sábado, 6 de marzo de 2010

EJERCICIOS ESPIRITUALES "ON LINE"


EJERCICIOS ESPIRITUALES

Es tiempo de hacer Ejercicios Espirituales.

Muchas personas buscan unos días de retiro para hacer oración en un ambiente adecuado. La mayoría no tienen oportunidad de hacerlo así. Pero podemos sacar unos minutos para Dios. Yo propongo hacer unos Ejercicios Espirituales Online. El mejor método para hacer unos buenos Ejercicios Espirituales es leer y meditar la Vida de Jesús. Para que te sea más comprensible te propongo leer cada día un capítulo de la Vida Pública de Jesús, tal y como la vio María Valtorta.

María Valtorta nació en Italia en 1897 y murió en 1961 sin haber jamás visitado la Tierra Santa ni cursado estudios teológicos. Sin embargo, entre los años 1943 y 1950, escribió extensamente sobre temas de religión. Su más conocida obra, El Poema del Hombre Dios, de 5 volúmenes, relata la vida de Jesús y de María Santísima.

El Cardenal Ratzinger, del 17 de abril de 1993 (Prot. N. 144/58i), afirma: "Las "visiones" y "dictados" referidos en el trabajo, El Poema del Hombre-Dios, son simplemente la forma literaria utilizada por la autora para narrar en su propia forma la vida de Jesús. No pueden ser consideradas de origen sobrenatural".

De todos modos, expertos en Sagrada Escritura afirman que no han encontrado nada en estos escritos que pueda contradecir la fe de la Iglesia. Los leemos con el mismo espíritu y amor con que ella los escribió.

Primer año de la vida pública de Jesús.
Adiós a la Madre y salida de Nazaret. Llanto y oración de la Corredentora.

El interior de la casa de Nazaret. Veo una habitación. Parece un comedor, donde la Familia come o está en las horas de descanso. Es una estancia muy reducida. Tiene una sencilla mesa rectangular frente a una especie de arquibanco que está pegando a una de las paredes: éste es el asiento de uno de los lados. En las otras paredes hay: un telar y un taburete; otros dos taburetes y un bazar, que tiene encima algunas lamparitas de aceite y otros objetos. Una puerta da a un pequeño huerto. Debe estar atardeciendo, pues no hay son un recuerdo de sol sobre la copa de un alto árbol que apenas verdece con las primeras hojas.

Jesús está sentado a la mesa. Está comiendo. María le sirve, yendo y viniendo por una puertecita que supongo conduce al lugar donde está el fuego, cuyo resplandor se ve desde la puerta entreabierta.

Jesús le dice a María dos o tres veces que se siente... y que también coma Ella. Pero Ella no quiere; menea la cabeza sonriendo tristemente, y trae, primero, unas verduras hervidas - me parece una sopa -; después, unos peces asados; luego, un queso más bien blando (como de oveja, fresco) de forma redondeada (semeja a esas piedras que se ven en los torrentes),y unas aceitunas pequeñas y oscuras. El pan, en pequeños moldes circulares (de la anchura de un plato común) y poco alto, está ya en la mesa. Es más bien oscuro, como si no se le hubiera separado el salvado. Jesús tiene delante un ánfora con agua y una copa; come en silencio, mirando a la Madre con doloroso amor.

María - se ve claramente - está apenada. Va, viene... para que no se le note. Enciende - aunque haya todavía luz suficiente - una lamparita y la pone junto a Jesús (al alargar el brazo acaricia disimuladamente la cabeza de su Hijo), abre una bolsa de color castaño - que a mí me parece hecha de esos paños de lana virgen tejidos a mano y, por tanto, impermeable -, comprueba si está vacía, sale al huertecito, va hasta el otro lado de éste, a una especie de despensa, de donde sale con unas manzanas ya más bien rugosas - conservadas desde el verano - y las mete en la bolsa; después coge un pan y mete también un pequeño queso, aunque Jesús no quiera y diga que ya tiene suficiente.

María se acerca a la mesa de nuevo, por la parte más estrecha, a la izquierda de Jesús. Le mira mientras come. Le mira con verdadera congoja, con adoración, con el rostro aún más pálido de lo normal y como más envejecido por la pena, con los ojos agrandados por una sombra que los marca, indicio de lágrimas vertidas; parecen, incluso, más claros que de costumbre, como lavados por el llanto que ya está casi apareciendo en ellos: ojos de dolor, cansados. Jesús, que come despacio, claramente sin ganas, por complacer a su Madre, y que está más pensativo de lo habitual, levanta la cabeza y la mira. Se encuentra con una mirada llena de lágrimas, y baja la cabeza para que no se sienta cohibida, limitándose a cogerle la delicada mano que tiene apoyada en el borde de la mesa. La toma con la mano izquierda y se la lleva a la cara; Jesús apoya en ella su mejilla como rozándola un momento para sentir la caricia de esa pobre mano temblorosa, y la besa en el dorso con gran amor y respeto.

Veo a María llevándose la mano libre, la izquierda, hacia la boca, como para ahogar un sollozo; luego se seca con los dedos una lágrima grande que ha rebasado el borde del párpado y estaba regando la mejilla. Jesús continúa comiendo. María sale rápidamente al huertecillo, donde ya hay poca luz... y desaparece. Jesús apoya el codo izquierdo sobre la mesa, y sobre la mano la frente, deja de comer y se sumerge en sus pensamientos.

Luego un momento de atención... Se levanta de la mesa. Sale Él también al huerto, mira a uno y otro lado y se dirige hacia la derecha respecto al lado de la casa, entra por una abertura de una pared rocosa, dentro de lo que reconozco como el taller de carpintero; esta vez todo ordenado, sin tablas, sin virutas, sin fuego encendido; el banco de carpintero y las herramientas, todas en su sitio, nada más.

Replegada sobre sí, en el banco, María llora. Parece una niña. Tiene la cabeza apoyada en el brazo izquierdo doblado, y llora, en voz baja pero con mucho dolor. Jesús entra despacio y se le acerca con tanta delicadeza, que Ella comprende que está allí sólo cuando su Hijo le deposita la mano sobre la cabeza inclinada, llamándola "Mamá" con voz de amorosa reprensión.

María levanta la cabeza y mira a Jesús entre un velo de llanto, y se apoya, con las dos manos unidas, en su brazo derecho. Jesús con un extremo de su ancha manga le seca la cara y la abraza, la estrecha contra su pecho, la besa en la frente.

Jesús tiene aspecto majestuoso, parece más viril de lo habitual, y María más niña, salvo en la cara marcada por el dolor. - Ven, Mamá - le dice Jesús, y, apretándola estrechamente con el brazo derecho, se encamina de nuevo hacia el huerto; allí se sienta en un banco que está apoyado en la pared de la casa. El huerto está silencioso y ya oscuro. Hay sólo un hermoso claro de luna y la luz que sale de la estancia. La noche está serena. Jesús le habla a María. No percibo al principio las palabras, apenas susurradas, a las que María asiente con la cabeza. Después oigo: - "Y di a la familia..., a las mujeres de la familia, que vengan. No te quedes sola. Estaré más tranquilo, Madre, y tú sabes la necesidad que tengo de estar tranquilo para cumplir mi misión. Mi amor no te faltará. Vendré frecuentemente y, cuando esté en Galilea y no pueda acercarme a casa, te avisaré; entonces vendrás tú adonde este Yo. Mamá, esta hora debía llegar. Empezó aquí, cuando el Ángel se te apareció; ahora se cumple y debemos vivirla, ¿no es verdad, Mamá? Después vendrá la paz de la prueba superada, y la alegría. Antes es necesario atravesar este desierto, como los antiguos Padres para entrar en la Tierra Prometida. Pero el Señor Dios nos ayudará como hizo con ellos, y su ayuda será como maná espiritual para nutrir nuestro espíritu en el esfuerzo de la prueba. Digamos juntos al Padre nuestro...». Jesús se levanta y María con Él, y levantan la cara al cielo. Dos hostias vivas que resplandecen en la oscuridad.

Jesús dice lentamente, pero con voz clara y remarcando las palabras, la oración del Señor. Hace mucho hincapié en las frases: «venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad», distanciando mucho estas dos frases de las otras. Ora con los brazos abiertos (no exactamente en cruz, sino como los sacerdotes cuando dicen: «
El Señor esté con vosotros»), María tiene las manos juntas.

Entran de nuevo en casa, y Jesús - a quien no he visto nunca beber vino - echa en una copa un poco de vino blanco de un ánfora de la despensa y la lleva a la mesa; coge de la mano a María y la obliga a sentarse junto a Él y a beber de ese vino (en que moja una rebanada de pan que le ofrece). Tanto insiste, que María cede. El resto lo bebe Jesús. Luego estrecha a su Madre contra su costado, y así la sujeta, contra su persona, en el lado del corazón. Ni Jesús ni María están reclinados, sino sentados como nosotros. No hablan más. Esperan. María acaricia la mano derecha de Jesús y sus rodillas. Jesús acaricia el brazo y la cabeza de María. Jesús se levanta y con Él María, se abrazan y se besan amorosamente una y otra vez; y una y otra vez parece que quieren despedirse, pero María vuelve a estrechar contra su pecho a su Hijo. Es la Virgen, pero es una madre a fin de cuentas, una madre que debe separarse de su hijo y que sabe a dónde conduce esa separación. Que ya no se me venga a decir que María no ha sufrido. Antes lo creía poco, ahora no lo creo en absoluto.

Jesús coge el manto (azul oscuro), se lo echa a los hombros y con él se cubre la cabeza a manera de capucha. Luego se pone en bandolera la bolsa, de forma que no le obstaculice el camino. María le ayuda, nunca termina de ajustarle la túnica y el manto y la capucha, y, mientras, lo vuelve a acariciar.

Jesús va hacia la puerta después de trazar un gesto de bendición en la estancia. María lo sigue y, en la puerta, ya abierta, se besan una vez más.

La calle está silenciosa y solitaria, blanca de luna. Jesús se pone en camino. Dos veces se vuelve aún a mirar a su Madre, que está apoyada en la jamba, más blanca que la Luna, toda reluciente de llanto silencioso. Jesús se va alejando por la callejuela blanca. María continúa llorando apoyada en la puerta. Y Jesús desaparece en una equina de la calle.

Ha empezado su camino de Evangelizador, que terminará en el Gólgota. María entra llorando y cierra la puerta. También para Ella ha comenzado el camino que la llevará al Gólgota. Y por nosotros...

Dice Jesús:
- "Éste es el cuarto dolor de María, Madre de Dios: el primero fue la presentación en el Templo; el segundo, la huida a Egipto; el tercero, la muerte de José; el cuarto, mi separación de Ella".

Conociendo el deseo del Padre, te dije ayer por la noche que voy a acelerar la descripción de "nuestros" dolores para que se den a conocer. Pero, como ves, ya algunos de mi Madre habían sido ilustrados. He explicado antes que la Presentación la permanencia en Egipto, porque había necesidad de hacerlo ese día. Yo sé las cosas. Y tú comprendes.

Mi proyecto es alternar tus contemplaciones, y mis consiguientes explicaciones, con los dictados propiamente dichos, para aliviarte a ti y a tu espíritu dándote la beatitud de ver, y también porque así queda clara la diferencia estilística entre tu forma de redactar y la mía.

Además, ante tantos libros que hablan de mí y que, tocando y retocando, cambiando y acicalando, se han transformado en irreales, tengo el deseo de dar a quien en mí cree una visión devuelta a la verdad de mi tiempo mortal. No salgo disminuido; antes al contrario, magnificado en mi humildad, que se hace pan para vosotros para enseñaros a ser humildes y semejantes a mí, que fui hombre como vosotros y que llevé en mi aspecto humano la perfección de un Dios. Debía ser Modelo vuestro, y los modelos deben ser siempre perfectos.

No mantendré en las contemplaciones una línea cronológica correspondiente a la de los Evangelios. Tomaré los puntos que considere más útiles en ese día para ti o para otros, siguiendo una línea mía de enseñanza y bondad. La enseñanza que proviene de la contemplación de mi separación se dirige especialmente a los padres e hijos a quienes la voluntad de Dios llama a la recíproca renuncia por un amor más alto; en segundo lugar está dirigida a todos aquellos que se encuentran frente a una renuncia penosa (¡y cuántas encontráis en la vida!). Son espinas en la Tierra que traspasan el corazón; lo sé. Pero para quien las acoge con resignación — mirad, no digo: "para quien las desea y las acoge con alegría" (esto ya es perfección), digo "con resignación - se transforman en eternas rosas. Pero pocos las acogen con resignación. Como burritos tozudos, os resistís obstinadamente a la voluntad del Padre, aunque no tratéis de herir con patadas y mordiscos espirituales, o sea, con rebelión y blasfemias contra el buen Dios".

Y no digáis: "Pero si yo sólo tenía este bien y Dios me lo ha quitado; sólo este afecto, y Dios me lo ha arrancado". También María, mujer noble, amorosa hasta la perfección (porque en la Toda Gracia también las formas afectivas y sensitivas eran perfectas), sólo tenía un bien y un amor en la tierra: su Hijo. No le quedaba más que Él: los padres, muertos desde hacía tiempo; José, muerto desde hacía algunos años. Sólo quedaba Yo para amarla y hacerle sentir que no estaba sola. Los parientes, por causa mía, desconociendo mi origen divino, le eran un poco hostiles, como hacia una madre que no sabe imponerse a su hijo que se aparta del común buen juicio o que rechaza un matrimonio propuesto que podría honrar a la familia e incluso ayudarla.

Los parientes, voz del sentido común, del sentido humano - vosotros lo llamáis sensatez, pero no es más que sentido humano, o sea, egoísmo - habrían querido que yo hubiera vivido estas cosas. En el fondo era siempre el miedo de tener un día que soportar molestias por mi causa; que ya osaba expresar ideas - según ellos demasiado idealistas - que podían poner en contra a la sinagoga. La historia hebrea estaba llena de enseñanzas sobre la suerte de los profetas. No era una misión fácil la del profeta, y frecuentemente le ocasionaba la muerte a él mismo y disgustos a la parentela. En el fondo, siempre el pensamiento de tener que hacerse cargo un día de mi Madre.

Por ello, el ver que Ella no me ponía ningún obstáculo y parecía en continua adoración ante su Hijo, los ofendía. Este contraste habría de crecer durante los tres años de ministerio, hasta culminar en abiertos reproches cuando, estando yo entre las multitudes, se llegaban hasta mí, y se avergonzaban de mi manía - según ellos - de herir a las castas poderosas.

Reprensión a mí y a Ella; ¡pobre Mamá!

Y, no obstante, María, que conocía el estado de ánimo de sus parientes - no todos fueron como Santiago, Judas o Simón, ni como la madre de estos, María de Cleofás - y que preveía el estado de ánimo futuro; María, que conocía su suerte durante esos tres años, y la que le esperaba al final de los mismos y la suerte mía, no opuso resistencia como hacéis vosotros.

Lloró. Y ¿quién no habría llorado ante una separación de un hijo que la amaba como Yo la amaba; ante la perspectiva de los largos días, vacíos de mi presencia, en la casa solitaria; ante el futuro del Hijo destinado a chocar contra la malevolencia de quien era culpable y se vengaba de serlo agrediendo al Inculpable hasta matarlo?

Lloró porque era la Corredentora y la Madre del género humano renacido a Dios, y debía llorar por todas las madres que no saben hacer de su dolor de madres una corona de gloria eterna.

¡Cuántas madres en el mundo a quienes la muerte arranca de los brazos una criatura! ¡Cuántas madres a quienes un querer sobrenatural arrebata de su lado a un hijo! Por todas sus hijas, como Madre de los cristianos, por todas sus hermanas, en el dolor de madre despojada, ha llorado María. Y por todos los hijos que, nacidos de mujer, están destinados a ser apóstoles de Dios o mártires por amor a Dios, por fidelidad a Dios, o por crueldad humana.

Mi Sangre y el llanto de mi Madre son la mixtura que fortalece a estos signados para heroica suerte; la que anula en ellos las imperfecciones, o también las culpas cometidas por su debilidad, dando, además del martirio - en cualquier caso, enseguida - la paz de Dios y, si sufrido por Dios, la gloria del Cielo.

Las lágrimas de María las encuentran los misioneros como llama que calienta en las regiones donde la nieve impera, las encuentran como rocío allí donde el sol arde. La caridad de María las exprime.

Estas han brotado de un corazón de lirio. Tienen, por ello: de la caridad virginal desposada con el Amor, el fuego; de la virginal pureza, la perfumada frescura, semejante a la del agua recogida en el cáliz de un lirio después de una noche de rocío.

Las encuentran los consagrados en ese desierto que es la vida monástica bien entendida: desierto, porque no vive más que la unión con Dios, y cualquier otro afecto cae, transformándose únicamente en caridad sobrenatural hacia los parientes, los amigos, los superiores, los inferiores.

Las encuentran los consagrados a Dios en el mundo, en el mundo que no los entiende y no los ama, desierto también para ellos, en el que viven como si estuvieran solos: ¡muy grande es, en efecto, la incomprensión que sufren, y las burlas, por mi amor!

Las encuentran mis queridas "víctimas", porque María es la primera de las víctimas por amor a Jesús. A sus discípulas Ella les da con mano de Madre y de Médico, sus lágrimas, que confortan y embriagan para más alto sacrificio. ¡Santo llanto de mi Madre!

María ora. Porque Dios le dé un dolor, no se niega a orar. Recordadlo. Ora junto con Jesús. Ora al Padre nuestro y vuestro. El primer "Pater noster" fue pronunciado en el huerto de Nazaret para consolar la pena de María, para ofrecer "nuestras" voluntades al Eterno en el momento en que comenzaba para estas voluntades el período de una renuncia cada vez mayor, que habría de culminar en la renuncia de la vida para Mí y de la muerte de un Hijo para María.

