miércoles, 17 de julio de 2019

DECLARACIÓN CRÍTICA DEL CARDENAL MULLER SOBRE EL INSTRUMENTUM LABORIS DEL SÍNODO PARA LA AMAZONIA


No queda claro que en la Iglesia «el punto de partida es la Revelación de Dios en Jesucristo»
El documento del ex-Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe critica el concepto de Revelación presente en el documento preparatorio del Sínodo para la Amazonía que se celebrará en octubre.
(InfoCatólica) El cardenal Gerhard Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entrevistado por La Nuova Bussola Quotidiana, realizó el pasado 11 de julio una crítica profunda al Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonia. «Viene de una visión ideológica que no tiene nada que ver con el catolicismo», dijo.
El cardenal aseguraba que al documento no solamente podía achacarse «herejía», sino, más aún, «falta de reflexión teológica». «El hereje conoce la doctrina católica y la contradice, pero aquí hay una gran confusión en la que el centro de todo no es Jesucristo sino ellos mismos, sus ideas humanas para salvar al mundo», subrayó.
Infovaticana ha publicado, simultáneamente con Corrispondenza Romana y  Lifesitenews, la declaración que el cardenal Müller ha emitido analizando el Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonía que se celebrará en Roma el próximo mes de octubre.
El documento se titula «Sobre el concepto de Revelación presente en el Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonía» y comienza con una cita de San Pablo: «Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo» (1 Cor 3, 11)
Reproducimos algunos puntos del análisis del Card. Gerhard Müller que puede leerse íntegramente en Infovaticana.
Comienza hablando del método del Instrumentum Laboris (IL), a  la tarea «de un desarrollo integral de todos los hombres en la única casa que es la Tierra, de la que la Iglesia se declara ser responsable», idea recurrente en el IL, y al esquema del mismo:
El propio texto está dividido en tres partes: 1) La voz de la Amazonía; 2) Ecología integral: el clamor de la tierra y de los pobres; 3) Iglesia profética en la Amazonía: desafíos y esperanzas. Estas tres partes están construidas según el esquema que también utiliza la Teología de la Liberación: ver la situación – juzgar a la luz de los Evangelios – actuar para establecer mejores condiciones de vida.
El cardenal acusa, a continuación, la «ambivalencia en la definición de los términos y los objetivos» clave utilizados reiteradamente en el IL y se pregunta:
¿Qué es un camino sinodal, qué es desarrollo integral, qué significa una Iglesia samaritana, sinodal y abierta, o una Iglesia de apertura, la Iglesia de los pobres, la Iglesia del Amazonas, etc.? ¿Es esta Iglesia distinta al Pueblo de Dios, o hay que considerarla meramente como la jerarquía del papa y los obispos, o es parte de ella, o está en el lado opuesto a la gente? ¿Es el Pueblo de Dios un término sociológico o teológico? ¿O no es, más bien, la comunidad de los fieles que, junto a sus pastores, están en peregrinación hacia la vida eterna? ¿Son los obispos los que tiene que oír el clamor del pueblo, o es Dios el que, tal como hizo con Moisés durante la esclavitud de Israel en Egipto, les dice ahora a los sucesores de los apóstoles que guíen a los fieles fuera del pecado y de la maldad del naturalismo e inmanentismo secular hacia la Palabra de Dios y los Sacramentos de la Iglesia?
La propia estructura del texto, denuncia el cardenal Muller, «presenta un giro radical en la hermenéutica de la teología católica»:
«La relación entre Sagrada Escritura y Tradición Apostólica por un lado, y el Magisterio de la Iglesia por otro, ha sido determinado clásicamente de tal modo que la Revelación está plenamente contenida en la Sagrada Escritura y la Tradición, mientras que es tarea del Magisterio -unido al sentido de fe de todo el pueblo de Dios- interpretarla de manera auténtica e infalible».
Pero en el IL se vuelve del revés:
Toda la línea de pensamiento se vuelve autorreferencial y circula en torno a los últimos documentos del Magisterio del papa Francisco, con algunas escasas referencias a Juan Pablo II y Benedicto XVI. Se cita poco la Sagrada Escritura y casi nada a los Padres de la Iglesia.
Indica el cardenal que la continua referencia a los textos del Papa llega al extremo del halago, como en el punto 122, cuando después de afirmar que «el sujeto activo de la inculturación son los mismos pueblos indígenas» (IL 122), los autores añaden una extraña formulación, a saber: «Como ha afirmado el papa Francisco ‘la gracia supone la cultura'». Como si hubiera sido él quien ha descubierto este axioma, que es en realidad un axioma fundamental de la propia Iglesia católica. En el original, la Gracia supone la Naturaleza, del mismo modo que la Fe supone la Razón (véase santo Tomás de Aquino, S. th. I q.1 a.8).
