martes, 31 de mayo de 2011

LOS MILAGROS..., ¿GENERAN MILAGROS?



Está muy extendida la idea de que la contemplación de un milagro…, puede dar origen a una serie de conversiones en cataratas.

Y exactamente esto no es así y ni siquiera, esa es la finalidad que el Señor pretende con los milagros, aunque no se descarte el hecho de que algunas veces el impacto de un milagro convierta un alma de indiferente, en temerosa y amante del Señor.

El hombre siente la necesidad de contactar de alguna forma con su Creador, al cual nadie ha visto jamás, lo cual da pié a que muchos digan, que Dios no existe y el demonio se frote las manos. Y este contacto se realiza mediante determinados medios, de los cuales uno de ellos, son los signos que percibimos de su existencia y dentro de estos, tenemos a los milagros. El poder de Dios y subsiguientemente el mismo Dios, se nos manifiesta a través de los milagros, que son hechos que acaecen rompiendo o no cumpliendo las leyes del orden natural que conocemos.

Pero la percepción de los milagros, está sometida a las facultades de nuestros medios sensitivos, que nos dan fe, de lo que vemos, oímos, tocamos, olemos o gustamos. Y esta sensibilidad nuestra, la sensibilidad humana, es una sensibilidad variable y distinta en cada uno de nosotros. Por ello, aunque un milagro despierte, con más o menos fuerza una sensibilidad en todos nosotros, no todo el mundo está dispuesto a aceptar el hecho sobrenatural del milagro que se contempla. Esta negativa a la evidencia palpable de un milagro, cuando se contempla, es fruto de la intervención demoniaca en la mente del que no quiere aceptar el hecho, suministrándole el demonio sofismas y argumentos pseudocientíficos, de que lo que ocurre tiene una explicación, que si ahora no se conoce, con el desarrollo de los conocimientos científicos se conocerá más tarde.

Tenemos muchos milagros, sobre todo en orden a la Eucaristía que sucedieron hace cientos de años, y siguen permaneciendo el hecho milagroso, sin que la ciencia, que tantos avances ha realizado, le haya encontrado una justificación científica. Así tenemos, por ejemplo, como el más conocido de los milagros en torno a la eucaristía en el mundo entero, el milagro de las sagradas formas incorruptas de Siena en Italia y la que se conserva en El Escorial, en España, u otros que anualmente se repiten, como son: La licuación de la sangre de San Jenaro en Nápoles, o la de San Pantaleón en Madrid. Solo el número de milagros conocidos que se han realizado y se siguen realizando en el mundo acerca de la Eucaristía, puede estimarse en unos 400.

Pero como antes decíamos, la negativa tendencia a la aceptación de la evidencia del milagro, es frecuente, bien sea por una cerrazón mental, por intereses personales, por ideología, por simple capricho o por la mala voluntad de los hombres, el resultado es que el milagro, nunca surte el mismo efecto o se presenta igualmente persuasivo para todos. Un caso claro de esto lo tenemos en los Evangelios con la resurrección de Lázaro.

Posiblemente la resurrección de Lázaro, que no fue la única que realizó el Señor, es sin embargo la que más difusión e importancia social tuvo en el mundo judío, pues, se realizó en las proximidades de Jerusalén, en periodo de fiestas y tuvo una enorme difusión. Y sin embargo, no todo el mundo se convirtió ni reconoció o aceptó el milagro, es más, fueron bastantes los que corrieron a Jerusalén, más que a notificar el hecho, a denunciarlo al Sanedrín, como si el Señor hubiese cometido un delito. Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: ¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación. Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación (Jn 11,45-50). Como vemos la resurrección de Lázaro, no solo no convirtió al Sanedrín sino que fue el detonante para la muerte del Señor.

Que los milagros no son un remedio contra la incredulidad, nos lo dejó dicho bien claro nuestro Señor, en la parábola de Lázaro y el rico Epulón, cuando este ya condenado desde el infierno y ante la imposibilidad de que al menos, el mendigo Lázaro, le refrescase su lengua con su dedo mojado en agua, el rico Epulón le pide a Abraham: Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa, de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormentoDíjole Abraham: Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan Él dijo: “No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertiránLe contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite (Lc 16,28-31).

