La conducta humana es el fruto de la actividad humana.
Y ésta a su vez, es la suma de actos que el hombre realiza y que tienen su fuente de alimentación en el deseo humano, que a su vez, es el que mueve la voluntad del hombre para actuar, para poner en ejecución el acto humano. Y siendo esto así, entonces, cabe preguntarse: ¿Y de dónde nace el deseo? ¿Cuál es, a su vez, su fuente de alimentación para su formación? ¿Porque nace el deseo, en la mente humana?
La formación del deseo, se realiza en la mente del ser humano, la cual pone en marcha los recursos de que dispone, entre ellos el instinto y aquellos otros que se los suministra la memoria, que es el almacén donde se guardan las percepciones ya obtenidas con anterioridad por medio de los sentidos. La imaginación, la fantasía y las ilusiones, son los productos que la mente elabora con los materiales que tiene en su memoria. Todo lo anterior es la base que le sirve a la mente, primeramente para la elaboración de los pensamientos y después para pasar a la fase del deseo.
Escribía San Francisco de Sales, posiblemente en Annecy, donde tenía su sede como obispo de Ginebra, ya que los protestantes calvinistas de Ginebra le impedían pisar su sede episcopal: “Pero cuando el bien al que tiende el corazón y por el que se ve atraído, se encuentra lejos o ausente y no es posible la unión de forma tan perfecta como se pretende, entonces el movimiento del corazón hacia el objeto ausente se llama propiamente deseo”. El deseo nos mueve hacia la consecución del bien amado, y en la medida de la fuerza de atracción, que sintamos por el bien amado, así será de fuerte el deseo que nos embargue.
Una vez creado en la mente el deseo de obtener algo, sea un bien material o un bien espiritual, este deseo es el que pone en funcionamiento nuestra voluntad de actuación, nuestra voluntad de realización de un acto o los actos que sean necesarios realizar, para llegar a obtener el bien que se desea. Existe una notable diferencia entre los deseos generados de orden espiritual, con los de orden material, ya que todo deseo de orden espiritual, siempre podrá ser realizado, no existe ningún obstáculo en conseguir lo que se desee en el orden de los deseos de nuestra alma, pues nuestro amor a Dios, puede mover montañas. Un autor refiriéndose a la obtención de bienes espirituales, decía: “No es que no nos atrevamos porque las cosas son imposibles, sino que las cosas son imposibles porque no nos atrevemos”. ¡Atrevámonos a ser santos!, y con toda seguridad lo conseguiremos, pues la ayuda de Dios nunca nos faltará.
Pero es diferente el caso cuando la persona quiere poner en marcha su voluntad para obtener, bienes de carácter material. Los deseos en atención a su naturaleza, pueden ser generados en la mente humana de cuatro distintas formas: con claras e inmediatas posibilidades de realización, con claras posibilidades de realización en el futuro, con dudosas posibilidades de realización ahora o en el futuro y por último, sin ninguna posibilidad de realización.
- En el primero supuesto, si se ha generado un deseo con la absoluta convicción de que este es plenamente realizable de inmediato y si luego resulta que la realización no se lleva a cabo, nace la figura de la frustración.
- En el segundo supuesto cuando el deseo nazca con claras posibilidades de realización en el futuro, el deseo quedará archivado en situación de espera y puede ocurrir que cuando ese futuro llegue, la realización del deseo carezca ya de interés para la persona en cuya mente se generó. Si por el contrario, resulta que esta persona sigue interesada en la realización de este deseo y este no se realiza por las razones que sean, estaremos también frente a un caso de frustración.
- En el tercer supuesto, cuando el deseo generado es de dudosa posibilidad de realización, si esta no se realiza en general no se crea frustración, pues esta persona ya preveía la posibilidad de que su deseo no se pudiese realizar.
- En el cuarto y último supuesto, estamos frente a la irrealización del deseo, que puede dar origen a la figura de un sueño o fantasía de la mente, creada por el trabajo de la imaginación, para consolarse de la irrealización del deseo.
- En el segundo supuesto cuando el deseo nazca con claras posibilidades de realización en el futuro, el deseo quedará archivado en situación de espera y puede ocurrir que cuando ese futuro llegue, la realización del deseo carezca ya de interés para la persona en cuya mente se generó. Si por el contrario, resulta que esta persona sigue interesada en la realización de este deseo y este no se realiza por las razones que sean, estaremos también frente a un caso de frustración.
- En el tercer supuesto, cuando el deseo generado es de dudosa posibilidad de realización, si esta no se realiza en general no se crea frustración, pues esta persona ya preveía la posibilidad de que su deseo no se pudiese realizar.
- En el cuarto y último supuesto, estamos frente a la irrealización del deseo, que puede dar origen a la figura de un sueño o fantasía de la mente, creada por el trabajo de la imaginación, para consolarse de la irrealización del deseo.
Para Jacques Philippe, hay una realidad psicológica muy sencilla, pero importantísima, y es que, para que nuestra voluntad sea fuerte y dispuesta, necesita verse alimentada por el deseo tal como ya hemos dicho. Y ese deseo no puede ser poderoso, si lo que se desea no se percibe como posible y accesible; porque si nos representamos algo como inaccesible, dejamos de desearlo y quererlo con fuerza. No se puede querer nada de modo eficaz, si psicológicamente tenemos la sensación de que no llegaremos a conseguirlo.
Pero repito lo ya dicho, en el orden espiritual, ningún deseo es inaccesible, porque todos están a nuestro alcance, incluso los más inimaginables actualmente para nosotros, toserá cuestión de perseverancia en el deseo y entrega de una al Señor, que es quien ilimitadamente todo lo puede.
Pero centrándonos donde nos interesa, en el orden del espíritu, hemos de ver que primero es la creación del deseo, tal como ya hemos dicho, y después ha de llegar la ejecución de este por medio de la voluntad. Pues bien, lo primero de todo para vivir en amor y gracia de Dios, es cuidar la pureza de nuestros deseos, y que siempre se acomoden al cumplimiento de la voluntad de Dios. Y en este sentido es muy importante atenernos a las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, que serán tanto más claras a una persona, en cuanto esta, tenga más desarrollado los sentidos de su alma, por ser mayor su nivel de vida espiritual. Luego vendrá la ejecución del deseo poniendo en marcha la voluntad. Pero el mecanismo no es automático, se puede tener el deseo y ser pasiva la voluntad. Por ello se dice vulgarmente, que: el infierno está empedrado de buenas intenciones, de personas que desean ser santas, pero no ponen los medios para serlo.
Dice el obispo Sheen, que es bueno ejercitar la voluntad, pero erramos si creemos que podemos hacerlo todo por nuestra propia voluntad. Nosotros solos, no podemos levantarnos sin ayuda ajena... Ha de haber otra fuente de poder, fuera de nuestra propia voluntad. La energía divina de la verdad y el amor no se origina en nosotros sino que circulan por nosotros. Nosotros, según manifestaba San Serafín de Sarov, en sus “Conversaciones con Motovilov", somos el campo de acción de tres voluntades que actúan en el hombre: la primera es la voluntad de Dios, perfectísima y saludable para todos; la segunda es nuestra propia voluntad humana, la cual, si bien en sí misma no es mala, no es saludable; y la tercera es la del demonio, que nos conduce absolutamente a la perdición.
La fortaleza de la voluntad, es básica en el desarrollo de la vida espiritual de una persona y situados cono estamos, dentro de estos tres campos, nuestra voluntad necesita ayuda, y esta ayuda es la gracia divina que actúa en y a través de la voluntad humana. La gracia de Dios no destruye nuestra capacidad de elección. Cierto es que la gracia hace la mayor parte del trabajo, pero Dios nos pide nuestra colaboración. Cuando menos nuestra tarea es no poner obstáculos a la acción de la gracia en nuestras almas. ¡Eh aquí!, la diferencia que tenemos con los luteranos, ya que ellos piensan que uno se salva solo por los méritos del Señor.
Toda la vida espiritual del hombre, depende de la actuación de la voluntad. San Ignacio de Loyola, era consciente de que la clave de la vida espiritual, es un juego de la gracia divina y de la voluntad humana; que depende del espíritu y de la razón iluminada por la fe. En este juego, la gracia de Dios se anticipa a nuestra voluntad para hacernos querer algo, es decir moción o inspiración y viene también en nuestra ayuda para que no queramos en vano. Sin duda, escribe el Abad Boyland, que tenemos el poder de sustraernos a la gracia, pero ésta tiene también el poder de contrarrestar el que nos sustraigamos a ella, o el poder de volver a encontrarnos cuando Dios ha permitido que nos sustraigamos a ella por cierto tiempo, porque Dios hace cuanto quiere.
Para San Juan de la Cruz: “La fuerza del alma está en sus potencias, pasiones y apetitos, dirigido todo por la voluntad. Cuando la voluntad dirige todas las potencias pasiones y apetitos a Dios y las desvía de todo lo que no es Dios, es cuando guarda la fuerza del alma para Dios y entonces ama a Dios con todas sus fuerzas”. Y medio siglo más tarde su discípula, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, más conocida como Edith Stein, escribía antes de su martirio: “La voluntad no se debe gozar, sino de aquello que es honra y gloria de Dios, y que la mayor honra que le podemos dar, es servirle según la perfección evangélica; y lo que es fuera de esto, es de ningún valor y provecho para el hombre”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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