Detrás de lo imprevisible, detrás de las mil sorpresas de la vida, sigue la mano de Dios.
Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
Muchos tenemos el deseo de controlar el presente y
el futuro, y hacemos todo lo posible para lograr esta meta.
Preparar bien los detalles de un viaje, ir a una revisión médica, hablar con un
experto de negocios para que nos ayude a invertir bien nuestro dinero, evitar
los peligros de un accidente o de un robo. Son actos que realizamos para que no
nos sorprenda un imprevisto, para que un mal paso no ponga nuestra vida, débil,
frágil, vulnerable, en situaciones que quisiéramos ver lo más lejos posible de
nuestro camino cotidiano.
Pero la vida nos sorprende. Escapa y corre mucho más allá y más rápido que
nuestras previsiones. Aquel médico que nos dijo que todo estaba bien no pudo
prever que al salir del hospital caería sobre nosotros una garrapata de esas
que provocan enfermedades muy molestas. El psicólogo que certificó la salud
emocional del hijo no había sido capaz de descubrir lo que iba a iniciar cuando
un grupo de amigos le invitasen a aspirar un poco de hachís. El amigo que nos
aseguró que este banco era seguro al cien por cien no pudo imaginar que al ir a
llevar nuestro dinero a la sucursal nos iban a recibir no los cajeros, sino
unos ladrones “profesionales” y bien
armados.
No se trata, desde luego, de ver peligros en todas partes, ni de dejar de tomar
precauciones para evitar males que, con un poco de atención, podemos alejar de
nuestras vidas. La previsión y el análisis atento de la realidad son parte de
la virtud de la prudencia, esa virtud que los filósofos consideraban la reina
de las virtudes, pues todo lo demás depende de ella.
Pero también es parte de la misma prudencia y del realismo de la vida el
reconocer que hay una enorme cantidad de eventos y de cosas que escapan a
nuestro control. Como también es realismo abandonar cualquier obsesión
quisquillosa que nos paralice precisamente porque queremos tener todos los
hilos en la mano, todo bajo control.
Hemos de reconocer esta sencilla verdad: no podemos tener todo bajo control. La
vida en la tierra, por su misma naturaleza, nos lleva al riesgo y a la
aventura, a lo imprevisible, a lo inesperado. También, hay que decirlo, con
sorpresas felices: aquella enfermedad que para la
medicina era incurable, de repente ha dejado de existir. La falta de
dinero en la familia se soluciona (a alguno le tiene que tocar) con el premio
de la lotería. Y un amigo nos avisa que están buscando un nuevo empleado en
esta empresa, precisamente dos días después de que nos dieron de baja en
nuestra oficina de trabajo.
Detrás de lo imprevisible, detrás de las mil sorpresas de la vida, sigue la
mano de Dios. Un Dios que es Padre, que nos hizo, que nos llama, que arriesga
mucho con cada vida humana. Un Dios que me conoce y que me invita a la
confianza. Aunque muchas cosas no estén, según mi pobre punto de vista, bajo
control.
Dios sabe por qué pasa lo que pasa. A mí me pide poner lo que esté de mi parte
para que todo salga de la mejor manera posible, y confiar por completo en Dios
para dejarle llevar adelante el trayecto de mi vida.
La última palabra se escribirá cuando el corazón se pare y llegue,
irremediable, la muerte. Será una palabra de amor y de esperanza, será un
encuentro con un Dios que tenía “todo bajo
control”, discretamente, misteriosamente, con un amor que supera en
mucho todas las ilusiones humanas.
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