miércoles, 27 de mayo de 2009

OJOS LARGOS


Cuando niño, acostumbraba observar desde el balcón de mi casa a los niños que jugaban a la pelota en un gran solar de la vecindad; solía hacerlo con una mirada que he dado en llamar de ojos largos. Me refiero a esa mirada que cuando se es niño, es muy peculiar en los pequeños.

Cuando vemos a otros comiendo algo o jugando con algo que a nosotros nos está vedado, hay una cierta manera de fijar la vista en aquello que absolutamente nada a nuestro alrededor nos hace quitarle los ojos de encima. No pareciera haber poder alguno en el mundo que nos hiciera quitar la mirada de nuestro objetivo. Nada distrae al niño.

En gran parte de las ocasiones, no es hasta que el niño recibe el helado de manos de su padre o madre - que pueden entender su mirada - o que es subido al caballito del carrusel, que su contemplación llega a ser satisfecha.

Reflexionaba en estos días sobre dos cosas:
§ Primero, que aunque nunca pude bajar a jugar con los otros niños en aquel solar -por motivos netamente personales que tienen que ver con la manera en que fui criado - Dios si pudo captar mis ojos largos de niño.
§ Aunque nunca desarrollé buenas habilidades para el juego, mi sueño llegó a ser el poder presenciar alguna vez un juego de grandes ligas, lo cual parecía en ese momento, algo totalmente inalcanzable para una familia de bajos recursos como la mía.

Años más tarde, me tocó ser objeto de un acto de gracia por parte del Señor quien me llevó a ocupar una de las butacas de aquel hermoso estadio de béisbol de los Cardenales de San Luis (equipo grandes ligas de los EEUU).

El cómo había llegado a ese lugar aquella noche era simplemente un milagro… no había pagado un centavo por estar allí. En ese momento, todas mis expectativas se realizaron al contemplar un juego de beisbolistas profesionales, por vez primera.

Estos eran los jugadores que los muchachos del solar habían estado imitando muchos años atrás. Habían pasado casi treinta años pero mi Padre Celestial, quien captó mis ojos largos de aquel entonces, supo contestar la petición no verbalizada del niño.

La segunda cosa sobre la que reflexioné fue que, de la misma manera en que, como niño tenía ojos largos para cosas que ahora reconozco eran pasajeras e irrelevantes desde un punto de vista maduro de la vida, así debiera contemplar cada día a mi Dios, como al que más anhela y necesita mi alma.

Cuánto deseo que mi mirada se mantenga fija y sin distracción alguna hasta que sea plenamente satisfecho mi deseo de Su presencia en mi vida.
Anita Irigoyen

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