Y, aunque nosotros no tuviéramos nada que necesitara el perdón del Padre, por humildad incluso, nosotros, los Sin Culpa, pedimos el perdón del Padre para afrontar, perdonados (absueltos incluso de un suspiro), dignamente nuestra misión. Para enseñaros que cuanto más se está en gracia de Dios más bendecida y fructuosa resulta la misión; para enseñaros el respeto a Dios y la humildad. Ante Dios Padre aun nuestras dos perfecciones de Hombre y de Mujer se sintieron nada y pidieron perdón, como también pidieron el "pan de cada día". ¿Cuál era nuestro pan? ¡Oh!, no el que amasaron las manos puras de María, cocido en el pequeño horno, para el cual yo muchas veces había recogido haces y manojos de leña - que es también necesario mientras se está en esta Tierra -, no ese pan, sino que "nuestro" pan cotidiano era el de llevar a cabo, día a día, nuestra parte de misión. Que Dios nos la diera cada día, porque llevar a cabo la misión que Dios da es la alegría de "nuestro" día, ¿no es verdad, pequeño Juan? ¿No lo dices también tú, que te parece vacío el día, como si no hubiera existido, si la bondad del Señor te deja, un día, sin tu misión de dolor?

María ora con Jesús. Es Jesús quien os justifica, hijos. Soy Yo quien hace aceptables y fructuosas vuestras oraciones ante el Padre. Yo he dicho: "Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, Él os lo concederá", y la Iglesia acredita sus oraciones diciendo: "Por Jesucristo Nuestro Señor".

Cuando oréis, uníos siempre, siempre, siempre a mí. Yo rogaré en voz alta por vosotros, cubriendo vuestra voz de hombres con la mía de Hombre - Dios. Yo pondré sobre mis manos traspasadas vuestra oración y la elevaré al Padre. Será hostia de valor infinito. Mi voz, fundida con la vuestra, subirá como beso filial al Padre, y la púrpura de mis heridas hará preciosa vuestra oración. Estad en mí si queréis tener al Padre en vosotros, con vosotros, para vosotros.

Has terminado la narración diciendo: "Y por nosotros...", y querías decir: "Por nosotros que somos tan ingratos hacia estos Dos que han subido el Calvario por nosotros". Has hecho bien en poner esas palabras. Ponlas cada vez que te muestre un dolor nuestro. Que sea como la campana que suena y que llama a meditar y a arrepentirse.

Nada más. Descansa. "La paz esté contigo".

Hasta aquí el primer capítulo. Es curioso, ¿verdad? Nos llamará la atención muchos detalles. Tómalos como un modo muy cariñoso de ver la relación de Jesús con su Madre María.

Puedes hacerte estas preguntas para reflexionar:
- ¿Qué me sugiere la despedida de Jesús y el inicio de la Vida Pública?
- ¿Cómo puedo acompañar a María en su oración?
- Ella sufre ante la ausencia física de su Hijo. ¿No sufrirá ante la ausencia de tantos hijos espirituales suyos que la olvidamos en tantas ocasiones?
- ¿No podría vivir la Cuaresma de la mano de la Virgen? Me puede recordar cosas de Jesús que solo Ella sabe.
- Tener presente en mi oración a tantas personas que hoy están sufriendo física y moralmente, muchas veces en la más absoluta soledad.
- ¿Puedes sacar un propósito para este día?
Mañana seguiremos a Jesús en la Vida Pública de la mano de esta mujer que le amó y escribió sobre El con tanto cariño.

EJERCICIOS ESPIRITUALES (2)
Yo propongo continuar estos Ejercicios Espirituales Online. El mejor método es leer y meditar la Vida de Jesús. Para que te sea más comprensible te propongo leer cada día un capítulo de la Vida Pública de Jesús, tal y como la vio María Valtorta.

María Valtorta nació en Italia en 1897 y murió en 1961 sin haber jamás visitado la Tierra Santa ni cursado estudios teológicos. Sin embargo, entre los años 1943 y 1950, escribió extensamente sobre temas de religión. Su más conocida obra, El Poema del Hombre Dios”, de 5 volúmenes, relata la vida de Jesús y de María Santísima.

El Cardenal Ratzinger, del 17 de abril de 1993 (Prot. N. 144/58i), afirma: "Las "visiones" y "dictados" referidos en el trabajo, “El Poema del Hombre-Dios”, son simplemente la forma literaria utilizada por la autora para narrar en su propia forma la vida de Jesús. No pueden ser consideradas de origen sobrenatural".

De todos modos, expertos en Sagrada Escritura afirman que no han encontrado nada en estos escritos que pueda contradecir la fe de la Iglesia. Los leemos con el mismo espíritu y amor con que ella los escribió.

Predicación de Juan el Bautista y Bautismo de Jesús.
La manifestación divina.

Veo una llanura despoblada de vegetación y de casas. No hay campos cultivados, y muy pocas y raras plantas reunidas aquí o allá en matas - vegetales familias - en los sitios en que el suelo está por debajo menos quemado. Imagine que este terreno quemado y baldío está a mi derecha - teniendo yo el norte a mis espaldas - y se prolonga hacia el Sur respecto a mí.

A la izquierda veo un río de orillas muy bajas, que corre lentamente también de Norte a Sur. Por el movimiento lentísimo del agua comprendo que no debe haber desniveles en su lecho y que fluye por una llanura tan achatada que constituye una depresión. El movimiento es apenas suficiente para que el agua no se estanque formando un pantano. (El agua es poco profunda, tanto que se ve el fondo; a mi juicio, no más de un metro, como mucho uno y medio. Tiene la anchura del Arno hacia S. Miniato-Empoli: yo diría que unos veinte metros. Pero no tengo buen ojo para calcular con exactitud). Es de un azul ligeramente verde hacia las orillas, donde, por la humedad del suelo, hay una faja tupida de hierba que alegra la vista, cansada de la desolación pedregosa y arenosa de cuanto se le extiende delante.

Esa voz íntima que le he explicado que oigo y me indica lo que debo notar y saber me advierte que estoy viendo el valle del Jordán Lo llamo valle porque se emplea esta palabra para indicar el lugar por donde corre un río, pero en este caso es impropio llamarlo así porque un valle presupone montes y yo aquí no veo montes cercanos. Pero, en fin, estoy en el Jordán, y el espacio desolado que observo a mi derecha es el desierto de Judá. Si es correcto llamarlo desierto en el sentido de un lugar donde no hay casas ni trabajo humano, no lo es según el concepto que nosotros tenemos de desierto. Aquí no se ven esas arenas onduladas que nosotros nos pensamos, sino sólo tierra desnuda, con piedras y detritus esparcidos; es como los terrenos aluviales después de una crecida. En la lejanía, colinas.

Además, junto al Jordán hay una gran paz, un algo especial, superior a lo común, como lo que se nota en las orillas del Trasimeno. Es un lugar que parece guardar memoria de vuelos de ángeles y voces celestes. No sé bien decir lo que experimento, pero me siento en un lugar que habla al espíritu. Mientras observo estas cosas, veo que la escena se puebla de gente a lo largo de la orilla derecha - respecto a mí - del Jordán. Hay muchos hombres, vestidos de diversas formas. Algunos parecen gente del pueblo, otros ricos; no faltan algunos que parecen fariseos por el vestido ornado de ribetes y galones.

Entre todos ellos, en pie sobre una roca, un hombre a quien, aunque sea la primera vez que lo veo, lo reconozco enseguida como el Bautista. Habla a la multitud, y le aseguro que no son palabras dulces. Jesús llamó a Santiago y a Juan "los hijos del trueno"... ¿Cómo llamar entonces a este vehemente orador? Juan Bautista merece el nombre de rayo, avalancha, terremoto... ¡Gran ímpetu y severidad, manifiesta, efectivamente, en su modo de hablar y en sus gestos!

Habla anunciando al Mesías y exhortando a preparar los corazones para su venida, extirpando de ellos los obstáculos y enderezando los pensamientos. Es un hablar vertiginoso y rudo. El Precursor no tiene la mano suave de Jesús sobre las llagas de los corazones. Es un médico que desnuda y hurga y corta sin miramientos. Mientras lo escucho - no repito las palabras porque son las mismas que citan los evangelistas, pero ampliadas en impetuosidad - veo que mi Jesús se acerca a lo largo de un senderillo que va por el borde de la línea herbosa y umbría que sigue el curso del Jordán. Este rústico camino (más sendero que camino) parece dibujado por las caravanas y las personas que durante años y siglos lo han recorrido para llegar a un punto donde, por ser menos profundo el fondo del río es fácil vadearlo. El sendero continúa por el otro lado del río y se pierde entre la hierba de la orilla opuesta.

Jesús está solo. Camina lentamente, acercándose, a espaldas de Juan. Se aproxima sin que se note y va escuchando la voz de trueno del Penitente del desierto, como si fuera uno de tantos que iban a Juan para que los bautizara, y a prepararse a quedar limpios para la venida del Mesías. Nada le distingue a Jesús de los demás. Parece un hombre común por su vestir; un señor en el porte y la hermosura, mas ningún signo divino lo distingue de la multitud.

Pero diríase que Juan ha sentido una emanación de espiritualidad especial. Se vuelve y detecta inmediatamente su fuente. Baja impetuosamente de la roca que le servía de púlpito y va deprisa hacia Jesús, que se ha detenido a algunos metros del grupo apoyándose en el tronco de un árbol.

