jueves, 16 de abril de 2009

EL BOXEADOR


ECLESALIA.- Así era, así gustaba le conociesen y continuamos conociéndolo nosotros, El Boxeador, Manolo, que se bajó del ring, tras muchos años en él.

Manolo fue campeón de pesos welters en España y recorrió media Europa, peleando, de la mano de su manager Baltasar Sanchili, único campeón del mundo valenciano. Un accidente de caza le afectó seriamente una mano, impidiéndole continuar combatiendo, cosa que le transformó su vida de forma radical, incluido el abandono de su mujer e hijos, seguramente por esa falta de corazón para hacer frente a la vida, que también le faltó en sus combates y que le impidió ser un gran campeón según comentan algunos que le conocieron, y, seguramente, por la inmadurez de una persona que, fue creciendo como tal, conforme le dictaban los pensamientos e intereses de otros.

Tras jugarse el patrimonio heredado de sus padres y algunas aventuras más, fue a parar, junto con su hermano, al descampado del antiguo Hospital Psiquiátrico Padre Jofré en Jesús, barrio de Patraix, donde iniciamos con él la relación de acompañamiento hace, aproximadamente, dos años.

Su vida fue un paso, lento pero firme, de la comodidad y el lujo, a un cartón sobre el que dormir, intentando, con él, protegerse del frío suelo. Pero en ese camino, él nunca olvidó su pasado. Y recordaba, una y otra vez, sus conquistas - sentimentales -, sus éxitos - en el combate -, y… su inmadurez, esa que él reconocía y que le quemaba por dentro como un remordimiento constante de tantas oportunidades perdidas y tantos pasos dados en falso. ¡Cuántas veces, con ojos tristes, nos pintaba el cuadro de su elegancia - con su buen vestir, siempre fue considerado un señor -, para enfrentarlo al estado de suciedad en el que se encontraba entonces! Sólo quedaba de su prestancia un fuerte olor a colonia de la que nunca prescindió y… su forma de vestir la misma ropa de siempre, con una pose de dignidad aún conservada.

Con su situación, el boxeador nos enseñó que cualquier persona puede finalizar en la calle por muy triunfador que haya sido. Con su andar, con esa mirada fija como si mirase al punching, conteniendo su vida actual, al que destrozar de múltiples golpes, nos enseñó que es bueno abstraerse de la dureza de la calle cuando no se pasea sino se vive en ella. Con sus recuerdos, reiterados una y otra vez y amarillentos como las hojas de un periódico antiguo, nos transportaba a su época de esplendor que nosotros apoyábamos para mejorar su autoestima. Con sus palabras pidiendo disculpas a su familia por la situación en la que se encontraba por su irresponsabilidad nos hizo conocerle mejor, quererle más y acompañarle tratando de que abandonase la calle, primero aceptando una habitación que no quiso y posteriormente una Residencia de la Tercera Edad a la que fue llevado y en la que estuvo cuidado hasta que, como decía al principio, se bajó del ring para dirigirse a la Vida.
Almudena García de Pedraza y Paco Mestre Moltó

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