseñamos a nuestras hijas a sufrir con calma y abandono serán mujeres emocionalmente más fuertes y capaces. Es importante que les enseñemos con prontitud y convencimiento, que el sufrimiento es parte del proceso de la vida, es uno de los protagonistas de nuestro guión biográfico y que ofrecido a Dios por su reino nos ayuda a alcanzar la propia Santidad personal.

Si Dios te da hijas...
Si Dios te confía formar y preparar hijas para preservar nuestra raza humana, anímate, amiga, a darles una educación que las lleve a tener el valor de ir contra la corriente. Fomenta en las mujeres del mundo el querer amar con un Amor grande y radical; que sean valientes y fuertes a la hora del dolor; que imiten a las más grandes santas; que sean sencillas y celosas de su intimidad; que tengan un corazón abierto y generoso.

Pidámosle a Santa María, la Madre por Excelencia, que nos ayude a enseñarle a nuestras hijas a dárselo todo a Dios, y que nos lo enseñe a ti y a mí.

Sheila Morataya-Fleishman

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