Jesús y Juan se miran fijamente un momento. Jesús con esa mirada suya azul tan dulce; Juan con su ojo severo, negrísimo, lleno de relámpagos. Los dos, vistos juntos, son antitéticos. Altos los dos - es el único parecido -, son muy distintos en todo lo demás. Jesús, rubio y de largos cabellos ordenados, rostro de un blanco marmóreo, ojos azules, atavío sencillo pero majestuoso. Juan, hirsuto, negro: negros cabellos que caen lisos sobre los hombros (lisos y desiguales en largura); negra barba rala que le cubre casi todo el rostro, sin impedir con su velo que se noten los carrillos ahondados por el ayuno; negros ojos febriles; oscuro de piel, bronceada por el sol y la intemperie; oscuro por el tupido vello que lo cubre. Juan está semidesnudo, con su vestidura de piel de camello (sujeta a la cintura por una correa de cuero), que le cubre el torso cayendo apenas bajo los costados delgados y dejando descubiertas las costillas en la parte derecha, esas costillas cubiertas por el único estrato de tejidos que es la piel curtida por el aire. Parecen un salvaje y un ángel vistos juntos.

Juan, después de escudriñarlo con su ojo penetrante, exclama:
- He aquí el Cordero de Dios. ¿Cómo es que viene a mí mi Señor?”
Jesús responde lleno de paz:
- Para cumplir el rito de penitencia
- Jamás, mi Señor. Soy yo quien debe ir a ti para ser santificado, ¿y Tú vienes a mí?”
Y Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, porque Juan se había inclinado ante Él, responde:
- Deja que se haga como deseo, para que se cumpla toda justicia y tu rito sea inicio para un más alto misterio y se anuncie a los hombres que la Víctima está en el mundo
Juan lo mira con los ojos dulcificados por una lágrima y le precede hacia la orilla.

Allí Jesús se quita el manto, la túnica y la prenda interior quedándose con una especie de pantalón corto; luego baja al agua, donde ya está Juan, que lo bautiza vertiendo sobre su cabeza agua del río, tomada con una especie de taza que lleva colgada del cinturón y que a mí me parece como una concha o una media calabaza secada y vaciada.

Jesús es exactamente el Cordero. Cordero en el candor de la carne, en la modestia del porte, en la mansedumbre de la mirada.

Mientras Jesús remonta la orilla y, después de vestirse, se recoge en oración, Juan lo señala ante las turbas y testifica que lo ha reconocido por el signo que el Espíritu de Dios le había indicado como señal infalible del Redentor.

Pero yo estoy polarizada en mirar a Jesús orando, y sólo tengo presente esta figura de luz que resalta sobre el fondo de hierba de la ribera.

Dice Jesús:
- Juan no tenía necesidad del signo para sí mismo. Su espíritu, pre-santificado desde el vientre de su madre, poseía esa vista de inteligencia sobrenatural que habrían poseído todos los hombres sin la culpa de Adán”.

Si el hombre hubiera permanecido en gracia, en inocencia, en fidelidad para con su Creador, habría visto a Dios a través de las apariencias externas. En el Génesis se lee que el Señor Dios hablaba familiarmente con el hombre inocente y que éste no desfallecía ante aquella voz y no se equivocaba al discernirla. Era destino del hombre ver y entender a Dios, justamente como un hijo con su padre. Después vino la culpa, y el hombre ya no se ha atrevido a mirar a Dios, ya no ha sabido ni ver ni comprender a Dios. Y cada vez lo sabe menos.

Pero Juan, mi primo Juan, quedó limpio de la culpa cuando la Llena de Gracia se inclinó amorosa a abrazar a Isabel, un tiempo estéril, entonces fecunda. El pequeñuelo saltó de júbilo en su seno, sintiendo caérsele de su alma la escama de la culpa, como costra que cae de una llaga que sana. El Espíritu Santo, que había hecho de María la Madre del Salvador, comenzó su obra de salvación, a través de María, vivo Sagrario de la Salvación encarnada, sobre este niño que había de nacer destinado a unirse a mí, no tanto por la sangre, cuanto por la misión que hizo de nosotros como los labios que forman la palabra. Juan los labios, Yo la Palabra. Él el Precursor en el Evangelio y en la suerte del martirio; Yo, quien perfeccionaba, con mi divina perfección, el Evangelio comenzado por Juan y el martirio por la defensa de la Ley de Dios.

Juan no tenía necesidad de ningún signo. Pero la cerrazón de los demás lo requería. ¿En qué habría fundado Juan su aserción, sino sobre una prueba innegable que los ojos y oídos de los tardos hubieran percibido?

Tampoco Yo tenía necesidad de bautismo. Pero la sabiduría del Señor había juzgado que ése era el momento y el modo del encuentro. E induciendo a Juan a salir de su cueva del desierto y a mí a salir de mi casa, nos unió en esa hora para abrir sobre mí los Cielos de donde habría de descender Él mismo, Paloma divina, sobre aquel que bautizaría a los hombres con tal Paloma, y el anuncio, más potente que el angélico, porque provenía del Padre mío: "Éste es mi Hijo muy amado con quien me he complacido". Para que los hombres no tuvieran disculpas o dudas en seguirme o en no seguirme.

Las manifestaciones del Cristo han sido muchas. La primera, después del Nacimiento, fue la de los Magos; la segunda, en el Templo; la tercera, en las orillas del Jordán. Después vinieron las infinitas otras que te daré a conocer (porque mis milagros son manifestaciones de mi naturaleza divina) hasta las últimas de la Resurrección y Ascensión al Cielo.

Mi patria quedó llena de mis manifestaciones. Como semilla esparcida los cuatro puntos cardinales, llegaron a todo estrato y lugar de la vida: a los pastores, a los poderosos, a los doctos, a los incrédulos, a los pecadores, a los sacerdotes, a los dominadores, a los niños, a los soldados, a los hebreos, a los gentiles. También al presente se repiten. Pero - como entonces - el mundo no las acoge. No sólo esto, sino que no acoge las actuales y olvida las pasadas. Pues bien, Yo no desisto. Yo me repito para salvaros, para conduciros a la fe en mí.

¿Sabes, María, lo que haces; es más, lo que hago mostrándote el Evangelio? Es un intento más fuerte de atraer a los hombres hacia mí. Tú has deseado esto con ardientes oraciones. Ya no me limito a la palabra. Los cansa y los separa. Es un pecado, pero es así. Recurro a la visión, y además de mi Evangelio, y la explico para hacerla más clara y atrayente.

A ti te doy el consuelo de ver. A todos doy el modo de desear conocerme. Y, si no sirviera aún, y cuales crueles niños arrojasen el don sin comprender su valor, a ti te quedará mi don y a ellos mi enojo. Podré, una vez más, pronunciar la antigua recriminación: "Hemos tocado y no habéis bailado, hemos entonado lamentos y no habéis llorado".

"Pero no importa, dejemos que los inconvertibles acumulen sobre su cabeza los tizones ardientes y volvámonos hacia las ovejas que tratan de conocer al Pastor, que soy Yo; y tú el cayado que las conduce a mí".

Para la reflexión personal.
§ Jesucristo, que era el Justo, decide hacer penitencia y recibir el bautismo de Juan. ¿Considero yo importante la penitencia por mis pecados? ¿Qué estoy dispuesto a hacer?
§ Jesucristo se humilla poniéndose en la cola de los pecadores. ¿Cómo vivo yo la humildad ante los demás, que son tan pecadores como yo?
§ El Señor hace todo lo que puede para atraernos hacia El. ¿Hago yo todo lo que puedo por estar a su lado? ¿Hago todo lo puedo para acercarnos a los demás y tratarlos como hermanos?
§ El Señor es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Le pido perdón por mis pecados? ¿Me dejo perdonar?

Acude a la Virgen María para que ella, como Madre buena que es, te lleve de la mano al encuentro de su Hijo.

EJERCICIOS ESPIRITUALES (3)
Invito a continuar estos Ejercicios Espirituales Online. El mejor método es leer y meditar la Vida de Jesús. Para que te sea más comprensible te propongo leer cada día un capítulo de la Vida Pública de Jesús, tal y como la vio María Valtorta.

María Valtorta nació en Italia en 1897 y murió en 1961 sin haber jamás visitado la Tierra Santa ni cursado estudios teológicos. Sin embargo, entre los años 1943 y 1950, escribió extensamente sobre temas de religión. Su más conocida obra, El Poema del Hombre Dios, de 5 volúmenes, relata la vida de Jesús y de María Santísima.

El Cardenal Ratzinger, del 17 de abril de 1993 (Prot. N. 144/58i), afirma: "Las "visiones" y "dictados" referidos en el trabajo, El Poema del Hombre-Dios, son simplemente la forma literaria utilizada por la autora para narrar en su propia forma la vida de Jesús. No pueden ser consideradas de origen sobrenatural".

De todos modos, expertos en Sagrada Escritura afirman que no han encontrado nada en estos escritos que pueda contradecir la fe de la Iglesia. Los leemos con el mismo espíritu y amor con que ella los escribió.

Jesús tentado por Satanás en el desierto. Cómo se vencen las tentaciones.

Ante mí la soledad pedregosa que había contemplado a mi izquierda en la visión del bautismo de Jesús en el Jordán.

Pero debo haberme adentrado mucho en ella, porque no veo en absoluto el hermoso río lento y azul, ni la vena de hierba que sigue su curso por las dos orillas, como alimentada por aquella arteria de agua. Aquí, sólo soledad, pedruscos, tierra tan abrasada, que ha quedado reducida a polvo amarillento que de vez en cuando el viento levanta en pequeños remolinos que parecen hálito de boca febril por lo seco y calientes que están; muy molestos por el polvo que con ellos penetra en la nariz y en la faringe. Muy raros, algún pequeño matorral espinoso, que ha resistido - quién sabe por qué - en aquella desolación: parecen los restos de mechones de cabellos en la cabeza de un calvo. Arriba, un cielo despiadadamente azul; abajo, el terreno árido; en torno, rocas y silencio. Esto es lo que veo, por lo que a la naturaleza se refiere.

Apoyado en una roca que, por su forma, crea una covacha, y sentado en una piedra que ha sido arrastrada hasta la oquedad, está Jesús. Se resguarda así del sol ardiente. Y el interno consejero me indica que esa piedra, en la que ahora está sentado, es también su reclinatorio y su almohada cuando descansa breves horas envuelto en su manto bajo la luz de las estrellas y el aire frío de la noche. Ahí cerca está la bolsa que le vi tomar antes de salir de Nazaret: todo su haber; por lo flácida que aparece, comprendo que está vacía de la poca comida que en ella había puesto María.

Jesús está muy delgado y pálido. Está sentado, con los codos apoyados en las rodillas y los antebrazos hacia fuera, con las manos unidas y entrelazadas por los dedos. Medita. De vez en cuando, levanta la mirada y la dirige a su alrededor y mira al Sol, que está alto, casi a plomada, en el cielo azul. De vez en cuando, y especialmente después de dirigir la mirada en torno a sí y alzarla hacia la luz solar, como con vértigo, cierra los ojos y se apoya en la peña que le sirve de cobijo.

Veo aparecer el feo hocico de Satanás. No se presenta de la forma con que nos lo imaginamos: con cuernos, rabo, etc. etc. Parece un beduino envuelto en su vestido y en su gran manto, que se asemeja a un disfraz de dominó. En la cabeza, el turbante, cuyas faldas blancas caen sobre los hombros y a ambos lados de la cara para protegerlos. De manera que, de la cara, puede verse un pequeño triángulo muy moreno, de labios delgados y sinuosos, de ojos negrísimos y hundidos, llenos de destellos magnéticos. Dos pupilas que te leen en el fondo del corazón, pero en las que no lees nada o una sola palabra: misterio.

Lo opuesto del ojo de Jesús, también muy magnético y fascinante, que te lee en el corazón, pero en el que tú lees también que en su corazón hay amor y bondad hacia ti. El ojo de Jesús es una caricia en el alma. Este es como un doble puñal que te perfora y quema.

Se acerca a Jesús:
-“¿Estás sólo?”
Jesús lo mira y no responde.
-“¿Cómo es que estás aquí? ¿Te has perdido?”
Jesús vuelve a mirarlo y calla.
- Si tuviera agua en la cantimplora, te la daría, pero yo también estoy sin ella. Se me ha muerto el caballo y me dirijo a pie al vado. Allí beberé y encontraré a alguien que me dé un pan. Sé el camino. Ven conmigo. Te guiaré
Jesús ya ni siquiera alza los ojos.
-“¿No respondes? ¿Sabes que si te quedas aquí mueres? Ya se levanta el viento. Va a haber tormenta. Ven»”
Jesús aprieta las manos en muda oración.
-Ah, entonces eres Tú! ¡Hace mucho que te busco! Y hace mucho que te vengo observando. Desde el momento en que fuiste bautizado. ¿Llamas al Eterno? Está lejos. Ahora estás en la tierra, entre los hombres. Y sobre los hombres reino yo. Pero, me das pena y quiero ayudarte, porque eres bueno y has venido a sacrificarte por nada. Los hombres te odiarán por tu bondad

No entienden más que de oro, comida y sensualidad. Sacrificio, dolor, obediencia, son para ellos palabras más muertas que esta tierra que tenemos a nuestro alrededor. Son aún más áridos que este polvo. Sólo la serpiente y el chacal pueden esconderse aquí, esperando morder o despedazar a alguno. Vámonos. No merece la pena sufrir por ellos. Los conozco más que Tú.

Satanás se ha sentado frente a Jesús, lo escudriña con su mirada tremenda y sonríe con su boca de serpiente. Jesús sigue callado y ora mentalmente.

Tú desconfías de mí. Haces mal. Yo soy la sabiduría de la Tierra. Puedo ser maestro tuyo para enseñarte a triunfar. Mira: lo importante es triunfar. Luego, cuando uno se ha impuesto, cuando ha engatusado al mundo, puede conducir a éste a donde quiera. Pero primero hay que ser como les gusta a ellos, como ellos. Seducirlos haciéndoles creer que los admiramos y seguimos su pensamiento.

Eres joven y atractivo. Empieza por la mujer, Siempre se debe comenzar por ella. Yo me equivoqué induciendo a la mujer a la desobediencia. Debería haberla aconsejado de otra forma. Habría hecho de ella un instrumento mejor y habría vencido a Dios. Actué precipitadamente. ¡Pero Tú...! Yo te enseño porque un día deposité en tí mi mirada con júbilo angélico y aún me queda un resto de aquel amor, escúchame y usa mi experiencia: búscate una compañera. Adonde Tú no llegues, ella llegará. Eres el nuevo Adán, debes tener tu Eva.

Además, ¿cómo podrás comprender y curar las enfermedades de la sensualidad si no sabes lo que son? ¿No sabes que es ahí donde está el núcleo del que nace la planta de la codicia y del afán de poder? ¿Por qué el hombre quiere reinar? ¿Por qué quiere ser rico, potente? Para poseer a la mujer. Ésta es como la alondra. Tiene necesidad de algo que brille para sentirse atraída. El oro y el poder son las dos caras del espejo que atraen a las mujeres y las causas del mal en el mundo. Mira: detrás de mil delitos de distinta naturaleza, hay al menos novecientos que tienen raíz en el hambre de posesión de la mujer o en la voluntad de una mujer consumida por un deseo que el hombre aún no satisface, o ya no satisface. Ve a la mujer, si quieres saber qué es la vida. Sólo después sabrás atender y curar los males de la Humanidad.

¡Es bonita la mujer! No hay nada más hermoso en el mundo. El hombre tiene el pensamiento y la fuerza. ¡Pero la mujer!... Su pensamiento es un perfume, su contacto es caricia de flores, su gracia es como vino que entra, su debilidad es como madeja de seda o rizo de niño en las manos del hombre, su caricia es fuerza que se vierte en la nuestra y la enciende. El dolor, la fatiga, la aflicción, quedan anulados cuando se está junto a una mujer y ella entre nuestros brazos como un ramo de flores.

Pero, ¡qué tonto soy! Tú tienes hambre y te hablo de la mujer. Tu vigor está exhausto Por ello, esta fragancia de la Tierra, esta flor de la creación, este fruto que da y suscita amor, te parece sin importancia. Pero, mira estas piedras: ¡qué redondeadas son y qué pulidas están, doradas bajo el Sol que cae!; ¿no parecen panes? Tú, Hijo de Dios, no tienes más que decir "quiero", para que se transformen en oloroso pan como el que ahora están sacando del horno las amas de casa para la cena de sus familiares. Y estas acacias tan secas, si Tú quieres, ¿no pueden llenarse de dulces pomos, de dátiles de miel? ¡Sáciate, oh Hijo de Dios! Tú eres el Dueño de la Tierra. Ella se inclina para ponerse a tus pies y quitarte el hambre.

¿Ves cómo te pones pálido y te tambaleas con solo oír nombrar el pan? ¡Pobre Jesús! ¿Estás tan débil, que ya no puedes ni siquiera dominar el milagro? ¿Quieres que lo haga yo en tu lugar? No estoy a tu altura, pero algo puedo. Me quedaré falto de fuerzas durante un año, las reuniré todas, pero te quiero servir porque Tú eres bueno y siempre me acuerdo que eres mi Dios, aunque me haya hecho indigno de llamarte tal. Ayúdame con tu oración para que pueda...

- Calla. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios
El demonio siente una sacudida de rabia. Le rechinan los dientes y aprieta los puños; de todas formas, se contiene y transforma su mueca en sonrisa.
- Comprendo, Tú estás por encima de las necesidades de la Tierra y te da repugnancia el servirte de mí. Me lo he merecido. ´Ven, entonces, y ve lo que hay en la Casa de Dios, ve cómo incluso los sacerdotes no rehúsan hacer transacciones entre el espíritu y la carne; porque, al fin y al cabo, son hombres y no ángeles. Cumple un milagro espiritual. Yo te llevo al pináculo del Templo, Tú transfigúrate en belleza allí arriba, y luego llama a las cohortes de ángeles y di que hagan de sus alas entrelazadas alfombra para tus pies y te porten así al patio principal. Que te vean y se acuerden de que Dios existe. De vez en cuando es necesario manifestarse, porque el hombre tiene una memoria muy frágil, especialmente en lo espiritual. Tú sabes qué dichosos se sentirán los ángeles de proteger tu pie y servirte de escalera cuando bajes".
- "No tientes al Señor tu Dios", está escrito.
- Comprendes que tu aparición tampoco mudaría las cosas y el Templo continuaría siendo un mercado y un lugar de corrupción. Tu divina sabiduría sabe que los corazones de los ministros del Templo son un nido de víboras, que se devoran, y devoran, con tal de aumentar su poder. Sólo los doma el poder humano.

Ven entonces. Adórame. Yo te daré la Tierra. Alejandro, Ciro, Cesar, todos los mayores dominadores pasados o vivos serán semejantes a jefes de mezquinas caravanas respecto a tí, que tendrás a todos los reinos de la Tierra bajo tu cetro, y con los reinos todas las riquezas, todas las cosas bellas de la tierra, y mujeres y caballos y soldados y templos. Podrás poner en alto en todas partes tu Signo, cuando seas Rey de los reyes y Señor del mundo. Entonces te obedecerá y venerará el pueblo y el sacerdocio. Todas las castas te honrarán y servirán, porque serás el Poderoso, el Único, el Señor.

¡Adórame aunque sólo sea un momento! ¡Quítame esta sed que tengo de ser adorado! Es la que me ha perdido, pero ha quedado en mí y me quema. Las llamaradas del infierno son aire fresco de la mañana respecto a este ardor que me quema por dentro. Es mi infierno, esta sed. ¡Un momento, un momento sólo, Cristo, Tú que eres bueno! ¡Un momento, aunque sólo sea, de gozo, al eterno Atormentado! Hazme sentir lo que quiere decir ser dios, y me tendrás devoto, obediente como siervo, durante toda la vida, en todas tus empresas. ¡Un momento! ¡Un solo momento, y no te atormentaré más
!”
Satanás cae de rodillas, suplicando.

Jesús, por el contrario, se ha levantado. Ha adelgazado en estos días de ayuno y parece aún más alto. Su rostro tiene un terrible aspecto de severidad y potencia, sus ojos son dos zafiros abrasadores, su voz es un trueno que resuena en la oquedad de la roca y se esparce por el pedregal y el llano desolado cuando dice:
- "Vete, Satanás. Está escrito: "Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás".
Satanás, con un alarido de condenado desgarro y de odio indescriptible, sale corriendo (tremendo ver su furiosa, humeante persona). Y desaparece con un nuevo alarido de maldición.

Jesús se sienta cansado, apoyando hacia atrás la cabeza contra la roca. Parece exhausto. Suda. Pero seres angélicos vienen a mover suavemente el aire con sus alas en el ambiente de bochorno de la cueva, purificándolo y refrescándolo. Jesús abre los ojos y sonríe. No lo veo comer. Yo diría que se nutre del aroma del Paraíso, obteniendo así nuevas fuerzas.

El Sol desaparece por el poniente. Jesús toma su vacío talego y, acompañado por los ángeles que producen una tenue luz suspendidos sobre su cabeza mientras la noche cae rapidísima, se dirige hacia el este, mejor dicho, hacia el nordeste. Ha recuperado su expresión habitual, el paso seguro. Sólo queda, como recuerdo del largo ayuno, un aspecto más ascético en su rostro delgado y pálido y en sus ojos, absortos en una alegría que no es de esta Tierra.

Dice Jesús (a María Valtorta):
-Ayer estabas sin tu fuerza, que es mi voluntad; eras, por tanto, un ser semivivo. He permitido reposar a tus miembros, te he sometido al único ayuno que te pesa: el de mi palabra. ¡Pobre María! Has pasado el Miércoles de Ceniza. En todo sentías el sabor de la ceniza, porque estabas sin tu Maestro. No se me sentía, pero estaba.

Esta mañana, puesto que el ansia es recíproca, te he susurrado en tu duermevela: "Agnus Dei qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem" (Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz), y te lo he hecho repetir muchas veces y muchas te lo he repetido. Has creído que iba a hablar sobre esto. No. Primero estaba el punto que te he mostrado y que te voy a comentar. Luego, esta noche, te ilustro este otro.

Has visto que Satanás se presenta siempre con apariencia benévola, con aspecto común. Si las almas están atentas y, sobre todo, en contacto espiritual con Dios, advierten ese aviso que las hace cautelosas y las dispone a combatir las insidias demoníacas. Pero si las almas no están atentas a lo divino, separadas por una carnalidad oprimente y ensordecedora, sin la ayuda de la oración que une a Dios y vierte su fuerza como por un canal en el corazón del hombre, entonces difícilmente se dan cuenta de la celada, y caen en ella, y luego es muy difícil liberarse.

Las dos vías más comunes que Satanás toma para llegar a las almas son la sensualidad y la gula. Empieza siempre por la materia; una vez que la ha desmantelado y subyugado, pasa a atacar a la parte superior: primero, lo moral (el pensamiento con sus soberbias y deseos desenfrenados); después, el espíritu, quitándole no sólo el amor - que ya no existe cuando el hombre ha substituido el amor divino por otros amores humanos - sino también el temor de Dios. Es entonces cuando el hombre se abandona en cuerpo y alma a Satanás, con tal de llegar a gozar de lo que desea, de gozar cada vez más.

Has visto cómo me he comportado Yo. Silencio y oración. Silencio. Efectivamente, si Satanás lleva a cabo su obra de seductor y se nos acerca, se le debe soportar sin impaciencias necias ni miedos mezquinos. Pero reaccionar: ante su presencia, con entereza; ante su seducción, con la oración.

Es inútil discutir con Satanás. Vencería él, porque es fuerte en su dialéctica. Sólo Dios puede vencerlo. Entonces, recurrir a Dios, que hable por nosotros, a través de nosotros. Mostrar a Satanás ese Nombre y ese Signo, no tanto escritos en un papel o grabados en un trozo de madera, cuanto escritos y grabados en el corazón. Mi Nombre, mi Signo. Rebatir a Satanás únicamente cuando insinúa que es como Dios, rebatirle usando la palabra de Dios; no la soporta.

Luego, después de la lucha, viene la victoria, y los ángeles sirven y defienden del odio de Satanás al vencedor; lo confortan con los rocíos celestes, con la gracia que vierten a manos llenas en el corazón del hijo fiel, con la bendición que acaricia al espíritu
".

Hace falta tener la voluntad de vencer a Satanás, y fe en Dios y en su ayuda; fe en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor. En ese caso Satanás no puede causar ningún daño.

Para reflexionar:
§ ¿Me doy cuenta de la fuerza que tiene el demonio?
§ ¿Soy consciente de que los males del mundo vienen por un NO dado a Dios y un SI dado a Satanás?
§ ¿Qué medios pongo para vencer la tentación?
§ ¿Cuido la oración?
§ ¿Recibo los Sacramentos?
§ ¿Trato de cerca a la Virgen María?

Recuerda lo que dice Jesús en el desierto: "Apártate de mí Satanás... solo a Dios has de adorar"

Repite con frecuencia la petición del Padrenuestro: "No nos dejes caer en la tentación. Líbranos del mal".

EJERCICIOS ESPIRITUALES (4)

Invito a continuar estos Ejercicios Espirituales Online. El mejor método es leer y meditar la Vida de Jesús. Para que te sea más comprensible te propongo leer cada día un capítulo de la Vida Pública de Jesús, narrada por María Valtorta. Ella pon en boca de Jesús muchísimas cosas que no aparecen en los Evangelios, pero es su modo de contemplar la vida del Señor, tratando de imaginar como pudo ser. San Ignacio de Loyola proponía para meditar bien hacer lo que él llama la "composición de lugar". Tratar de "ver y oír" al Maestro como si fuéramos unos testigos directos de cada escena evangélica.

María Valtorta nació en Italia en 1897 y murió en 1961 sin haber jamás visitado la Tierra Santa ni cursado estudios teológicos. Sin embargo, entre los años 1943 y 1950, escribió extensamente sobre temas de religión. Su más conocida obra, “El Poema del Hombre Dios”, de 5 volúmenes, relata la vida de Jesús y de María Santísima.
El Cardenal Ratzinger, del 17 de abril de 1993 (Prot. N. 144/58i), afirma: "Las "visiones" y "dictados" referidos en el trabajo, El Poema del Hombre-Dios’, son simplemente la forma literaria utilizada por la autora para narrar en su propia forma la vida de Jesús. No pueden ser consideradas de origen sobrenatural".

De todos modos, expertos en Sagrada Escritura afirman que no han encontrado nada en estos escritos que pueda contradecir la fe de la Iglesia. Los leemos con el mismo espíritu y amor con que ella los escribió.

El encuentro con Juan y Santiago.
Juan de Zebedeo es el puro entre los discípulos.

Veo a Jesús caminando a lo largo de la faja verde que sigue el curso del Jordán. Ha vuelto, aproximadamente, al lugar que vio su bautismo, cerca del vado que parece fuera muy conocido y frecuentado, para pasar a la otra margen, hacia la Perea.

Pero el lugar, hace poco tan colmado de gente, ahora se ve desierto. Sólo algún viandante, a pie o montado en asnos o caballos, lo recorre. Jesús parece no darse cuenta siquiera. Continúa por su camino subiendo hacia el norte, como absorto en sus pensamientos.

Cuando llega a la altura del vado, se cruza con un grupo de hombres de distintas edades que discuten animadamente entre ellos y luego se separan, parte yendo hacia el sur, parte subiendo hacia el norte. Entre los que se dirigen hacia el norte veo a Juan y a Santiago. Juan es el primero que ve a Jesús y lo señala mostrándoselo al hermano y a los compañeros. Hablan un poco entre ellos, y Juan se echa a andar deprisa para alcanzar a Jesús. Santiago le sigue más despacio. Los demás no hacen mayor caso; caminan lentamente, en animada conversación.

