Por tu sí, por tu
fidelidad, por tu amor materno.
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Tras la Anunciación, María se pone en camino
para encontrarse con su prima Isabel. Isabel le da la bienvenida, y María
entona su canto de alabanza a Dios, el Magnificat.
Con sencillez, la Virgen reconoce que "desde ahora todas las generaciones me llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre" (Lc 1,48 49).
A lo largo de los siglos, los católicos han
alabado a Dios por las maravillas que realizó en Su Madre, y han dado gracias a
María por su fe y su completa donación a Dios.
Sí, le damos gracias a la Virgen porque, como
decía San Bernardo de Claraval, de su respuesta en el momento de la Anunciación
dependía la salvación de todo el género humano: "Mira: el Rey y Señor
del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha
querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo" (San
Bernardo, Homilía 4 sobre Missus est, n. 8-9).
Pocos años antes, San Anselmo de Aosta había
destacado cómo toda la redención dependía, en cierto modo, de la Virgen María:
"Dios es, pues, el
Padre de las cosas creadas; y María es la madre de las cosas recreadas. Dios es
el Padre a quien se debe la constitución del mundo; y María es la madre a quien
se debe su restauración. Pues Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho; y
María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado (...). ¡Verdaderamente el Señor
está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a
Él!" (San Anselmo, Sermón 52).
Sí, le debemos a María mucho, tanto como lo que
le debemos, como creaturas redimidas, a Dios... He aquí por qué damos gracias a
María.
Por tu sí, por tu
fidelidad, por tu amor materno, por cuidar tantos años a tu Hijo, por
acompañarlo al pie del Calvario, por seguir a nuestro lado en la larga historia
de la Iglesia, te damos gracias de corazón, Virgen María, Madre de Jesús y
Madre nuestra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario