miércoles, 10 de julio de 2019

LA TAREA DE LOS OBISPOS, YA HUBO PROBLEMAS HASTA ENTRE LOS DOCE HIJOS DE JACOB


La relación del clero con respecto a su obispo debería ser como la que existe en una familia. Pero la labor de los obispos es, realmente, difícil porque si un padre tiene que tener cuidado de no mostrar más afecto por un hijo que por otro, lo mismo ocurre en un presbiterio.

Y eso es difícil porque unos sacerdotes se hacen más de querer que otros, unos son más simpáticos, unos tienen más virtudes. Otros, por el contrario, se muestran más parcos de palabras, su conversación es más aburrida, o tienen capacidades menos patentes que otros.

Con estos mimbres, la capacidad de un prelado para dividir la tarta del afecto en partes iguales no es nada fácil. Hasta Jesús tuvo un discípulo más querido entre todos. Y, entre los Doce, tres eran de su mayor confianza.

Aun así, Jesús (entonces) y los obispos (a lo largo de los siglos) hicieron lo posible para no dar pábulo a unos sentimientos tan presentes en los humanos como son los celos. No digo que existan celos en el presbiterio. Pero la semilla del Diablo siempre está pronta a ser sembrada en cualquier recodo, en cualquier rincón.

La semilla del infierno existe. Labor es del obispo hacer lo que esté en su mano para tratar que esa semilla no prenda en alguno de los miembros más débiles. Y, lo repito, se trata de una tarea difícil, se haga lo que se haga.

Sabiendo esto, todos los obispos deben estar alerta e intentar mostrar bondad paternal con aquellos miembros que requieran más de ese reconocimiento humano, de ese cariño episcopal.

Pero esa bondad debe ser sincera. Si un sentimiento es fingido, no servirá de nada. En esta materia, todos distinguen la moneda verdadera de la falsa. El único modo de mostrar afecto por más de cien presbíteros es quererlos de verdad. Pero no globalmente, sino uno a uno. Y para eso el trato es imprescindible.

P. FORTEA

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