miércoles, 30 de noviembre de 2011

CONFIANZA EN EL SEÑOR



La confianza es una certidumbre serena de no ser defraudados, ella no se impone, se inspira.

Y si la inspiración se traduce en fe, hemos encontrado el camino de la confianza. Porque nadie confía si no media la fe, y si hay confianza, detrás viene la esperanza. La confianza está a caballo de la fe y de la esperanza. Solo se confía en lo que se espera como fruto de la fe. Se puede tener confianza cuando se espera con fe, pero la espera sin fe no existe. La confianza es siempre la espera basada en la fe, es decir en la esperanza. Pero la confianza también está ligada a la seguridad, se podría decir que la confianza tiene sus raíces en la seguridad.

La confianza consiste, a menudo, en esperar contra toda esperanza. Pero es de la confianza, desde donde nace la esperanza. Es la confianza, decía Santa Teresa de Lisieux y solo es la confianza, quien debe llevarnos al amor. El gran problema que tenemos es que decimos que tenemos fe y sí, la tenemos, pero es tan pequeñita, que de ella no puede brotar con fuerza, ni la confianza ni después la esperanza, y entonces nos aparece el miedo y la desesperanza.

Tomemos un sencillo silogismo. Primera premisa: Decimos que creemos en Dios que es omnipotente. Segunda premisa: Dios nos ama desesperadamente. Conclusión: Nada malo nos puede pasar, y si tenemos miedo de que nos pase, la culpa es nuestra por no confiar en Dios. Existe una segunda parte de esta conclusión, y es la de que tenemos que considerar, que todo lo que nos pasa, lo consideremos bueno o mal, es siempre lo que más nos conviene, para nuestra eterna felicidad.

El Señor jamás nos abandonará, y así lo manifiesta el profeta Isaías: “¿Puede acaso una mujer olvidarse del hijo que amamanta, no compadecerse del fruto de sus entrañas? ¡Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría!” (Is 49,15).

El que comprende que con la confianza en Dios lo obtiene todo, puede comenzar a construir sobre roca. El que no lo comprende, construye sobre arena. Ya se sabe lo que dijo el Señor. Cayo la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa; pero no cayo, porque estaba fundada sobre roca. Pero el que me escucha estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edifico su casa sobre arena. Cayo la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, que se derrumbó estrepitosamente. (Mt 7,25-27).

Si nuestra confianza es débil, también lo será nuestra fortaleza en el Señor. Dios puede permitir que algunas veces nos falte el dinero, la salud, el talento, las virtudes, pero nunca nos faltará Él mismo, ni su ayuda ni su misericordia, ni todo aquello que nos permita acercarnos más estrechamente a Él, amarle más intensamente, amar mejor al prójimo y alcanzar la santidad. Si el Señor permite que se nos pongan delante, verdaderas montañas de dificultades, es precisamente para probar nuestra confianza en Él. Pero no nos importe el ambiente, las dificultades que rodean nuestra vida, si nos dirigimos llenos de fe y confianza hacia el Señor, Él nunca desampara a nadie que se le confía y mucho menos a uno de sus predilectos. ¿Quieres ser tú uno de ellos? El Señor te está esperando.

El secreto de nuestra fuerza y nuestra grandeza consiste en que estemos vinculados a la cabeza y nos dejemos guiar y conducir por Él; en que no nos aislemos, en que no nos apoyemos en nosotros mismos, en que no nos abandonemos a una necia y orgullosa confianza en nosotros mismos. El todo lo que pide, es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes por humildad y que nos abandonémonos en Él, que Él hará el resto.

Y sobre todo el amor, para llegar al cual solo tenemos un camino. ¡La confianza y nada más que la confianza! Este es el único camino por el que se llega al Amor. En la vida espiritual, no hay más que una sola cosa a la que temer; a la falta de confianza en Dios. Nos desalentamos a menudo a causa de nuestras debilidades que nos humillan.

Fe, confianza y esperanza son las tres patas donde se asienta la más excelsa de las virtudes que es el amor. Si no creemos (fe), difícilmente podemos tener confianza en quién no creemos (confianza), y si no confiamos, más difícil todavía será esperar algo de quien carece de nuestra confianza (esperanza). En definitiva el amor nuestro amor, nuestro deseo de amarle, carecerá de silla o apoyo en que asentarse. Por ello, tal como manifiesta el P. Liberman, una de las cosas que más paralizan a los hombres en sus relaciones con Dios y que les impide el avanzar más, es la falta de confianza y de esperanza en Él.

Para el polaco Slawomir Biela: Confiarse a Dios puede ir unido muchas veces a la pérdida de todos los apoyos humanos. Entonces, entrarás en el camino de un abandono cada vez más auténtico, que abarcará todas las esferas de tu vida. La confianza en Dios puede llegar a ser inamovible solo si uno está dispuesto a aceptar todo lo que venga de la mano del Padre. Y de acuerdo por lo manifestado por la mártir Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein). Solo Él sabe lo que nos conviene. Y si alguna vez fuese más conveniente la necesidad y la privación que una renta segura y bien dotada, o el fracaso y la humillación mejor que el honor y la fama, hay que estar también dispuesto a ello. Solo así se puede vivir tranquilo en el presente y en el futuro.

Este es nuestro gran drama: el hombre no tiene confianza en Dios, y entonces, en vez de abandonarse en las manos dulces y seguras de su Padre del Cielo, busca por todos los medios arreglárselas con sus propias fuerzas, haciéndose así terriblemente desgraciado. Y esta es la gran victoria del padre de la mentira de nuestro gran acusador: ¡Conseguir poner en el corazón de un hijo de Dios la desconfianza hacia su Padre!

Dios nos da en la medida en que esperamos de Él, nos dice San Juan de la Cruz. Y San Francisco de Sales también nos dice: La medida de la providencia divina para nosotros es la confianza que tenemos en ella. Y es ahí donde radica el auténtico problema; muchos no creen en la Providencia porque nunca la han experimentado. ¿Y que hay que hacer para experimentarla? Primeramente, el reconocimiento de nuestra propia nada, tener una confianza de niño en Dios y la fe en su amor, que son las condiciones que conforman la actitud que hace posible el milagro.

En el camino espiritual debemos lanzarnos hacia Dios, y después confiar en que nos agarrará. Si llenos de preocupación tratamos de agarrar a Dios o de controlar, como Dios tiene que agarrarnos, podríamos caernos. Nunca dudemos del amor que el Señor nos tiene y confiemos en Él. En una revelación, el Señor le dijo al Beato Susón: Aunque dudes de ti mismo, no debes nunca dudar de mí. Confía, pues, en Mí y obedece. Porque al final, solo el que confía en el Señor construye sobre roca viva, y encuentra la paz y la felicidad en este mundo.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

1 comentario:

Nancy dijo...

Bendito sea Dios porque Él me lo diò y a Él torno mi hija de solo 4 añitos al morir por un accidente. Mi confianza en Dios fue puesta a prueba y no me vi defraudada, apesar de todo el dolor desgarrandome el Alma asepte todo lo que nos pasaba y solo pedi a el Señor con una jaculatoria "DIOS MIO VEN EN MI AuXILIO, SEÑOR DATE PRISA EN SOCORRERME" y la Fortaleza inundaba a todos en mi familia y sobre todo nos trae Paz, la paz no como la dan los Hombres sino aquella que solo proviene de aquel que nos creo. Bendiciones