jueves, 30 de enero de 2020

CUESTIONES HOSPITALARIAS,



Hace algún tiempo recibí una consulta de un laico que ayuda en un hospital acerca de qué hacer si una forma consagrada cae al suelo. Ponto aquí mi respuesta porque pienso que puede ser de utilidad a más laicos que llevan la comunión a enfermos.

Si una forma cae en un lugar sucio, no es necesario que la consuma ni la persona ni el ministro. Eso es algo que, en mi hospital, ocurre más o menos una vez al año. Os digo lo que hago. Y voy a explicar dos posibles casos.

CASO 1. CAÍDA DE UNA FORMA.
Recojo la forma, en un pañuelo limpio de papel. Al llegar a la sacristía, tengo un frasco de cristal (con una etiqueta), deposito en el frasco la forma y el pañuelo. La razón está en que el pañuelo de papel resulta imposible de lavar. Coloco agua en el frasco.

El frasco queda en la sacristía, lugar sagrado, pero en un rincón discreto de un armario. Pasada una semana o dos, el contenido lo entierro en una maceta de la capilla, una maceta bastante grande. Obrando de esta manera, de nuevo, los restos quedan en lugar sagrado hasta que desaparezca la especie eucarística. El agua del frasco la echo sobre el lugar donde he enterrado los restos en la tierra de la maceta. Enjuago el frasco por segunda vez y vuelvo a echar el agua en el mismo lugar.

CASO 2. CAÍDA DE TODO EL CONTENIDO DE UNA TECA.

Me consta que, a varios ministros, alguna vez, les ha sucedido que se les ha caído al suelo de la habitación del hospital la teca con todas las formas. ¿Qué hacer si todas las formas han caído al suelo? (La teca es el recipiente metálico donde se portan las formas consagradas.)

En ese caso, yo hubiera colocado de nuevo todas formas en la teca. Echándolas al frasco, antes mencionado, todas ellas y llenándolo con agua. Después desinfectaría con alcohol la teca. El alcohol (con partículas) se echa en la tierra de una maceta de la iglesia.

Una vez desinfectada la teca la hubiera lavado con abundancia de jabón. Después, la hubiera dejado, abierta, un par de días situada en un lugar donde le den los rayos del sol, al lado de una ventana. El alcohol, el jabón y el sol no dejarán contaminación biológica alguna.

Pasada de una semana a dos semanas, con el contenido del frasco procedería como en el caso 1.

P. FORTEA

Qué hago yo si administro la unción de los enfermos a un paciente contagioso por contacto porque tiene una bacteria resistente.

En ese caso, no solo se han de usar guantes para administrar la unción, sino que, además, se debe usar un dedo para la unción de la frente y otro dedo para la unción en las manos. Eso se hace así para no volver a meter el mismo dedo en el recipiente del óleo. En cuyo caso, el óleo quedaría contaminado. ¿Por qué? Porque el dedo que ha tocado la piel sería introducido en el óleo que se usará para administrar el sacramento a otros enfermos. Pero si cada vez se introduce un dedo, se evita esa posibilidad.

Hay que tener en cuenta que hoy día la mayor parte de las bacterias resistentes se contagian por contacto. Y esas bacterias complican mucho la vida del enfermo y sus familiares. Todo esfuerzo por parte del capellán para no sacar la bacteria fuera vale la pena.

Acabado el sacramento lo lógico es lavarse las manos con jabón y desinfectar el recipiente del óleo con el líquido bactericida que el hospital provee.

Lo mejor es conocer de memoria la fórmula esencial del sacramento, pues si se introduce el ritual hay que pasar páginas y solo un sacerdote muy cuidadoso evitará que sus dedos tras dar la unción toquen las páginas.

No hace falta saberse todo el ritual de memoria, basta con conocer la fórmula esencial, y antes de ello imponer las manos (sin tocar el enfermo) y recitar de memoria parte del ritual. El ritual incluye una liturgia de la palabra: no es difícil aprender un texto breve de memoria.

