Martes tercera semana Cuaresma. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros?
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
“El que en Ti confía no queda defraudado”.
Esta oración del Antiguo Testamento podría resumir la actitud de quien
comprende dónde está la esencia fundamental del hombre, dónde está lo que
verdaderamente el hombre tiene que llevar a su Creador: un corazón contrito y
humillado, como auténtico y único sacrificio, como verdadero sacrificio. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos
sacrificamos nosotros? ¿De qué nos sirve ofrecer nuestras cosas si no nos
ofrecemos nosotros? El mensaje de la Escritura es, en este sentido,
sumamente claro: es fundamental, básico e ineludible que nosotros nos atrevamos
a poner nuestro corazón en Dios nuestro Señor.
“Ahora te seguiremos de todo corazón”. Quizá
estas palabras podrían ser también una expresión de lo que hay en nuestro
corazón en estos momentos: Padre, quiero seguirte de todo corazón. Son tantas
las veces en las que no te he seguido, son tantas las veces en las que no te he
escuchado, son tantos los momentos en los que he preferido ser menos generoso;
pero ahora, te quiero seguir de todo corazón, ahora quiero respetarte y quiero
encontrarte.
Ésta es la gran inquietud que debe brotar en el alma de todos y cada uno de
nosotros: Te respetamos y queremos encontrarte. Si éste fuese nuestro corazón
hoy, podríamos tener la certeza de que estamos volviéndonos al Señor, de que
estamos regresando al Señor y de que lo estamos haciendo con autenticidad, sin
posibilidad de ser defraudados.
¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay
verdaderamente en nuestro corazón el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si
lo hubiese, ¡cuántas gracias tendríamos que dar al
Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre con Él, porque
Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese, si encontrásemos
nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo
que podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”.
También el Señor es consciente de que a veces en el corazón del hombre puede
haber un quebranto, una duda, un interrogante. Y es consciente de que, en el corazón
humano, tiene que haber un espacio para la misericordia y la clemencia de Dios.
Dejemos entrar esta clemencia y esta misericordia en nuestra alma; hagamos de
esta Cuaresma el cambio, la transformación, los días de nuestra decisión por
Cristo. No permitamos que nuestra vida siga corriendo engañada en sí misma.
Sin embargo, Dios está pidiendo el sacrificio de nuestro corazón: “Un sacrificio de carneros y toros, un millar de
corderos cebados”. El reto de responder a ese Dios que nos llama por
nuestro nombre, el reto de responder a ese Dios que nos invita a seguirlo en
nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra vocación cristiana puede ser, a
veces, un reto muy pesado; sin embargo, ahí está Dios nuestro Señor dispuesto a
prestarnos el suplemento de fuerza, el suplemento de generosidad, el suplemento
de entrega y el suplemento de fidelidad que quizá a nosotros nos pudiese faltar
en nuestro corazón.
Si nos sentimos flaquear, si no somos capaces, Señor, de encontrarnos contigo,
de estar a tu lado, de resistir tu paso, de ir al ritmo que Tú nos estás
pidiendo, hagamos la oración tan hermosa de la primera lectura: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante
misericordia”. Si tengo miedo de soltar mi corazón, si tengo miedo de
pagar alguna deuda que hay en mi alma... “Trátame
según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si todavía en mi
interior no hay esa firme decisión de seguirte, tal y cómo Tú me lo pides, con
el rostro concreto por el cual Tú me quieres llamar... “Trátame
según tu clemencia y tu abundante misericordia”.
Que ésta sea la actitud de nuestra alma, que éste sea el auténtico sacrificio
que ofrecemos a Dios nuestro Señor. A Él no le interesan nuestras cosas, le
interesamos nosotros; no busca nuestras cosas, nos busca a nosotros. Somos,
cada uno de nosotros, el objeto particular de la predilección de Dios nuestro
Señor.
Que en esta Cuaresma seamos capaces de abrir nuestro corazón, como auténtico
sacrificio, en la presencia de Dios. O, que por lo menos, se fortalezca en
nuestro interior la firme decisión de dar al Señor lo que quizá hasta ahora
hemos reservado para nosotros. Quitar ese miedo, esa inquietud, esa falta total
de disponibilidad que, a lo mejor, hasta estos momentos teníamos exclusivamente
en nuestras manos.
Que la Eucaristía se convierta para nosotros en una poderosa intercesión ante
Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para que en este tiempo de Cuaresma
logremos renovarnos y transformarnos verdaderamente. Que nos permita abrir
nuestra mente a nuestro Señor, con un corazón dispuesto a lanzarse en esa obra
hermosísima de la santificación que Dios nos pide a cada uno de nosotros.
P. Cipriano Sánchez LC
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