sábado, 3 de octubre de 2009

PECADO ORIGINAL


Como todos sabemos, el pecado de nuestros primeros padres, es conocido con el nombre de pecado original”…

Este pecado, trastocó todos los planes divinos. Aunque hay quien con todo sentido manifiesta, que la ruptura ocasionada por el pecado no destruyó el plan de Dios sino que únicamente modificó los caminos para su realización. Lo que el pecado rompe y dispersa Dios de nuevo lo congrega por medio de las alianzas con los hombres.

La generalidad de nosotros nos preguntamos: ¿Cómo el pecado que cometieron Adán y Eva, vino a ser el pecado de todos sus descendientes, que somos nosotros? A nuestro juicio la idea de la transmisión del pecado original desde Adán y Eva a nosotros, no nos resulta asimilable, y en cierto modo nos chirria. Pero esto no siempre lo han entendido así nuestros antecesores cristianos. Lo que ocurre es que somos el fruto de unas ideas filosóficas imperantes, que poco a poco tratan de minar los deseos divinos, y estamos obsesionados con nuestros derechos, pero nunca nos acordamos de nuestras obligaciones.

El sofisma, nos hace pensar, que resulta incomprensible, que un inocente pueda ser declarado culpable, de un acto que no ha cometido él mismo y ciertamente pensamos, que ninguno de nosotros llegamos a morder la célebre manzana. Pero hemos de darnos cuenta, que esta es una situación un tanto misteriosa y que el pecado original entre los recién nacidos, no puede ser comprendido en el sentido que el término pecado tiene en el pecador adulto. El pecador adulto, es una persona plenamente responsable, mientras que la responsabilidad de un recién nacido, es un misterio sobre el que se barajan variadas hipótesis para su explicación. Por esto, es por lo que no pocos teólogos contemporáneos desearían que se renuncie a este término calificativo de pecado y que se utilice otro término, para designar la situación en la que se encuentra el niño en su nacimiento, antes de su bautizo.

Los Padres griegos, siempre han tratado de evitar el término pecado para describir la situación del recién nacido. Ellos, hablan o emplean los términos de muerte”, “herida”, “enfermedad”, “corrupción” o “pérdida de la imagen de Dios. San Juan Crisóstomo describe de la siguiente forma esta situación: Bautizamos a los niños pequeños, aún no teniendo pecados, para que les sea dada la santificación, la justicia, la filiación la herencia, la cualidad de hermanos y miembros de Cristo y que en ellos habite el Espíritu.

Pero califiquemos como califiquemos esta situación, el hecho es que ella, ahí está y es un misterio que no podemos comprender plenamente. Así el cardenal Schónborn escribe: La realidad del pecado original no es accesible a la investigación histórica o a la especulación filosófica. Es una verdad revelada que como tal se sustrae a la experiencia, aunque con su luz se esclarezcan y comprendan mejor muchas experiencias humanas.

Santo Tomás, responde en latín a esta pregunta que nos hacemos, diciendo que: "sicut unum corpus unius hominis", que quiere decir, que todo el género humano es en Adán y en Eva, como el cuerpo único de un único hombre. Por esta "unidad del género humano", todos los hombres estamos implicados en el pecado de Adán y Eva. Así lo afirma San Pablo cuando escribe: "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12)

Sabemos por la revelación bíblica, que Adán y Eva habían recibido la santidad y la justicia originales, no para ellos solos sino para toda la naturaleza humana. Más tarde se origina el conocido episodio del árbol, la manzana y el demonio. Accediendo a los deseos del tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana. Su prístina naturaleza humana, la de Adán y Eva, quedará transformada y como resulta, que nadie da lo que no tiene, Adán y Eva lo que nos trasmiten es el estado de naturaleza caída, al que quedaron reducidos. Y a partir de este momento empezó la interminable rebelión de la carne contra el espíritu llamada concupiscencia. El pecado original, no es, una culpa personal nuestra. Es la falta de la gracia sobrenatural y esta es un don gratuito de Dios, y Dios no está obligado a concedérnosla.

Dentro del misterio que este tema tiene, hay sin embargo una cosa que es cierta. El pecado original no tiene el carácter de falta para ninguna persona llegada a este mundo, pero eso sí, ella llega con el lastre de la concupiscencia. El Catecismo de la Iglesia católica a este respecto y en el parágrafo 405, nos dice sobre la concupiscencia, que: Aunque propio de cada uno el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.

Por la caída del primer hombre, la raza perdió su unión con Dios; se abrió un abismo entre ambos; entre el hombre y Dios que antes estaban unidos, ahora existía una separación; hasta que llegó la reparación por esa falta, las puertas del Cielo estaban cerradas para los miembros de la raza humana. A partir de la catástrofe de Adán, todos los hombres, nacemos solo con la vida natural, sin la vida sobrenatural que nos proporciona la gracia santificante. Si Adán no hubiese pecado, habría conservado la gracia y nosotros la habríamos heredado.

La gracia está en el alma, y el alma no la heredamos, sino que es creada individualmente por Dios. Esto significa nacer con el pecado original, que no debe de ser marginado como una mancha en el alma sino más bien como la ausencia de la gracia, sin la cual no podemos alcanzar el objetivo para el que Dios había destinado al hombre.

Pero Dios en su infinita bondad, busco el camino para arreglar el estropicio. Él no quería para nosotros una situación de carácter eterno, tal como la que determinó para los ángeles caídos. Dios castigó a los ángeles para siempre, eternamente; porque su pecado fue por malicia; pero en el caso del hombre, este no pecó por malicia, sino por seducción. Y así, tal como nos dice San Pablo: Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida" (Rm 5,18).

La salvación traída por Cristo colmó, superándolas, todas las aspiraciones profundas del hombre. Dice San León magno, que fue más grande la ganancia que hemos conseguimos por la Redención de Jesucristo, que el daño causado por la envidia del diablo y el pecado de Adán. La salvación significa algo mucho más grande para nosotros, que la mera liberación del pecado y de sus consecuencias en este mundo y en el otro. Significa incluso mucho más que la admisión a una vida libre de miserias y que contiene toda la felicidad. La salvación consiste más bien en ponernos en una condición, en virtud de la cual la vida eterna de Dios llega a ser nuestra, de acuerdo con el derecho normal de sucesión a una herencia.

Y así la Iglesia se atreve a decir en la liturgia pascual el Sábado Santo: “¡Oh ciertamente necesario pecado de Adán, que por la muerte de Cristo fue borrado! ¡Oh feliz culpa que mereció tener tan grande Redentor!”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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