Callar es sacrificio, es amor. No figurar, son gestos muy interiores, que sólo Dios ve y valora.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
¿Cuántas veces tenemos ganas de decir, de criticar,
de negar, de oponernos, de resistirnos, de imponer nuestro particular punto de
vista? Es como un fuego interior, irresistible, el que nos grita. ¡No puedes dejar las cosas así! ¡Es que te están tomando
de tonto! En muchas ocasiones, estos impulsos están motivados por el
amor propio, mejor dicho, el egoísmo que nos invita a no quedar jamás sin poner
la última palabra o dejar en claro que no estamos de acuerdo.
Callar, eso si que es difícil. Callar cuando creemos comprender lo que ocurre,
más difícil todavía. ¿Y en qué medida conocemos
realmente la motivación de aquellos a quienes queremos criticar, o aconsejar, o
corregir? ¿En qué medida podemos juzgar a los demás? Las más de las
veces tomamos posiciones que, con los años, juzgamos como equivocadas. ¡Que
equivocado estaba entonces!, solemos exclamar. ¡Si
hubiera sido capaz de guardar silencio!
Me refiero hoy a esa enorme llave del amor, que es el silencio, la humildad de
callar y privarnos de pasar a la primera fila, de tomar el micrófono y decir
todo lo que pensamos. El poder simplemente observar a los demás, escucharlos, e
intervenir sólo cuando tenemos algo positivo para dar, seguros de no estar
simplemente tratando de decir algo, de tener nuestro “papel
protagónico” bien cubierto.
Callar es sacrificio, es amor. No hacer, privarnos de figurar, son gestos muy
interiores, que sólo Dios ve y valora. ¿Quién más
puede ver lo que está pasando en nuestro interior, si a nadie lo contamos? Ese
silencio es una gigantesca muestra de fe, es entregar a Dios ese sacrificio,
sabiendo que Él lo ve y lo valora. Dios toma esas muestras de amor y las pone
en su alhajero, a buen recaudo de los ojos de los hombres. ¿Qué hombre, acaso, es testigo de esos actos de heroísmo
interior? Nadie, sólo Dios los ve.
A veces pensamos que nuestro servicio a Dios incluye lo que los demás piensan
de nosotros, el juicio que tienen de nuestros actos. No es así. Dios ve nuestro
corazón y busca aquello que es sincero, profundo y puro. Si la gente, con
juicios del todo humanos, ve en nosotros algo que no somos en realidad, no
debemos preocuparnos por la opinión de Dios. El ve las cosas como realmente
son, ya que las más de las veces es la hipocresía lo que impulsa los actos de
las personas. El Señor, el Justo de los Justos, puro Amor y Misericordia, ve el
mundo de modo muy distinto. Él quiere que le demos sacrificios interiores, que
vayan purificando nuestra alma de las necesidades de figuración y protagonismo,
que llenan nuestro corazón de vanidad y egoísmo.
El verdadero heroísmo es el de aquellos que pueden callar, esperar, y privarse
de las necesidades propias, en beneficio de los demás. Es una gran muestra de
amor, que florece también en nuestra relación con quienes nos rodean. ¿Acaso nosotros mismos no nos sentimos incómodos con
aquellos que opinan sobre todo, y nos critican, aconsejan, corrigen y enseñan
sobre todo en todo momento?
Sin embargo, no siempre nos irá bien practicando el silencio y la humildad.
Algunas veces podremos ser incomprendidos, o malentendidos. Pero es Dios el que
conoce la motivación que anida en nuestro corazón en esos momentos. Y Él se
hará cargo de nuestras necesidades, como siempre, en el instante oportuno.
Señor, hazme manso, prudente y humilde. Dame la fortaleza para callar,
esperar y confiar en Ti. Enséñame a hacer pequeños sacrificios interiores que
agraden a Tu Corazón Amante, necesitado de pequeños gestos que te recuerden la
humildad y el silencio de Tu Madre, en la pequeña casita de Nazaret. Ella, la
más perfecta Criatura surgida del Amor de Tu Padre, guardó silencio desde el
día en que el Ángel le anunció Tu venida, hasta aquella tarde en que te vio
morir en la Cruz. Tú también guardaste silencio ese día. Ahora, Señor,
enséñanos a callar, a esperar, a amar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario