miércoles, 13 de julio de 2011

SOR TERESITA



DIARIO CLARIN (ARGENTINA) - 13/07/2011
Tiene 103 años y lleva nada menos que 84 viviendo en un monasterio de clausura de España.

Por primera vez accedió a revelar para un libro de reciente aparición cuáles son las claves que le permiten llevar una vida plena y feliz, pese a las severas exigencias de su orden religiosa.

SOR TERESITA. Lleva 84 años viviendo en un monasterio de clausura.
Sor Teresita podría perfectamente estar en el Libro Guinness de los Récords. Con 103 años es la monja que más tiempo lleva en el mundo en un monasterio de clausura. Pero lo más relevante de su vida no se mide en años, por más que la cantidad impresione. Ni siquiera lo es su perseverancia, que tiene su valor. Lo realmente importante es que en todo ese tiempo fue, y sigue siendo, feliz. Que no necesitó para serlo de todo lo que anhela habitualmente una persona - a veces, cosas muy legítimas y valiosas; otras veces, cosas menos necesarias y hasta vacuas -, sino sólo responder a la vocación, que en su caso describe como un impulso interior confirmado por un llamado de Dios.

No le pesó quedar enclaustrada desde los 19 años dentro de un monasterio del siglo XII que sigue la severa regla de San Benito: el cisterciense de Buenafuente del Sistal, en Guadalajara, España, enclavado en una geografía agreste, y soportando un clima que pela los huesos casi todo el año. Es verdad que alguna crisis sufrió por el hecho de que su única actividad es la oración y pensaba que quizá debía hacer otras tareas. Tiene Maitines a las 6; Laudes a las 7,30; Tercia y eucaristía a las 8,15; Sexta a las 12,40; Nona a las 15,30; Vísperas a las 18,30, y Completas a las 21. Pero siempre tuvo claro que en su vida no hay un don más valioso que la oración. "Sin ella no puedo vivir", admite.

El de Sor Teresita es el testimonio más valioso de entre los diez brindados por monjas de clausura que compila el periodista Jesús García en su libro "Qué hace una chica como tu en un sitio como este" (Ed. Libros Libres), que acaba de aparecer en España. Nacida en Foronda, provincia de Alava, el 16 de setiembre de 1907, es la primera de siete hermanos de una familia de labradores que trabajan de sol a sol y por lo cual debió dejar la escuela a los 12 años. Pero sor Teresita dice que era feliz. Sin embargo, su padre - un fervoroso católico - quería que fuese monja, acaso para liberarla de la dura faena, pese a que ella creía no tener vocación religiosa.

Con todo, la jovencita decidió indagar más profundamente y se puso a rezar. Empezó a sentir una fuerte inclinación hacia la vida consagrada. Hasta que realizó unos ejercicios espirituales con el fin de discernir si "era más una cosa mía que de Dios". Tras ellos, no tuvo dudas. Quería ser monja.

-¿Llegó a tener novio? - inquirió García.
-Hombre, había dos o tres que me seguían.
-¿Ninguno la convenció?
-Me convenció el Señor y ahí se quedaron los demás.

A poco de los ejercicios, su confesor le dijo que en una comunidad de Alava pedían vocaciones. "Allí fui sin tener idea de adónde iba ni qué iba a encontrar", dice.

-¿No sabía lo que era un cister?
-Nada de nada.
-Eso es un poco locura.
-Yo me dejaba llevar, pero es tan bonito hacer las cosas así.
-¿Por qué?
-Porque ves las manos de Dios detrás de ti toda tu vida. El Señor me llamó, yo dije allí voy, y él me acompañó.
-¿Cómo lo percibió?
-Sentí el llamado. Es muy bonito escuchar la voz de la conciencia. Es allí donde habla Dios.
-¿Cómo lo hace?
En la oración. Le pedía a Dios, a la Virgen, a santa Teresita, a todos los santos que me acudieran en mi ayuda...
-¿A la Virgen también?
-¡Qué sería de mi sin ella!

Recuerda que cuando ingresó al monasterio su padre la acompañó, pero que, al ver la zona donde está, tan inhóspita, le dijo que si él hubiese estado mejor económicamente, la habría regresado. "Yo le dije que no estaba aquí por eso", cuenta. Agrega que "lo divertido fue que luego vino con una de mis hermanas - que siguió sus pasos -, pero a la tercera no la dejó ni muerto".

La vida de oración de sor Teresita empieza a las 5:30 a.m. y termina a las 10 p.m. de la noche. Una vida de enclaustramiento que apenas permite una salida un día a la semana. Y que solo se interrumpió durante la Guerra Civil Española, cuando el lugar se convirtió en campo de batalla y debió abandonarlo. Pero fue por un breve período, que estuvo en el pueblo lindante.

Un momento particularmente duro de su vida fue cuando su hermana monja cayó enferma y murió hace diez años. Aclara que "nunca, en realidad, vivimos como hermanas. Quiero decir que nunca hicimos pandilla. Ella llevaba su camino y yo el mío. Después sufrí su enfermedad, pero le dije al Señor: "Acepto lo que hagas con ella, si te la llevas, es tuya. Te daré las gracias".

-¿Pero sufrió con su marcha?
-Para mí es una alegría que alguien pase a la otra vida. Dios da la gracia para que lo vivas así. Si no, no sería posible. De nosotros no tenemos nada, todo nos viene de Dios.
-¿Qué fue lo más duro que vivió aquí dentro?
-No sé. Todo cuesta. Pero no como ahí afuera.
-¿Tuvo una vida plena?
-La estoy teniendo aún. Siempre digo: "A cada latido de mi corazón, gracias y perdón".
-Ya, pero ¿merece la pena esta vida?
-¡Hombre, claro que la merece! No tiene ni punto de comparación con nada darle tu vida a Dios. Soy muy feliz y no envidio nada de nadie de afuera. Es una gracia de Dios, lo sé. La vocación y la perseverancia. Son dos gracias que me ha dado Dios.
-¿Cuál es el más valioso don que ha recibido en estos más de cien años?
-Todos son valiosos.
-Dígame uno.
-La oración. Haber podido rezar. Sin la oración no se puede vivir. Sin ella uno no se puede sostener. A cada momento estoy orando, comiendo, paseando. Cada día es una opción de oración.
-Hay gente que no entiende este tipo de vida.
-Pero yo no entiendo otra.
-¿Qué sentido tiene?
-Responder a una llamada. Si el Señor no me hubiese llamado, por mí misma no me meto aquí. Si hubiese venido solo por darle el gusto a mi padre me hubiera tirado por una ventana.
-¿No añora nada de afuera?
-No, no añoro nada. Nunca lo añoré. Fuera de aquí yo era feliz, pero no sé qué hubiera sido de mí. Aquí se está muy bien.

Por: Sergio Rubin

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