Fíjense qué curiosa noticia.
Leo que una de las reliquias más veneradas entre los ortodoxos, el llamado “Santo Cíngulo de la Virgen” o cinturón de la Virgen, abandona el monasterio de la Anunciación de Vatopedy, el segundo en rango de los que pueblan el Monte Athos en Grecia, del s. X, donde es venerada, para realizar una visita en peregrinación por toda Rusia. La visita dará comienzo en San Petersburgo, y el motivo de la misma no es otro que pedir por la preocupante situación demográfica en el país, donde entre otras cosas por culpa del elevado índice de abortos, se ha producido en los últimos años un preocupante retroceso poblacional de casi un 3%.
¿Pero qué es el Santo Cíngulo de la Virgen, el llamado “hagia zoni” en griego?
Pues bien, se trata de un cinturón realizado en pelo o lana de camello tejido, según la tradición, de la propia mano de la Virgen María (En la imagen, la Virgen lo sostiene en sus manos.)
Pues bien, se trata de un cinturón realizado en pelo o lana de camello tejido, según la tradición, de la propia mano de la Virgen María (En la imagen, la Virgen lo sostiene en sus manos.)
Obtiene carta de naturaleza en la literatura apócrifa, concretamente en el llamado Narración del Pseudo José de Arimatea, donde se cuenta cómo se produjo la entrega del mismo al apóstol Santo Tomás, que tuvo que volver para ello de la India, donde se hallaba:
“Después el bienaventurado Tomás se puso a contarles cómo se encontraba celebrando misa en la India. Estaba aún revestido de los ornamentos sacerdotales cuando ignorando la palabra de Dios, se vio transportado el monte Olivete y tuvo ocasión de ver el cuerpo santísimo de la bienaventurada Virgen María que subía al cielo; y rogó a ésta que le otorgara una bendición. Ella escuchó su plegaria y le arrojó el cinturón con que estaba ceñida. Entonces él mostró a todos el cinturón” (op.cit. 20).
“Después el bienaventurado Tomás se puso a contarles cómo se encontraba celebrando misa en la India. Estaba aún revestido de los ornamentos sacerdotales cuando ignorando la palabra de Dios, se vio transportado el monte Olivete y tuvo ocasión de ver el cuerpo santísimo de la bienaventurada Virgen María que subía al cielo; y rogó a ésta que le otorgara una bendición. Ella escuchó su plegaria y le arrojó el cinturón con que estaba ceñida. Entonces él mostró a todos el cinturón” (op.cit. 20).
La Narración de José de Arimatea forma parte, dentro de la literatura apócrifa, del género que se da en llamar “literatura asuncionista”, en la base de la tradición cristiana de la Asunción de la Virgen María, junto con otros títulos como el Libro de San Juan Evangelista o el Libro de Juan Arzobispo de Tesalónica. Y aunque dentro del género es uno de sus más tardíos títulos, - es improbable que date de antes del s. IX -, tiene entre sus atractivos precisamente el de aportar esta bonita historia del cíngulo de María que llena la iconografía y la literatura de corte sacros. Recibe su título por venir firmado por el discípulo que aportó la tumba de Jesús, cosa que hace con estas palabras:
“Yo soy José, el que depositó el cuerpo del Señor en mi sepulcro y le vi resucitado; el que guardó de continuo su templo sacratísimo, la bienaventurada Virgen María, antes y después de la ascensión del Señor; el que escribió finalmente en el papel y en mi corazón las palabras que salieron de la boca de Dios y el modo como llegaron a realizarse los acontecimientos arriba consignados” (op.cit. 24).
“Yo soy José, el que depositó el cuerpo del Señor en mi sepulcro y le vi resucitado; el que guardó de continuo su templo sacratísimo, la bienaventurada Virgen María, antes y después de la ascensión del Señor; el que escribió finalmente en el papel y en mi corazón las palabras que salieron de la boca de Dios y el modo como llegaron a realizarse los acontecimientos arriba consignados” (op.cit. 24).
En cuanto a la Asunción de María, en el seno de la Iglesia católica, la consolidada tradición es elevada a dogma en 1950 por el Papa Pío XII, mediante la Bula Munificentissimus Deus, en lo que constituye a la vez el último dogma proclamado de la fe católica, y la primera y única manifestación hasta la fecha del dogma de la infalibilidad papal. Aunque en la Iglesia ortodoxa la Asunción de María no ha sido declarada dogma, reviste, como vemos, consolidada veneración, manifestación de la cual, por ejemplo, la presente reliquia.
Por lo que se refiere al Cíngulo de Vatopedy, quiere la tradición que la reliquia se hubiera conservado en Jerusalén hasta el s. IV, en la que aparecen indicios de hallarse en Zela, Capadocia. El Emperador español Teodosio el Grande la habría devuelto a Jerusalén, y luego su hijo Arcadio trasladado a Constantinopla. En tiempos del Emperador León VI el Sabio se le atribuye la curación de la Emperatriz Zoe. En 1185, con motivo de la derrota del Emperador Isacio por el rey de los búlgaros Asán, la reliquia habría sido llevada a Bulgaria, de donde habría partido posteriormente a Serbia. Precisamente el príncipe serbio Lázaro I (1372-1389) habría hecho entrega de la misma al monasterio de Vatopedy para su custodia.
El Santo Cíngulo de Vatopedy no es, sin embargo, el único que se venera en el mundo, pues se conserva otro con parecida tradición en la catedral de San Esteban en Prato (Italia), donde existe de hecho una capilla del Santo Cíngulo.
Volviendo a la tradición ortodoxa de la reliquia, es norma que los monjes de Vatopedy entreguen a las feligresas pequeñas reproducciones del cinturón de la Virgen las cuales acompañan con unas oraciones y las instrucciones de unos ayunos encaminados, precisamente, a tratar problemas de infertilidad. Es la única manera en la que las mujeres pueden venerar esta reliquia, pues como es bien conocido, los espectaculares y monumentales monasterios del Monte Athos no son visitados más que por hombres.
Luis Antequera
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