sábado, 16 de julio de 2011

DIOS OCULTO



El Señor se nos oculta siempre a los ojos materiales de nuestra cara, y lo que Él desea, es que se le conozca por medio de la fe.

A Él le impresiona y admira mucho al hombre de fe, al que acepta su existencia apoyándose en su propia gracia, pues como sabemos todos los que creemos, la fe es un don de Dios, un regalo que Él nos proporciona.

El solo se manifiesta a los que tienen fe y cuanto más fuerte es la fe, con más claridad se manifiesta Él. Lo cual a los ojos del incrédulo es un contrasentido, porque este se pregunta: ¿Cómo se me puede pedir que yo crea en la existencia de algo que no me consta que existe? y además resulta que me dicen, que cuando crea en lo inexistente, lo inexistente se me hará visible, porque Él, pertenece al reino de lo invisible. Mirada pues, esta consideración, desde un punto de vista exclusivamente material, es impecable el razonamiento. Pero el que así razona, se olvida de que él es materia y espíritu, cuerpo y alma, y el alma tiene mucho que ver en este proceso de lograr ver a Dios.

El eremita, Carlo Carretto, quizás en el desierto del Sahara, o en alguna ermita en su tierra italiana, le escribía al Señor diciéndole: Es que Tú eres extremadamente astuto y nadie es más capaz de ocultarse que Tú. Por ello tu siervo Isaías solía llamarte El Dios oculto”. “¡Realmente, tú eres un Dios que se oculta, Dios de Israel, Salvador!” (Is 45,15). Tú te ocultas en la creación. Te ocultas en la historia. Te ocultas en la Encarnación. Te ocultas en la Eucaristía. Te ocultas dentro de nosotros. Te ocultas siempre. Y quieres que te descubramos así por nuestra cuenta. Si lo creemos oportuno. Si es que sentimos necesidad de ello.

El juego favorito de Dios, desde el principio de los tiempos, ha sido el del escondite. Él nos deja siempre señales evidentes de su existencia, pero estas señales, no son tan evidentes para todos, pues para verlas es necesario cerrar los ojos del cuerpo y abrir los ojos del alma y no todos tienen desarrollados los ojos de su alma como para poder ver a Dios. Son muchos los que tienen los ojos de su alma llenos de legañas. Por otro lado los ojos de la cara necesitan de luz material para poder ver y a los del alma la luz material no le sirven para nada, ellos pertenecen al mundo del espíritu, y la luz que necesitan es espiritual. Básicamente el problema reside en que nosotros nos emperramos en querer ver a Dios con los ojos de nuestra cara.

Pero, Él siempre nos encuentra a nosotros, aunque nosotros muchas veces nos escondamos y tratemos de evitarlo, pero es inútil, siempre nos encuentra aunque nos escondemos en nuestros mejores y más recónditos escondrijos o lugares, nada se le oculta a Él, si nos quiere encontrar nos encuentra, aunque nosotros no le busquemos. De esto nos pueden dar fe, muchos que jamás pensaron que se iban a convertir, en ardientes enamorados suyos, como el que escribe.

Por su parte, Él también se esconde en los mejores sitios, cuando lo estima pertinente. Mientras no encontremos al Dios, que se esconde en sitios inverosímiles y espera que le encontremos, jamás conoceremos el gozo de pertenecerle. ¡Cuántos son los que ignoran y se pierden este goce!

En el A.T. siempre que Dios se comunicaba de forma extraordinaria se manifestaba en tinieblas o dentro de fenómenos atmosféricos: El Señor respondió a Job desde la tempestad, diciendo:” (Job 38,1 y 40,6). En el caso de Elías, este huyendo de la reina Jezabel, llegó al Horeb y el Señor le dijo: Sal y ponte en el monte ante Yahvé. Y he aquí que Yahvé pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahvé; pero no estaba Yahvé en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahvé en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahvé en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? El respondió: Ardo en celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela (1R 19,11-14).

San Juan de la Cruz manifestaba: Todas estas tinieblas nubes y tormentas significan la oscuridad de la fe en que la divinidad está oculta, cuando se comunica al alma. Cuando cese esta oscuridad, que es la tiniebla de la fe, seguirá la divina luz”. Y en su Cántico espiritual, podemos leer: “¿A dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, Habiéndome herido; Salí tras ti clamando, y eras huido. Para San Juan de la Cruz, ni la comunicación elevada, ni la presencia sensible es señal de que Dios está presente, ni la sequedad y ausencia de su manifestación sensible en el alma que ora y le busca, es señal de que Dios está ausente. Si el alma siente comunicación grande de Dios o sentimiento o conocimiento espiritual, no crea que aquello es poseer o ver clara y esencialmente a Dios. Ni crea que por aquello, tiene más a Dios o esté más con Dios; y esto aunque la comunicación sea muy grande.