Juan, cuando llega a no más de unos dos o tres metros detrás de Jesús, grita:
- “¡Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo!”

Jesús se vuelve y lo mira. Los dos están a pocos pasos el uno del otro. Se observan. Jesús con su aspecto serio e indagador. Juan con su ojo puro y risueño en ese hermoso rostro suyo juvenil como de niña. Se le pueden echar veinte años, y en su cara sonrosada no hay más signos que el de una pelusa rubia que parece un velo de oro.
-“¿A quién buscas?” - pregunta Jesús.
- A ti, Maestro
-“¿Cómo sabes que soy maestro?”
- Me lo ha dicho el Bautista
- Y entonces ¿por qué me llamas Cordero?”
- Porque le he oído a él llamarte así un día en que Tú pasabas, hace poco más de un mes
-“¿Qué quieres de mí?”
- Que nos digas palabras de vida eterna y que nos confortes
-“¿Quién eres?”
- Juan de Zebedeo, y éste es Santiago, mi hermano. Somos de Galilea, pescadores. Somos, además, discípulos de Juan

Él nos decía palabras de vida y nosotros le escuchábamos, porque queremos seguir a Dios y, con la penitencia, merecer el perdón, preparando los caminos del corazón a la venida del Mesías. Tú lo eres. Juan lo dijo, porque vio el signo de la Paloma posarse sobre ti. A nosotros nos lo dijo: "He ahí el Cordero de Dios". Yo te digo: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz, porque ya no tenemos a nadie que nos guíe y nuestra alma está turbada.

-“¿Dónde está Juan?”
- Herodes lo ha apresado. Está en prisión, en Maqueronte. Los más fieles de entre los suyos han intentado liberarlo, pero no se puede. Nosotros volvemos de allí. Déjanos ir contigo, Maestro. Muéstranos dónde vives
- Venid. Pero ¿sabéis lo que pedís? Quien me siga tendrá que dejar todo; casa, familia, modo de pensar, e incluso la vida. Yo os haré mis discípulos y amigos, si queréis. Pero no tengo riquezas ni seguridades. Soy pobre hasta no tener ni dónde reclinar la cabeza, y lo seré aún más; más perseguido que una oveja perdida, por los lobos. Mi doctrina es todavía más severa que la de Juan, porque prohíbe incluso el resentimiento. No se dirige tanto hacia lo externo cuanto hacia el espíritu. Tendréis que renacer, si queréis ser míos. ¿Queréis hacerlo?”
- Sí, Maestro, Tú sólo tienes palabras que nos dan luz, que descienden y, donde había tinieblas de desolación por carecer de guía, proporcionan claror de sol
-Venid, entonces. Vamos. Os adoctrinaré por el camino
Dice Jesús:
- El grupo que se cruzó conmigo era numeroso, pero sólo uno me reconoció: el que tenía alma, pensamiento y carne, limpios de toda lujuria. Insisto sobre el valor de la pureza. La castidad es siempre fuente de lucidez de pensamiento. La virginidad afina y conserva la sensibilidad intelectiva y afectiva hasta la perfección, perfección que sólo quien es virgen experimenta".

Virgen se es de muchas formas. A la fuerza - y esto especialmente para las mujeres -, cuando no se ha sido elegido para casarse. Debería ser así también para los hombres, pero no lo es, lo cual está mal, porque de una juventud ensuciada prematuramente por la lascivia sólo podrá salir un cabeza de familia enfermo en el sentimiento y, frecuentemente, también en la carne.

Existe la virginidad conscientemente querida, o sea, la de quienes, en un arrebato del corazón, se consagran al Señor. ¡Hermosa virginidad! ¡Sacrificio agradable a Dios! Pero no todos, luego, saben permanecer en ese candor suyo de lirio enhiesto sobre el tallo, orientado hacia el cielo, que no sabe del fango del suelo, abierto sólo al beso del sol de Dios y de sus rocíos.

Muchos permanecen fieles materialmente al voto en sí. Pero infieles con el pensamiento, que añora y desea lo que ha sacrificado. Éstos son vírgenes sólo a medias. Si la carne está intacta, el corazón no lo está. Este corazón fermenta, hierve, libera humos de sensualidad, tanto más refinada y saboreada cuanto más es creación del pensamiento que acaricia, alimenta y aumenta continuamente imágenes de satisfacciones ilegítimas; ilícitas incluso para el libre, más que ilícitas para el consagrado.

Viene entonces la hipocresía del voto. Hay apariencia, la sustancia falta. Y en verdad os digo que entre quien viene a mí con el lirio roto por la imposición de un tirano, y quien viene con el lirio no materialmente quebrado, pero sí sucio de babas por la regurgitación de una sensualidad acariciada y cultivada para llenar de ella las horas de soledad, Yo llamo "virgen" al primero y "no virgen" al segundo. Y al primero le doy corona de virgen y doble corona de martirio con causa en la carne herida y en el corazón llagado por la mutilación no querida.

El valor de la pureza es tal que - lo has visto - Satanás se preocupaba ante todo de inducirme a la impureza. Él sabe bien que la culpa sensual desmantela el alma y la hace fácil presa para las otras culpas. La atención de Satanás se dirigió a este punto capital para vencerme.

El pan, el hambre, son las formas materiales para la alegoría del apetito, de los apetitos que Satanás explota para sus fines. ¡Bien distinto es el alimento que él me ofrecía para hacerme caer como ebrio a sus pies! Después vendría la gula, el dinero, el poder, la idolatría, la blasfemia, la abjuración de la Ley divina. Mas el primer paso para poseerme era éste: el mismo que usó para herir a Adán.

El mundo se burla de los puros. Los culpables de impudicia los agreden. Juan el Bautista es una víctima de la lujuria de dos obscenos. Pero si el mundo tiene todavía un poco de luz, se debe a los puros del mundo. Son ellos los siervos de Dios y saben entender a Dios y repetir las palabras de Dios. Yo he dicho: "Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios", incluso desde la tierra. Ellos, a quienes el humo de la sensualidad no turba el pensamiento, "ven" a Dios y lo oyen y le siguen, y lo manifiestan a los demás.

Juan de Zebedeo es puro. Es el puro entre mis discípulos. ¡Qué alma de flor en cuerpo de ángel! Me llama con las palabras de su primer maestro y me pide que le dé paz. Mas la paz la tiene en sí por su vida pura, y Yo lo he amado por esta pureza suya, a la que he confiado las enseñanzas, los secretos, la más querida Criatura que tuviera.

Ha sido mi primer discípulo, mi amante (en el buen sentido de la palabra) desde el primer instante en que me vio. Su alma se había fundido con la mía desde el día en que me había visto pasar a lo largo del Jordán y había visto que el Bautista me señalaba. Aunque no se hubiera cruzado conmigo luego, a mi regreso del desierto, me habría buscado hasta encontrarme; porque quien es puro es humilde y está deseoso de instruirse en la ciencia de Dios, y va, como el agua al mar, hacia los que reconoce maestros en la doctrina celeste. No he querido que hablases tú sobre la tentación sensual de tu Jesús. Aunque tu voz interior te había hecho entender el motivo de Satanás para moverme a la carne, he preferido hablar de ello Yo. Y no pienses nada más. Era necesario hablar de ello.

Ahora pasa adelante. Deja la flor de Satanás en la arena. Ven tras Jesús, como Juan. Caminarás entre las espinas, pero encontrarás por rosas las gotas de sangre de Quien por ti las vertió para vencer también en ti a la carne.

Prevengo también una observación. Dice Juan en su Evangelio hablando del encuentro conmigo: "Y al día siguiente". Parece, por eso, que el Bautista me hubiera indicado al día siguiente del bautismo, y que inmediatamente Juan y Santiago me hubieran seguido. Ello contrasta con lo que dijeron los otros evangelistas acerca de los cuarenta días pasados en el desierto.

Leedlo así: "(Una vez acaecido el arresto de Juan) un día después, los dos discípulos de Juan Bautista, a los cuales me había señalado diciendo: ´He ahí el Cordero de Dios´, viéndome de nuevo, me llamaron y me siguieron". Después de mi regreso del desierto.

Y juntos volvimos a las orillas del lago de Galilea, donde me había refugiado para empezar desde allí mi evangelización y los dos hablaron de mí - después de haber estado conmigo durante todo el camino y una jornada entera en la casa hospitalaria de un amigo de mi casa, de la parentela - a los otros pescadores. Pero la iniciativa fue de Juan, a quien la voluntad de penitencia había hecho de su alma, ya de por sí cristalina por su pureza, una obra maestra de pulcritud en que la Verdad se espejeaba nítidamente, dándole también la santa audacia de las personas puras y generosas, que no tienen miedo nunca a dar un paso al frente donde ven que está Dios, donde ven que hay verdad, doctrina, caminos de Dios.

¡Cuánto le amé por esta característica suya sencilla y heroica!