Puede parecer que soy muy escrupuloso en esta materia, pero de ninguna manera el capellán del hospital puede convertirse en un vector de contagio en el hospital. Así que cuando entro en una habitación con alguien que padece una bacteria resistente, no toco nada de la habitación. Absolutamente nada. Ni dejo nada apoyado en el lugar. Voy con los guantes puestos, doy la unción y me saco los guantes. ¿Por qué me saco los guantes en ese momento, tras la unción? Pues lo hago para no tocar el recipiente del óleo u otros objetos con el mismo guante que ha tocado el enfermo. Puesto que tras la unción voy a cerrar el recipiente del óleo; y si llevo ritual, voy a tocar el ritual.

La medida profiláctica es muy sencilla: Lo que toque el cuerpo del enfermo tiene que arrojarse en el recipiente para su incineración. Todo lo que saque de la habitación no debe haber estado en contacto ni con el enfermo ni con ningún objeto de la habitación. Si lo ha estado, hay que desinfectarlo.

Recapitulando, si el único momento de contacto con el enfermo es la unción, llevo guantes hasta ese momento. Después me los saco y continúo sin guantes, pero ya no voy a tocar nada de la habitación ni al enfermo. En ese caso, pido a un familiar que me abra la puerta de salida.

Les explico: “Ustedes ven el engorro que es la bata desechable, los guantes, etc., no quiero llevar la bacteria a otra habitación”. En ningún caso, nunca, un familiar se ha molestado. Al revés, siempre me han agradecido que me tome tanta molestia para no llevar la bacteria a otro paciente.

Sea dicho de paso, una única vez uno se molestó en seis años: era un sacerdote. Ya se ve que en casa de herrero, cuchillo de palo.

CONCLUSIÓN:
1. El dedo que ha tocado la piel de un enfermo contagioso, no puede ser introducido en el santo óleo. Hay que usar otro dedo.
2. La mano que ha tocado algo de la habitación no debe tocar ni el recipiente del óleo ni el ritual. Salvo que después lo desinfectemos.

Por esta razón, en esas habitaciones, no uso estola. Es difícil que la estola, al inclinarse el sacerdote hacia el enfermo no toque las sábanas del paciente.
P. FORTEA

Cada vez es más frecuente que en un hospital haya enfermos con bacterias resistentes. Enfermos que hay que aislar. En mi hospital, como en todos los demás centros hospitalarios de Europa, son bastantes. Es normal que en cada pasillo haya unos cuatro aislados.

 Si uno da la comunión a un enfermo contagioso por contacto, puede tomar la forma de la teca porque si no ha tocado absolutamente nada de la habitación, el guante está “limpio”. Pero si ha dado la comunión al enfermo, no puede después dar la comunión a otra persona con ese mismo guante.

La razón está en que, al comulgar el enfermo en la boca, habrá micropartículas esparcidas por la respiración que irán a parar a las yemas de los dedos del guante. Si toma otra forma con esos guantes, contaminará otras formas.

¿Qué hacer en ese caso? Muy sencillo, dar la comunión primero a los acompañantes sanos de esa habitación y por último al enfermo portador de esa bacteria. Como esos enfermos están aislados solo hay uno por habitación.

Pero recuerde el capellán, porque esto es muy importante, que nunca debe volver a tomar otra forma con esos guantes si ha dado de comulgar al enfermo. Esto es esencial. Pues será imposible que no toque otras formas con las yemas del guante.

Sin embargo, una buena noticia. El capellán puede entrar en la habitación de un aislado por contacto a saludarle, a charlar, mientras no toque nada de la habitación ni se siente. Yo entro a todas las habitaciones de esas personas a saludarlas. Lo he consultado con varios expertos del hospital: si no toco nada, si no me siento, si no rozo mi bata con las sábanas de la cama, no hay ningún peligro.

Pero solo entro a saludar a los aislados por contacto y presentarme si la habitación está entreabierta y la puedo abrir empujando discretamente con el codo o el pie. Pues el pomo de la puerta probablemente está contaminado. Si los familiares siguieran estrictamente las reglas, no estaría contaminado. Pero será muy difícil que ellos, entrando y saliendo varias veces, las sigan.

Otra cosa distinta son los aislados por contagio aéreo. En esos casos, suelen ser infectados de tuberculosis, es mejor no visitarlos salvo que lo pidan o estén en peligro de muerte. Salvo en esos dos casos, hay demasiado peligro de portar el virus fuera. Además, muchos hospitales cuentan con un teléfono interno para hablar con ellos.

Con estas normas que he dicho, se podría atender incluso a un enfermo del virus del Ébola. Ahora bien, en ese caso sería mejor llevar un poco de óleo en un envase desechable y la forma en un pañuelo de papel que también se dejaría en el recipiente de los objetos que van a ser incinerados.

En África, en caso de muchos enfermos ingresados por Ébola, sería mejor tener un recipiente del óleo para uso de los ya infectados, guardando ese recipiente en una caja especial en la sacristía. Sin mezclar nunca ese óleo con el otro óleo. Y requiriendo ayuda del personal sanitario para meter el recipiente del óleo en una caja sin contaminar el exterior de la caja.
P. FORTEA

Aunque este tema de las pequeñas cuestiones hospitalarias podría alargarse, he decidido que este será el último post.

PRIMERA CUESTIÓN
Un problema que se plantea a los capellanes que viven en ciudades es qué hacer con los guantes cuando se han usado para ungir a alguien. Los algodones con los que un sacerdote se limpia los dedos tras la unción (en el bautismo o en la unción de los enfermos) se guardan en la sacristía y después se queman. Tirándose la ceniza a un jardín o a la basura.

El problema es que no es lo mismo quemar unos cuantos algodones que varias docenas de guantes cuando el sacerdote vive en un piso y no tiene ningún jardín donde hacerlo.

En esos casos, lo mejor es depositar esos guantes en el recipiente que hay en la habitación con objetos que van a ser incinerados. Mejor sería incinerar esos guantes aparte, pero no resulta indigno hacerlo con las demás prendas. El final para esos guantes, la incineración, es digno. Mientras que sacar de forma habitual guantes con bacterias resistentes es un problema: no solo por la cantidad, imposible de quemar en un piso, sino también por cuestiones sanitarias. Sin escrúpulo, el sacerdote puede obrar de esa manera.

SEGUNDA CUESTIÓN
Ya he dicho que, en cualquier parroquia, los algodones usados para limpiar los dedos tras una unción lo normal es quemarlos. ¿Por qué? Para no arrojarlos con la basura. Es un modo de honrar ese sacramental.

Ahora bien, en un hospital, el número de algodones usados puede ser bastante alto. Y en un piso no es posible quemarlos con facilidad. Resulta posible en un balcón, pero es algo que llamaría la atención de los vecinos. En mi hospital hay una unción cada tres días, como media.

¿El sacerdote puede limpiar su dedo índice, discretamente, en el borde de la sábana, por ejemplo, cerca de los pies de la cama? En mi opinión, sí. Se puede hacer eso sin caer en un desdoro a esa materia sacramental.

Esas sábanas serán lavadas de un modo digno. No se mezclan con la basura. Me estoy refiriendo a la unción dada a personas sin bacterias resistentes.

Pienso que limpiarse el dedo en esa sábana limpia que después va a ser lavada es un modo que no afrenta a la dignidad del sacramento. Mejor sería usar algodones y reservar esos algodones. Pero, en un hospital, la cantidad al cabo del mes puede ser lo suficientemente grande como para ser un problema quemarlos en un piso. Usar una tela que va a ser lavada de un modo industrial pienso que se asimila a la incineración. No veo gran diferencia entre quemar un algodón o lavar una tela.

TERCER CASO
¿Qué hacer con el agua tras lavar los purificadores? Esto no sería necesario explicarlo. Pero, para que quede completo este apartado, lo menciono. Los purificadores, corporales y manteles del altar se introducen en un balde de agua. Se lavan a mano, sin jabón, en esa agua. El agua se puede depositar en macetas si la persona que los lava vive en un piso. Mejor es repetir la operación y obrar con la segunda agua de la misma manera. Después del segundo lavado sin jabón, ya pueden lavarse normalmente echando el agua por el fregadero.

Yo incluyo también en este grupo de telas al velo del cáliz si hubiera de lavarse. Pues el velo entra en contacto a menudo con el purificador al final de la misa.

Si una casulla o cualquier otro ornamento litúrgico se ha de desechar, debe quemarse. Lo ideal será enterrar las cenizas en un jardín de la parroquia, pero pueden arrojarse a la basura si se careciera de este.

P. FORTEA

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