A Madrid le vendría muy bien un proyecto ambicioso que fuera como el santuario de El Pilar. Para los cinco millones de habitantes de la Comunidad de Madrid sería óptimo contar un santuario vivo, esplendoroso, con un culto esplendoroso.
Alguien
podría pensar que la Catedral de la Almudena podría cumplir con esa función.
Pero lo que he propuesto en otros posts es algo más ambicioso que requiere de
un marco arquitectónico acorde. El templo como un lugar donde sea posible el
paseo meditativo, un grupo de sacerdotes que vivan en ese complejo, etc.
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Solo unas
pocas instituciones podrían llevar a cabo tal proyecto y dotar de clero
suficiente a un lugar así. Podría por supuesto la archidiócesis y el Opus Dei.
Pero para otras instituciones, por su tamaño más moderado, sería realmente
difícil.
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El
santuario de El Pilar es óptimo, todo un ejemplo de cómo un templo se puede
convertir en un faro para toda una ciudad de medio millón de habitantes. El
Pilar lo tiene todo: abundancia de confesores, misas a todas las horas, la
devoción de los zaragozanos de pasarse por allí a rezar. No creo que haya en el
mundo una inmensa urbe que ame tanto a la “casa de la
Virgen María”, pues así la consideran los zaragozanos. Y el clero del
santuario siempre ha estado a la altura de las expectativas de los fieles. Los
habitantes de esa ciudad tienen en el más alto respeto al clero de ese templo,
que es sinónimo de un culto noble y serio.
Ni San
Pedro del Vaticano ha logrado tener un templo tan vivo como el de Zaragoza. El
Pilar es algo vivo, lleno de vida, de oración. San Pedro del Vaticano se parece
más a un lugar de visita. Uno tiene la impresión de estar en un marco donde
reinan los turistas; todo lo contrario, en Zaragoza.
Si El Pilar
tuviera un grupo de fieles que rezara las horas canónicas al modo que explico
en El incienso de la alabanza, y una
vez a la semana hubiera una misa solemne digna de un pontifical, eso sería ya
el no va más.
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Torreciudad
es un templo perfecto (como El Pilar), no veo en él el más leve “pero”. Y vaya que me gusta encontrar “peros”. Sin embargo, en Torreciudad no los
encuentro: es perfecto. Solo encuentro genialidad
tras genialidad.
Muchas
veces he repetido que detrás de una estética “averiada”
suele subyacer una teología defectuosa. Torreciudad es la expresión
artística del alma del Opus Dei.
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¿Podría
yo contar amargos y tristes episodios que he vivido de miembros de la Obra,
sacerdotes y laicos? Por
supuesto. Siendo sacerdote, por mi trabajo, he tenido contacto con ellos
durante años, pues en Madrid hay muchísimos miembros de la Obra. Ahora bien, lo
positivo es muchísimo más que los episodios negativos. Además, siempre he
diferenciado entre la institución y lo personal. El bien que ha hecho la institución,
el grupo, es inmenso. ¿Cómo puedo comparar eso con
una acción fea de tal o cual persona respecto a mí?
Me viene
a la memoria, ahora, un hecho de un sacerdote de la Santa Cruz que me es tan
doloroso...
P. FORTEA
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