jueves, 26 de mayo de 2011

VALE LA PENA, ¿VALIÓ LA PENA?



Al final del telediario de la tarde en Intereconomía…, hay unas breves reflexiones en clave de humor acerca de las palabras y frases de nuestra lengua, llevado a cabo por Javier Quero.

Suelo hacer lo posible por no perder esta intervención de Javier Quero y a continuación veo los clones, y así acaba mi ración diaria de TV. Pues de las noticias, de las tertulias políticas, y demás basura tele visible, como dice la gente joven, yo paso. Y paso por dos razones para mí fundamentales, la primera es que pierdo un tiempo precioso que se lo tengo que robar al Señor, y la segunda, es que no quiero llenar mi mente de imágenes y cuestiones humanas que me apartan de mi camino hacia el Señor.

Alguien que lea esto, pensará que es una obligación estar informado de lo que pasa en el mundo, y no cabe duda, de que hay mucha gente que se traga este principio a pie juntillas. Pero para mí, lo más importante es estar informado de cuál es la voluntad de Dios, en general con respecto a todos y en particular con respecto a uno mismo, y para alcanzar este fin, sobra el 80% de la TV y de la prensa.

Pues bien, el comentario de Javier Quero, al que me quiero referir, era sobre la frase: Vale la pena, (entrando en Google se puede ver esta intervención) y ella me llevó a una serie de reflexiones. La primera fue acordarme de las palabras del Señor que podemos leer en los tres evangelios sinópticos y que dicen: "Y ¿que aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O que podrá dar el hombre a cambio de su alma? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras (Mt 16,27-28).

A lo largo de nuestra vida, más de una vez, tanto tratándose de temas nimios, como tratándose de temas fundamentales, nos hemos preguntado: Vale la pena hacer esto o lo otro, y que pocas veces al final, tanto si hemos acertado, como si nos hemos equivocado, nos hemos preguntado: ¿Valió la pena? Como quiera que la soberbia nos envuelve, carecemos de la suficiente humildad para reconocer nuestros errores públicamente, no vaya a ser que destruyamos nuestra imagen y nos tengamos que bajar de nuestro pedestal. Privadamente puede ser que reconozcamos nuestra metedura de pata, pero algunos ni siquiera en privado, pues enseguida encuentra justificaciones a su fracaso.

Javier Quero en su comentario, se refirió, al intento de violación o lo que haya sido, del Director del Fondo Monetario Internacional sobre una camarera del hotel donde se hospedaba. Se menciona la posibilidad de que le caigan veinte tantos años de cárcel, y desde luego que la pregunta, surge de inmediato: ¿Valió la pena? Una carrera política acabada, una imagen aplastada, una familia destrozada, y sobre todo, puede ser que el resto de su vida lo pase metido en la cárcel. ¿Valió la pena?

Y pienso que esto, desgraciadamente no le sirve de escarmiento a nadie, porque como dicen los sinvergüenzas: El delito no es robar, el delito solo existe cuando te cogen. Por supuesto que nadie se lanza sabiéndolo, a una piscina sin agua, pero son muchos los que antes de lanzarse, no comprueban si la piscina tiene agua. Pero al final siendo terrible lo que le ha pasado a este hombre, por su malévola necedad, aún hay otra cosa más terrible que le puede pasar a un ser humano, y es el condenarse eternamente. Con lo cual, se le podría consolar a este hombre con aquel dicho, de que: En la vida no hay ninguna situación mala, que no sea susceptible de empeorar. Pero al que se va al infierno, ya no le queda nada en que errar.

Y, me pregunto: ¿porque yerra la gente?, es que acaso el tema de salvarse o condenarse no está lo suficientemente claro. Pues parece ser que no, que no lo está, o… si lo está. Aquí lo que pasa es que para muchos en su mentalidad, es preferible no amargarse la vida cumplimentando unas normas y pensando en un más allá, que vaya Ud. a saber si existe. Y aun aceptando que existe, es que Dios, que dicen que nos quiere tanto, va a permitir que nos vayamos al infierno, ¿siendo tantos los que no nos salvemos? Además cada persona que se condena es un fracaso de la obra redentora y salvífica de Dios. Por otro lado, ¿no dicen que Dios es tan misericordioso?