La dureza del corazón del hombre va en aumento cuando este camina alejándose de Dios, y llega un momento, que el milagro no le convierte. El demonio ya se encargará de darle argumentos a su mente para que repudie la evidencia del milagro. Es en el hombre que camina hacia Dios, donde el milagro surte mayor efecto, pues aumenta la fe de este. En esto de ver los milagros, podemos tener en cuenta lo que dice un proverbio chino: “El sabio muestra el cielo, pero el tonto mira el dedo”. Si bien los signos pueden atraer a las multitudes interesadas, estos no desembocan automáticamente en un proceso personal de fe.

En todas las apariciones de la Virgen, antiguas o actuales, desde luego que ha habido casos de conversiones, muchas de ellas desgraciadamente sin posterior perseverancia, pues la conversión es el primer peldaño, pero hay que subir la escalera. Pero el número de los convertidos perseverantes, son escasos, en relación a la magnitud del hecho milagroso que nuestra Señor promovió. Y en más de un caso hay una cierta histeria y no una madura reflexión, acera de cuál es la voluntad de nuestra Señora apareciéndose, voluntad esta, que desde luego es siempre idéntica a la de su Hijo.

Más le preocupaba al Señor, la fe del que le pedía que le curase su cuerpo, o también la fe del que le presentaba al enfermo como en el caso del niño lunático, en el que el padre del niño le preguntó al Señor si podía curarlo: “Díjole Jesús: ¡Si puedes!. Todo es posible al que cree. Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad. Viendo Jesús que se reunía mucha gente, mandó al espíritu impuro, diciendo: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él y no vuelvas a entrar más en él. Dando un grito y agitándole violentamente salió; y quedó como muerto, de suerte que muchos decían: Esta muerto. Pero Jesús tomándole de la mano, le levantó y se mantuvo en pie (Mc 9, 14-27).

La fe, y nada más que la fe es lo que se necesita para poder ver y comprender, porque hay cosas y sucesos que solo se pueden ver y comprender, con los ojos del alma, y para tener bien abiertos estos ojos, hace falta tener mucha humildad, como generalmente tienen todos los pequeños.

Manifiesta, Stawomir Biela autor espiritual polaco, que: “El reconocimiento de la propia nada, la confianza de niño en Dios y la fe en su amor, es lo que conforman la actitud que hace posible el milagro”.

Todo, todo lo que nos rodea, sea lo que sea, circunstancias, objetos, hechos, actitudes,…etc. todo absolutamente todo, tiene impreso en sí la huella del Creador.

Todo existe y se mantiene, porque Dios así lo dispone, si dispusiera lo contrario a su existencia, todo incluido los seres humanos, retornaríamos a la nada total y absoluta, de donde todo y todos hemos salido.

La fe, y nada más que la fe, es lo que se necesita para poder ver y comprender, porque hay cosas y sucesos que solo se pueden ver y comprender, con los ojos del alma, y para tener bien abiertos estos ojos, hace falta tener mucha humildad, como generalmente tienen todos los pequeños.

La experiencia personal de un cristiano vale por un milagro, y lo mejor y más valioso del mismo, es su simple presencia como tal; es dar testimonio de su amor a Cristo, hacer ver a los demás, ese milagro que Él es, viviendo los misterios de la fe. Santo Tomás decía que: “El que se pone a rezar, realiza un milagro más grande que si resucitara a un muerto”.

El que cree y ama de verdad, continuamente donde quiera que mire, verá milagros a su alrededor. Para el que no cree ni ama, ningún milagro le hará cambiar de opinión.

Se cuenta, que el filósofo francés Blas Pascal, esperaba un día a un amigo en lo alto del monte. El amigo, se cayó de caballo y cuando vio a Pascal le dijo que era un milagro el que no se hubiese despeñado, a lo que Pascal le replicó diciéndolo: más milagro es lo mío, que he subido hasta aquí arriba y no me ha pasado nada. Y es que para el que goza de fe, todo lo que le pasa es puro milagro, su vida, su existencia, todo es milagro.

Por lo tanto si partimos de este principio, hemos de saber que la huella de Dios, como venimos afirmando, está siempre presente en todos los acontecimientos que nos rodean; en unos eventos se manifiesta con una extrema claridad y en otros, esta huella se esconde, se oculta siempre sobre todo, para aquellos que mirando no ven y observando no comprenden ni entienden, porque tal es la divina voluntad. Así Nuestro Señor en un determinado momento, manifestó: En aquella hora se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y la revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque tal ha sido tu beneplácito (Lc 10,21).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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