lunes, 30 de mayo de 2011

LAS DOS BANDERAS: AMOR A DIOS O AL DINERO



"Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt 6, 24)

Las palabras de Jesús son una verdad incómoda, que llega a repugnar por dejar al descubierto las intenciones del corazón. Pero no por ello deja de ser una verdad.

No se nos pide que seamos “espiritualistas” y que despreciemos de modo maniqueo todo lo que implique o favorezca una mayor creación de riqueza, condición necesaria para el bien común. Cristo alerta, a ricos y a pobres, contra la idolatría de las riquezas. Todos los grandes pecados que soy capaz de entender tienen como última razón de ser el amor al Dinero.

En esta lucha espiritual en la que estamos todos metidos, y que san Ignacio expuso tan gráficamente en sus Ejercicios con la célebre meditación de las dos banderas, existe un bando poderoso: el amor al Dinero. Cristo, por el contrario, nos llama a estar debajo de su bandera, y nos previene de Lucifer, que con engaños nos llamará a estar debajo de la suya. Porque el amor al Dinero es el bando de Lucifer, con el que busca humillarnos y destruirnos en nuestra propia idiotez. A los que se unan a su bando les prometerá la abundancia de todo aquello que ansíen de seguridad, poder, prestigio y felicidad (y ya sabemos que para él por prometer que no quede) La riqueza como bendición de Dios, Lucifer nos pide que la idolatremos para convertirla en la destrucción del hombre: robo, injusticia, envidias, codicia, avaricia, mezquindad, guerras, aborto.

Para atraernos bajo su bandera, Lucifer nos llenará la imaginación de ejemplos donde el que triunfa en la vida es solo aquel que tiene dinero. Buscará vencer en la batalla y que cambiemos las armas de la confianza en Dios por la confianza en el Dinero. Bajo su bandera promete, a ricos y a pobres, que podrán vivir con la presunción de que, por fin, podrán prescindir de un Dios que tampoco les ama tanto como dice.

Olvídate de cualquier otra fábula: el éxito en la vida se puede medir, y todo el mundo sabe que solo se mide en dinero. Pero el cálculo monetario es una medida falaz del éxito cuando lo que se quiere medir no es un resultado contable. Y el padre de la mentira sabe cómo utilizar esta medida falaz en su provecho, en su plan para destruir nuestra libertad interior, de alejarnos de Dios y crear desesperación en nuestras almas. Cuántas iniciativas santas y vidas destinadas a dar fruto y a darlo en abundancia ha conseguido destruir introduciendo en sus corazones el amor al Dinero.

“¿Cuánto vale tu vida, bobo?, ¿qué sentido tiene lo que haces, tonto?, ¿de qué aprovecha, inútil?” Nos instigará siempre que pueda, y como respuesta nos presentará el Dinero, y solo el Dinero. "No busquéis otra respuesta; no la hay". Tratará de convencernos que la vida pensada para amar, servir y dar gloria a Dios es un fracasosi no da la medida fallas que el mundo nos exige a todos bajo su consejo. Es conocido que las dificultades económicas guardan una relación directa con el incremento de los suicidios, y en esta crisis el demonio no está haciendo una excepción.

Frente al amor al Dinero, Cristo nos propone la pobreza espiritual, que no es la simple carencia de lo material (la pobreza material, en sí, no salva, aunque es cierto que es un signo de predilección) Cristo propone el desapego sincero de todo lo creado para alcanzar el amor a Dios, donde poseer lo que Dios haya permitido que poseamos se viva en espíritu de humildad y de servicio.

Termina san Ignacio su meditación sobre las dos banderas con una invitación a tener un coloquio con nuestra Señora para que me alcance gracia de su hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera, y primero en suma pobreza espiritual, y si su divina majestad fuere servido y me quisiere elegir y recibir, no menos en la pobreza actual”.

Apolinar

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