Este discurso de Jesús se dirige a los cristianos de todos los tiempos. Se dirige a las autoridades de la Iglesia y se dirige igualmente a cada uno de nosotros.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y
homilías del Padre Nicolás Schwizer
En las Sagradas Escrituras, frecuentemente, Jesús ataca a los escribas y
fariseos. Invita a los suyos a hacer y cumplir lo que enseñan, pero no
imitarlos en su conducta. Son críticas duras que les hace a los dirigentes
espirituales de su pueblo. En concreto les echa en cara
lo siguiente:
1. No cumplen lo que enseñan
2. Imponen cargas pesadas a la gente, pero ellos ni las tocan
3. Quieren aparentar ante los demás
4. Buscan los primeros puestos y los saludos en las plazas
Ahora, uno podría pensar que estas actitudes fueron propias de esta gente y que
con su muerte se acabaron. Lastimosamente no es así. Este discurso de Jesús se
dirige, por eso, también a los cristianos de todos los tiempos. Se dirige a las
autoridades de la Iglesia y se dirige igualmente a cada uno de nosotros.
Porque los fariseos no son una categoría de personas. Se trata, más bien, de
una categoría del espíritu de una postura interior. Es un bacilo siempre
dispuesto a infectar nuestra vida religiosa.
Todos somos fariseos:
a. Cuando reducimos la religión a una cuestión
de prácticas espirituales, a un legalismo estéril;
b. Cuando pretendemos llegar a Dios dejando de lado al prójimo;
c. Cuando nos preocupamos más de “parecer” que de “ser”;
d. Cuando nos consideramos mejores que los demás.
Toda esta plaga tiene un único y solo nombre: hipocresía. Por eso, con toda
justicia, fariseísmo se ha convertido para nosotros en sinónimo de hipocresía.
Los hipócritas tienen una “doble cara”, una
vuelta hacia Dios y la otra hacia los demás. Y, sin duda, la cara que mira a
Dios es horrible, espantosa.
Para Cristo, la ley no era un ídolo, sino que era un medio. Tenía la tarea de
empujar al hombre hacia adelante, de ayudarle para crecer.
El desafío que hoy nos presenta Jesús es, entonces: amor
o hipocresía. Porque amar significa servir. Quien ama realmente, sirve a
los demás, se entrega a los hermanos.
Es la actitud de Cristo. Toda su vida en esta tierra no fue
sino un servicio permanente a los demás. Y al final entrega hasta su vida por
nosotros, para liberarnos y salvarnos.
Y es también la actitud de María. En la hora de la Anunciación
se proclama la esclava del Señor. Nosotros muchas veces creemos que estamos
sirviendo a Dios porque le rezamos una oración o cumplimos una promesa. Miremos
a María: Ella le entrega toda su vida, para cumplir
la tarea que Dios le encomienda por medio del ángel. Cambia en el acto
todos sus planes y proyectos, se olvida completamente de sus propios intereses.
Lo mismo le pasa con Isabel. Sabe que su prima va a tener un hijo y parte en
seguida, a pesar del largo camino de unos cien kilómetros. No busca pretextos
por estar encinta y no poder arriesgar un viaje tan largo. Y se queda tres
meses con ella, sirviéndola hasta el nacimiento de Juan Bautista.
Hace todo esto, porque sabe que en el Reino de Dios los primeros son los que
saben convertirse en servidores de todos. Cuando el ángel le anuncia que Ella
será Madre de Dios, entonces María comprende que esta vocación le exige
convertirse en la primera servidora de Dios y de los hombres.
Pidamos a Jesús y a María que nos regalen ese espíritu
de servicio desinteresado y generoso, que ellos han vivido tan ejemplarmente.
Sólo con ese espíritu podremos enfrentar los desafíos del mundo de hoy. Sólo
con ese espíritu podremos ser instrumentos aptos para construir un mundo nuevo.
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