Todas estas consideraciones, tienen una respuesta muy vulgar y simple: Dios es bueno, pero no tonto y si resulta que por activa y por pasiva no ha dejado nunca de advertirnos; es suicida cerrar los ojos y esconder la cabeza como los avestruces. Es mucho, lo que cada uno de nosotros tenemos en juego, para estar jugando con fuego.

Pero entrando más racionalmente en el tema, de la salvación y la condenación de cada uno de nosotros, hay que ver y considerar lo siguiente. En el mundo, hay dos fuerzas antitéticas, que de una forma u otra, están a nuestro alrededor queriendo atraernos. Naturalmente me refiero al mal y al bien, que son generados por el amor y el odio. Dios es amor y nada más que puro amor, tal como reiteradamente nos lo dice el evangelista San Juan: “Carísimos amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor (1Jn 4,7). Dios es el único creador de todo lo visible y lo invisible, y por supuesto del amor, porque Él es la única fuente creadora del amor.

Cuando el amor falta, se produce un vacío, que es rellenado enseguida por su antítesis, que es el odio, cuya definición es la de ser la negación del amor, la falta de Él. Y cuando Dios retira su amor, porque este no es aceptado, nace el odio. El demonio y sus secuaces, se calcula que un tercio de todos los ángeles, de acuerdo con la simbología del Apocalipsis, al grito de non serviam, rehusaron seguir viviendo en el amor, y su naturaleza de amor en la que vivían, automáticamente se convirtió en una naturaleza de odio. A un demonio le es imposible amar, lo suyo es odiar, a todo y a todos, incluidos sus propios compañeros y a sí mismo. El demonio su antigua naturaleza de amor, se transformó en naturaleza de odio.

Nosotros, hemos venido a este mundo a pasar una prueba de amor. Lo nuestro es sencillísimo, consiste simplemente en aceptar el amor, que Dios nos está ofreciendo continuamente, cualquiera que sea nuestra conducta, mientras estemos en este mundo, le correspondamos a su amor o no le correspondamos.

Dicho en otras palabras, mientras estemos aquí, tenemos la posibilidad de jugar con dos barajas, y podemos pasarnos indistintamente del bien al mal y del mal al bien. Pero llega un momento en el que el juego se acabará. Él tiene mucha paciencia y espera que acudamos a Él. Su misericordia es infinita, mientras no hayamos definitivamente rechazado su amor, y estemos arrepentidos, pues algunos tienen la peregrina idea, de que la misericordia de Dios es un derecho que el ser humano tiene y que se obtiene sin arrepentimiento.

Hasta el último instante de nuestra vida tenemos la oportunidad de aceptar el amor de Dios, pero para los que juegan a la ruleta rusa, el problema está en saber, ¿cuál es, ese último instante? Son varias las teorías escatológicas que existen a este respecto, pero yo no le recomendaría a nadie de que se juegue su eternidad, en lo que piensa un teólogo o unos teólogos. Por otro lado, es de ver que la aceptación en el último momento del amor de Dios es muy fácil y sencilla, para la persona, que desde hace tiempo se ha planteado el problema y habitualmente vive en gracia de Dios, y si caen, luchan por levantarse. Además a esta clase de personas el Señor las mira con complacencia, pues Él, al ser una característica propia del amor la reciprocidad, ama más al que más le ama. Vamos que en términos nuestros, hay almas a nuestro alrededor, con las que al Señor se le cae la baba.

Pero a sensu contrario aquellas otras personas que no han vivido en la amistad del Señor y creen que vale la pena el tipo de vida que llevan, es difícil que en el último momento tengan capacidad de arrepentimiento para alcanzar misericordia. Por otro lado, el demonio, siempre planeará su última batalla, en la que pondrá toda la carne en el asador. No es fácil la aceptación del amor de Dios en el último instante, entre otras razones, porque ellos al haber vivido de espaldas al Señor, no tiene sus ideas muy claras y son incapaces de invocar las divinas gracias, de las cuales ni siquiera saben que existen, ni cuál es su fuerza y cómo funcionan. Para esta clase de personas, habría que preguntarse: ¿Valió la pena?

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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