Para la reflexión y examen.
§ ¿Veo en Jesús, como Juan, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo?
§ ¿Busco de verdad en Jesús al Maestro que enseña?
§ Él es el Verbo de Dios hecho hombre para enseñarnos. ¿Le escucho?
§ Jesús prohíbe el resentimiento. ¿Me esfuerzo en perdonar y olvidar las ofensas?
§ ¿Qué valor le doy a la castidad? ¿Valoro la virginidad como un don de Dios?
§ ¿Vivo sinceramente el compromiso adquirido voluntariamente con Dios?
§ Juan es el modelo del hombre virginal que lo da todo por Dios. ¿Pido por las vocaciones sacerdotales y religiosa?
EJERCICIOS E. ON LINE. CONVERSOS FAMOSOS (5)
Frutos de conversión. Nos lo recuerda el Evangelio del Domingo 3º de Cuaresma.

Dar frutos.
CONVERSION (Etim. Del Latín clásico converto, conversio, cambiar).
Conversión es la vuelta al Padre del que se había alejado por el pecado. También se aplica a los que descubren y entran en la Iglesia Católica.

La conversión es cambio de vida, fruto de un encuentro con Jesucristo que nos lleva a ver la vida centrada en El y ordenada en la moral. La conversión es una gracia de Dios otorgada por los méritos de la redención de Cristo que murió en la cruz para reconciliarnos con el Padre. La conversión es esencial para ser discípulos de Cristo y salvarnos.

Ya que todos somos pecadores, todos necesitamos continua conversión.

No lo dejes para mañana...
San Agustín retaba a los paganos que retrasaban su conversión con semejantes palabras: Si ya lo has pensado, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar? Hoy es el día, ahora mismo; 'no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy'. Dejarlo para luego es exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a toda hora estás preparado para este paso.

Pero no daban el paso, por temor a un cambio demasiado brusco; y, al verlos indecisos y afirmando que lo harían cualquier día, arremetía con una lógica aplastante: "Si ahora no te animas, ¿por qué dices y crees que lo harás algún día? No estés tan seguro, te costará más que hoy; quizás no tengas ya deseos del cambio; las fuerzas contrarias volverán a la carga". ¿Por qué dices que alguna vez lo harás?, ¿tendrás oportunidad?, ¿seguirás con vida mañana?, ¿te dará Dios la gracia de la conversión? Teme a Cristo que pasa y no vuelve.

Al demonio le encanta ilusionar a la gente y engañarla con la conversión de mañana; a Dios le gustan las cosas hoy y ahora: Hoy es el día de la conversión. Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón.

Por qué me convertí al catolicismo. Gilberto K. Chésterton, famoso escritor inglés:
¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran esfuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras...

Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable.

La experiencia de los siglos.
Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo… Y los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años.

Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probó no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.

Estamos en tiempos importantes, donde merece la pena dar un SI a Cristo y a la Iglesia. Precisamente porque en muchos ambientes no está bien visto. Pero es que lo que no está bien visto es el bien, la honradez, el sentido común, la fidelidad a la verdad, la valentía de dar la cara por Dios. Es urgente que los cristianos demos frutos. Si no lo hacemos estamos perdiendo el tiempo. Nuestra responsabilidad es grande.

San Pablo nos ha dicho: EL QUE SE CREE SEGURO, ¡CUIDADO!, NO CAIGA.

Hoy el Señor se acerca a ti, como lo hizo con aquella higuera. ¿Encuentra fruto? ¿Todo el fruto que El desea encontrar? Saca las consecuencias.

En la actualidad numerosas personas - de países paganos o paganizados, como Francia o España - siguen descubriendo o redescubriendo en sus vidas a Jesucristo. Es un fenómeno natural -cotidiano, podría decirse- del cristianismo, ya que la vida del cristiano lleva a una continua conversión.

Un libro interesante de José Miguel Cejas sobre los conversos:
Conversos de la Historia. Editorial Verdad y Vida.
Este libro recoge la peripecia vital de una treintena de conversos al cristianismo; como Nathanson, Lewis, Chesterton, Claudel, Messori, Linda Poindexter, etc.

Ofrezco la relación de algunos libros de testimonios de conversos: en unos casos se trata de mujeres o de hombres que vivían un catolicismo superficial o meramente nominal, y se han convertido en personas coherentes con su fe. En otros casos, son conversos del protestantismo o del anglicanismo que han encontrado en el catolicismo la plenitud de la Verdad revelada.

Los itinerarios biográficos son muy diversos. Sólo tienen en común el punto de partida: una búsqueda radical de la Verdad.

Ámbito hispano: En la actualidad hay en España algunos intelectuales conversos - como el escritor de Prada (en su faceta de articulista) - que han reaccionado ante el clima de cobardía moral, frivolidad y apostasíade factoque se observa en amplios sectores del catolicismo español.

Esa cobardía moral es consecuencia, en gran medida, de la indigencia doctrinal y religiosa que padece un número elevado de los intelectuales españoles que aún se reconocen cristianos. Es un factor más a tener en cuenta a la hora de explicar la decadencia moral y cultural española de las últimas décadas; una decadencia que influye en numerosos países de raíz hispana.

Algunos medios de comunicación - la TV, de forma particularmente expresiva, con el fenómeno de la "televisión basura" - reflejan ese envilecimiento generalizado.

Queda por determinar en qué medida la pérdida de las raíces culturales cristianas ha contribuido, o ha llevado, en el caso español, a esa situación.

Se pueden citar, entre otros conversos históricos, al pensador Donoso Cortés; al filósofo Manuel García Morente, o la novelista Carmen Laforet (La mujer nueva).
Ámbito italiano: En Italia se han producido recientemente varias conversiones de gran resonancia social, semejante a la que tuvieron en su época las conversiones del rabino de Roma, Israel Zolli; o el escritor Giovanni Papini.
Las conversiones del periodista Vittorio Messori y del editor Leonardo Mondadori, muestran que el pensamiento laicista contemporáneo es incapaz de hacer feliz y de responder a las preguntas más genuinas del hombre.

Estas conversiones de intelectuales destacados han tenido un fuerte eco social en la opinión pública italiana, menos influida -a diferencia de Portugal o España- por el poder de algunos “lobbyes” de signo anticristiano que amenazan con monopolizar los medios de comunicación.

Ámbito francés: Muchos conversos franceses proceden del ámbito cultural fuertemente anticristiano del pensamiento ilustrado laicista. En la primera mitad de siglo XX, la conversión de destacados artistas e intelectuales contribuyó decisivamente a la revitalización del catolicismo francés, que sufría las fuertes heridas del pensamiento de la Revolución francesa y las consecuencias de las medidas represivas de los gobiernos de las últimas décadas del XIX.

A finales del siglo XX y comienzos del XXI, algunas figuras como Lustiger constituyen un foco de esperanza para una sociedad cada vez más consciente de su decadencia cultural y de la pérdida progresiva de su influencia en el mundo.Paul Claudel es uno de los conversos franceses al catolicismo más conocidos, junto con novelistas como Leon Bloy, poetas como Charles Peguy, filósofos como Jacques Maritain y Gabriel Marcel.

Ámbito ruso: Alexander Dostoievsky; Alexander Solzhenitsyn, Tatiana Goritzcheva, etc. son algunos de los conversos al cristianismo ortodoxo más conocidos en Occidente. Los dos últimos son el reflejo de la reacción antimaterialista de gran parte del pueblo ruso, que ha guardado sus raíces cristianas durante un siglo de sangrienta represión comunista.

Ámbito anglosajón: En este ámbito destacan las figuras del Movimiento de Oxford.
Entre otros conversos, se pueden citar: los clérigos Hugh Benson y Ronald Knox (conversos al catolicismo); los novelistas Baring, Evelyn Waugh, Walter Percy, Graham Greene; los poetas Hopkins,T. S. Eliot (converso al anglocatolicismo); Edith Sitwell; el actor Alec Guiness; el teólogo y luego Cardenal J. H. Newman; el antiguo obispo anglicano de Londres, Graham Leonard; el historiador Charles Dawson; el novelista Chesterton; el pensador C. S. Lewis (converso al anglocatolicismo); etc.

Ámbito norteamericano: entre las conversiones que han alcanzado cierta resonancia social (sobre todo en medios católicos) se pueden citar la del antiguo abortista Nathanson; la del pastor luterano Neuhaus; la de los esposos presbiterianos Hahn; la del humanista Mortimer Adler o la del famoso economista Schumacher, conocido mundialmente por su libro Lo pequeño es hermoso.

Ámbito germano y centroeuropeo: se puede resaltar el acercamiento hacia el cristianismo (en algunos casos al catolicismo) de figuras como Teodor Haecker o el psiquiatra judío K. Stern. Son particularmente conocidas las conversiones de Edith Stein y von Hildebrand; o la conversión al catolicismo de la luterana Gertrude von Le Fort y del premio Nobel Erns Jünger, al final de su vida.

Edith Stein, filósofa, conversa y carmelita. La asesinaron los nazis por ser judía.

En el área holandesa, se encuentra la historiadora conversa Cornelia J. de Vogel. En el norte de Europa son particularmente conocidas - cada una en su ámbito - las figuras de dos conversas: la novelista sueca Sigrid Unsedt y la diplomática noruega Janne Haaland Matlary.

Fuente de referencia: J. L. Lorda, artículo Conversos del siglo XX. Palabra, nº 478
http://www.conelpapa.com/libro/conver.htm
Juan García Inza

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