domingo, 20 de noviembre de 2011

LAS COSAS CLARAS



Es conocido, el dicho popular que dice: “Las cosas claras y el chocolate espeso”.

El hombre nace con un deseo de claridad, con un deseo de conocer la verdad, instintivamente no perdona que le engañen. El obispo Fulton Sheen, dice que: El hombre quiere tres cosas: vida, conocimiento y amor. La vida que quiere no es la vida por dos o tres minutos, sino la plenitud de la vida sin desazones, sin hastío, sin ancianidad. La verdad que quiere, es no solo el conocimiento de la geografía con exclusión de la literatura, o de las verdades de la ciencia con exclusión de la filosofía; quiere saber todas las cosas. El hombre es incurablemente curioso. Finalmente quiere amor. Lo necesita porque está incompleto dentro de sí mismo. Quiere un amor sin celos, sin odios, y por encima de todo; un amor sin saciedad, un amor dotado de un constante éxtasis en el que no haya no soledad ni cansancio.

El hombre pues, necesita vida, conocimiento y amor, porque él está creado por Dios a su imagen y semejanza, Y Dios es el que tiene la vida, la verdad y el amor. La vida que anhelamos, no es esta vida terrenal, sino que es una vida eterna y ella solo nos la puede dar Dios, porque Dios es la eternidad misma, Dios es el que cuando nos creó nos dio la vida eterna y esta vida eterna nuestra, podrá ser eternamente dichosa, o eternamente odiosa, según queramos escoger aceptando y no, el amor que Dios nos ofrece. El conocimiento de la verdad, que nosotros queremos tener, solo lo tiene Dios, que es la Verdad, antítesis del maligno que es el padre de la mentira. Y en cuanto al amor, el hombre necesita amar y ser amado; no puede prescindir del amor, y cuando este le falta, cae en el error de amarse así mismo, y se convierte en in ególatra.

Pero centrándonos en el tema del conocimiento de la Verdad, para alcanzarla y evitar las trampas y ardides de nuestro enemigo, el maligno padre de la mentira, hemos de tener muy claras las ideas que nos lleven por el camino del Señor. Y para ello vamos a tratar sobre algunas de ellas.

La primera y lo más importante de todas las ideas que tenemos que tener muy claras, es la fe, porque partiendo de ella, se levante el edificio de nuestra espiritualidad. Si carecemos de fe, todo lo que viene detrás carece de fundamento. Es imposible construir la futura glorificación de nuestra persona en el cielo, si no creemos que Dios exista, ni que exista el cielo. La fe admite muchos grados de fortaleza, pero si existe una aunque sea una débil fe, siempre tenemos la oportunidad de irla fortaleciendo.

La segunda es el amor. Como sabemos, la esencia de Dios es el amor y solo el amor, tal como reiteradamente nos lo manifiesta San Juan evangelista (1Jn 4,17). El amor es esencial para el hombre, porque él necesita amar y ser amado, y cuando esto no funciona correctamente, el hombre cae en el vicio de amarse a sí mismo, tal como antes ya hemos escrito. Hasta tal punto considera el Señor que es importante el amor, que el primero de sus mandamientos así nos la hace saber. En el parágrafo 2.255 del Catecismo de la Iglesia católica se nos dice: Cuando le hacen la pregunta: “¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mt 22, 36), Jesús responde: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas(Mt22, 37-40; cf. Dt 6, 5; Lev 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley: En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 9-10).

La tercera idea, gira como la anterior entorno al amor, porque nunca hemos de olvidar, lo que es y debe de representarnos el tremendo amor que Dios nos tiene: Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El. (Jn 3,16-17). El amor de Dios, es un amor absoluto y total, un amor que hasta a los mismos ángeles los tiene admirados y no acaban de comprender, porqué ese amor desmesurado del Señor con los hombres y mucho menos todavía, el poco aprecio que nosotros hacemos de este amor. Es un amor, como todo amor con fuerza, celoso de que el amado no le ame y ame más a lo que Él ha creado que a Él mismo. Es un amor que abrasa, porque es un fuego de amor que cuando uno se deja envolver por él, ya nada le importa ya solo piensa día y noche en su amado y está siempre suspirando por el encuentro con Él.

La cuarta idea que siempre hemos de tener bien clara, es que como consecuencia de este amor que antes hemos reseñado, el Señor desea que todos nos salvemos aceptando su amor y seamos eternamente felices con Él en el cielo, por lo que pariendo de esta idea, hemos de tener muy claro que debemos confiar siempre en el Señor, pase lo que nos pase sea bueno o malo, porque todo lo que pasa en el mundo y en especial a nosotros es o bien querido o bien permitido que ocurra por el Señor, y su finalidad es siempre muy clara, va encaminada a nuestra salvación.

Por lo tanto:
Sea bueno o malo lo que recibamos, de sus divinas manos viene y es lo que más nos conviene, aunque no lo comprendamos”.

Aceptemos siempre lo que nos suceda como algo querido o permitido por Dios para nuestro bien, pues él tiene una visión absoluta de todo, de lo pasado de lo presente y de lo futuro, pues no tiene puesto ningún dogal de tiempo como nosotros lo tenemos. Lo nuestro es la mirada de una hormiga, no vemos más allá de nuestras narices.

Hay bastantes más cosas que debemos de tener claras, como por ejemplo la necesidad de perseverar, la de amar a los demás, la de buscar nuestra perfección desterrando nuestros vicios y acrecentando las virtudes, y otras más de las que trataremos en otras glosas.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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