El relativismo, lo correcto
políticamente, el marxismo, el comunismo y la ideología de género campan a sus
anchas. Jesucristo ya nos advirtió: «Sin mí no podéis
hacer nada» (Jn 15,5), y es que sin Dios no
vamos a ninguna parte.
En mis Misas de cada día y
ante la situación que estamos viviendo en España, hago en la oración de los
fieles esta petición. «Por España, por su
recristianización y unidad».
Una Sociedad laica se puede
entender de dos maneras; en una, el principio de laicidad conlleva el respeto
de cualquier confesión religiosa por parte del Estado, que asegura el libre
ejercicio de las actividades del culto, espirituales, culturales y caritativas
de las diversas comunidades de creyentes, laicismo que evidentemente es
absolutamente digno de respeto.
Pero desgraciadamente también
existe otro tipo de laicidad agresiva e intolerante, y así, no hace mucho leí a
un destacado dirigente político esta frase: «Si
avanza el laicismo, la sociedad avanza». De esta frase no es difícil deducir,
como así sucede, un rechazo expreso y explícito de la Iglesia y de Dios, al que
simplemente se le expulsa o se le declara «persona no grata» en la vida
pública. No es que se declare la autonomía de la vida política, sino su
absoluta y total independencia de Dios.
Ahora bien, ¿cómo se entiende este tipo de laicismo?: Para el
Diccionario de la Real Academia por laicismo se entiende la «doctrina que defiende la independencia del hombre o de
la sociedad, y más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica
o religiosa».
Sobre este laicismo, el «Compendio de Doctrina Social de la Iglesia», en
su número 572, nos dice: «Por desgracia todavía
permanecen, también en las sociedades democráticas, expresiones de un laicismo
intolerante, que obstaculizan todo tipo de relevancia política y cultural de la
fe, buscando descalificar el compromiso social y político de los cristianos
sólo porque éstos se reconocen en las verdades que la Iglesia enseña y obedecen
al deber moral de ser coherentes con la propia conciencia; se llega incluso a
la negación más radical de la misma ética natural».
Pero es también muy peligroso
otro tipo de laicismo no militante, de no querer problemas, de pasar de todo,
de no comprometerse. Siempre he pensado en tantísimos alemanes, que no
quisieron comprometerse, e intentaron pasar de la Política, pero la Política no
pasó de ellos y vieron sus vidas arruinadas por el nazismo.
En España nuestra Sociedad
está pasando de Dios, y eso no es precisamente bueno. El relativismo, lo
correcto políticamente, el marxismo, el comunismo y la ideología de género
campan a sus anchas. Jesucristo ya nos advirtió: «Sin
mí no podéis hacer nada»(Jn 15,5), y es que sin Dios no vamos a ninguna
parte, y estamos empeñados en prescindir de Dios. No nos olvidemos, como nos
recordaba el Parlamento europeo el 13 de Septiembre del 2019 con una mayoría de
más del ochenta por ciento que nazismo y comunismo son dos ideología criminales
y totalitarias, causantes de muchos millones de muertos en el siglo pasado. San
Pablo nos recuerda que quien prescinde de Dios, cae en toda clase de
aberraciones (cf. Rom 1,18-32). No olvidemos que «la
miseria más peligrosa, causa de todas las demás: (es) la lejanía de Dios, la
presunción de poder prescindir de Él» (Papa
Francisco, 20-12-2014).
Pío
XI en su Encíclica de 1937 contra los nazis alemanes «Mit brennender Sorgde» dijo estas palabras, entonces
proféticas, hoy descripción de una realidad:
«34.
Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano.
Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica
de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas,
conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia
moral. El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción
moral (Sal 13[14],1). Y estos necios, que presumen separar la moral
de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de
las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara
y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la
sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia
moral». Mucho me temo
que socialistas y comunistas nos quieren llevar en esa dirección.
¿Cómo salir del
atolladero? Por de
pronto creo en el valor de la oración y en la receta que San Juan XXIII y Santa
Teresa de Calcuta dieron a dos personas que se les quejaban de lo mal que
estaba el mundo: «Tiene Vd. razón, pero vamos a
hacer una cosa para mejorar el mundo. Vd. y yo vamos a ser dos buenas personas.
Así habrá dos sinvergüenzas menos». Y cuando nos sintamos muy
descorazonados recordemos no sólo la Pasión de Cristo, sino que Dios escribe
derecho con renglones torcidos.
Pedro Trevijano
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