Y, ¿cuál es la justificación de esta conducta divina de mantenerse oculto? Hay quienes, como el periodista Vittorio Messori, la justifican diciendo que: De manera que estamos ante un Dios que, por defender la libertad que Él mismo se ha comprometido a respetar, ha querido que en el mundo por Él creado haya suficiente luz para creer y suficiente sombra para dudar. Para mí, que Dios ocultándose nos genera fe, porque si no se ocultase, nosotros tendríamos evidencia de su existencia; y si tuviésemos evidencia de su existencia, careceríamos del mérito que nos proporciona la fe. Creer sin ver, es algo tan maravilloso, que hasta los ángeles, que desean su creación siempre tuvieron evidencia, se quedan asombrados de nuestra fe.

Blas Pascal fue un matemático y teólogo francés, que nos dejó escrito: “Si Dios se manifestase continuamente a los hombres, no habría mérito en el creer. Si por el contrario, Dios no se manifestase nunca, no existiría la fe. Sin embargo, habitualmente Dios se oculta, pero alguna vez se manifiesta. Así es como ha permanecido oculto bajo el velo de la naturaleza, que lo ha mantenido cubierto hasta la Encarnación. Habiendo decidido entonces aparecer, en realidad se ha ocultado aún más cubriéndose con la humanidad de Jesús. ¡Resultaba mucho más reconocible cuando era invisible que cuando se ha hecho visible! Finalmente cuando ha querido cumplir la promesa de quedarse con los hombres hasta su último advenimiento. Ha elegido permanecer entre nosotros en el ocultamiento más secreto y extraño de todos: las apariencias de la Eucaristía”. Y con la institución de la Eucaristía, el Señor, nos ha donado entre otros muchos bienes, como es el de poderlo recibir a diario en nuestras entrañas, el de poder aumentar nuestro méritos para el futuro que nos espera, aceptando el misterio de la Transubstanciación, esa real maravilla de que el pan y el vino de vid, se nos conviertan en cuerpo y sangre de nuestra Amado.

También es de considerar, que este ocultamiento que Dios nos hace de su persona, es por nuestro bien, ya que nos crea la necesidad de tener fe y la fe, cuando se tiene es algo maravilloso, es un don que no todo el mundo sabe apreciar debidamente. La fe como virtud tiene una relación con la misericordia divina, puesto que Dios frente a nuestros pecados que directa o indirectamente siempre derivan de la falta de fe o una débil fe, ejerce el perdón y la misericordia. Así tenemos aquellas palabras que Él mismo dijo en la cruz: Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen(Lc 23,34).

Distinta fue la situación con los ángeles caídos, que desde el primer momento de sus vidas siempre vieron al Señor. Él nunca se ocultó, ante ellos. Ellos sabían quién era Dios y cuál era su amor, su grandeza, su omnipotencia, y todas sus cualidades infinitas, por ello su pecado o rebelión, fue por malicia a diferencia del hombre, que peca por inducción demoníaca. Como consecuencia de que el ser humano, no pueda ver con los ojos de su cara a Dios, este se divide en dos clases; una la de aquellos que creen en la existencia de Dios y otra los que no la aceptan y la niegan. Dios ejerce su misericordia con nosotros, porque carecemos de la evidencia de su existencia, pero no la ejerció con los ángeles caídos, porque ellos, al tener evidencia de la existencia de Dios pecaron por malicia, no como la mayoría de nosotros que en gran parte pecamos más por ignorancia inducida por el maligno, que por malicia.

Pero en todo caso, siempre en el ser humano se da la existencia de una impronta, puesta por Dios en cada persona a la que le da la vida, y que determina en la persona una inquietud sobre este tema, una inquietud, que le obliga y le impulsa, por la necesidad que tiene de buscar a su Creador. Todos, los que creen en la existencia de Dios como los que no creen tienen un ansia o sed de Dios, lo que ocurre es que los que creen la tienen conscientemente, y los que no creen la tienen inconscientemente, sin ellos mismos saberlo, hasta que no se les despierta.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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