lunes, 30 de mayo de 2011

UNA FRASE TRÁGICA



Las opciones del hombre pueden ser definitivas o rectificables.

La decisión hacia el mal también puede ser definitiva, pero no lo es de por sí; cabe la rectificación; cabe el perdón, porque cabe el arrepentimiento. Y ambos son un don de Dios que algunos rechazan.

Una de las frases que, desde siempre, más me ha impresionado, acerca de este rechazo es esta tremenda afirmación de Eduard Von Hartmann: “Una vez que se ha cargado con la propia culpa, no es posible dejársela quitar sin negarse a sí mismo. El culpable tiene derecho a soportar su propia culpa. Él ha de rechazar la redención de fuera (¡). Con la culpa (al arrepentirse) menospreciaría la mayor acción moral, su condición humana

De hecho, la redención desemancipa al hombre, le sugiere la renuncia a su libertad. Digo que es tremenda esta frase, porque está dicha por un hombre inteligente, pero con una idea laberíntica de su libertad. Pienso que el trágico estrambote de ella es que la condenación sería no renunciar a esa falsa libertad.

La palabra de Dios nos induce precisamente a todo lo contrario: Arrepentios y convertios, y serán borradas vuestras culpas, dijo Pedro. Si alguno peca, recordad que tenemos junto al Padre un defensor, Jesucristo, que es justo. Recuerda Juan.

No ya la bondad, sino el conocimiento, lo sitúa Simone Weil en la capacidad de arrepentimiento. Dice bellamente: Sólo logramos el conocimiento del bien en cuanto lo realizamos, y solo logramos la experiencia del mal en cuanto nos la prohibimos o, si ya la hemos realizado, en cuanto nos arrepentimos.

Por el contrario, la falsa autonomía del hombre está muy cerca de la imposibilidad demoníaca de conversión. EnLa gaya ciencia”, escribe Nietzshe en 1882: Mejor permanecer culpable que pagar con una moneda que no lleva nuestra imagen; así lo quiere nuestra soberanía. Sin embargo nuestra imagen puede ser una imagen desfigurada pero de Dios – a su imagen y semejanza -; desfigurada, pero de Cristo, en quien deseamos transformarnos. No queremos tener el orgullo, la loca satisfacción, de no arrepentirnos. Preferimos el gozoso esfuerzo del arrepentimiento que nos lleva a la reconciliación con el Padre.

Además, nos es lícito preguntarnos: Quien no se arrepiente, ¿tampoco tiene remordimiento? Porque, si lo tiene la situación de conciencia es bien triste. A este respecto un pensador cristiano de hoy - Carlos Diaz - dice que el remordimiento no acepta el perdón; el arrepentimiento lo acepta y genera una voluntad de ser mejor, una esperanza. El remordido piensa al pasado de la culpa, el arrepentido mira al futuro del amor más fuerte En lugar de destruirse en el pecado cometido, hay aceptar el perdón”.

Cardenal Ricardo M. Carles

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