Aún peor, «el IL llega hasta el punto de afirmar que hay nuevas fuentes de la Revelación», como en su número 19, cuando asegura que «el territorio es un lugar teológico desde donde se vive la fe, es también una fuente peculiar de revelación de Dios».
Muller recuerda, citando la Dei Verbum, que «durante dos mil años la Iglesia católica ha enseñado de manera infalible que la Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica son las únicas fuentes de la Revelación y que no se puede añadir ninguna otra Revelación a lo largo de la historia».
Respecto a los autores del IL (la organización Rete Ecclesiale Panamazzonica (=REPAM) -a la que se le encargó la preparación del IL, en virtud de lo cual fue fundada en 2014-), el cardenal asegura que constituyen «una sociedad cerrada de personas con el mismo punto de vista sobre el mundo, tal como se puede observar fácilmente en la lista de nombres de los encuentros pre-sinodales que tuvieron lugar en Washington y Roma, que contiene un número desproporcionadamente alto de europeos de habla alemana».
De estos autores afirma que «son inmunes a las objeciones serias porque estas pueden estar basadas sólo en un doctrinarismo y dogmatismo monolítico, o en un ritualismo [o] clericalismo que es incapaz de dialogar». También que les une el control de «los temas del camino sinodal que han emprendido la Conferencia Episcopal alemana y el Comité Central de los católicos alemanes (abolición del celibato, acceso de las mujeres al sacerdocio y a posiciones clave contra el clericalismo y fundamentalismo, adaptar la moralidad sexual revelada a la ideología de género y apreciación de las prácticas homosexuales)».
Yendo al fondo de su análisis, el cardenal afirma que «el punto de partida es la Revelación de Dios en Jesucristo» y que si bien «la proclamación del Evangelio es un diálogo, que corresponde a la Palabra (=Logos) de Dios dirigida a nosotros y nuestra respuesta en el don libre de la obediencia a la fe», no puede olvidarse que «el hombre es el destinatario del mandato misionero universal de Jesús, el mediador universal y único de la salvación entre Dios y toda la humanidad» 
Por tanto, «una cosmovisión con sus mitos y el mágico ritual de la Madre Naturaleza, o de sus sacrificios a los dioses y espíritus [..] no puede ser un enfoque adecuado para la venida del Dios Trino en Su Palabra y en Su Espíritu Santo. Mucho menos puede ser un enfoque con un punto de vista científico-positivista de una burguesía progresista».
A continuación trata de «la diferencia entre la Encarnación de la Palabra y la inculturación como vía de evangelización». Comienza por calificar a la «teología indígena y la ecoteología» como «invento de los románticos sociales». 
El cardenal Muller insiste en que «la teología es la comprensión de la Revelación de Dios en Su Palabra en la Profesión de Fe de la Iglesia», «la fe en el sentido cristiano es, por lo tanto, el reconocimiento de Dios en Su Palabra Eterna que se hizo Carne: es la iluminación del Espíritu Santo para que reconozcamos a Dios en Cristo». Y desarrolla esta idea:
La Encarnación es un hecho único en la historia que Dios determinó libremente con Su deseo universal de salvación. No es una inculturación, y la inculturación de la Iglesia no es una encarnación (IL 7;19;29;108). [...]
Los ritos secundarios de las tradiciones de los pueblos pueden ayudar a inculcar la cultura de los sacramentos, que son los medios de salvación instituidos por Cristo. Sin embargo, no pueden ser independientes.
Los signos sacramentales, instituidos por Cristo y los apóstoles (símbolos de palabra y materiales) no pueden cambiarse a cualquier precio. El bautismo es administrado de manera válida sólo si es en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y con agua natural. Y en la Eucaristía no se puede reemplazar con comida local el pan hecho de trigo y el vino hecho con uva.
Dios viene por medio de la Revelación de sí mismo en la historia de Su pueblo elegido, Israel, y viene a nosotros en su Palabra Encarnada y en el Espíritu que infundió en nuestros corazones. Esta comunicación de sí mismo que hace Dios como Gracia y vida de cada hombre se difunde en el mundo mediante la proclamación de la Iglesia de su vida y su culto, es decir, mediante la misión en el mundo según el mandato universal que recibió de Cristo.
Así llega el cardenal Muller a identificar que en el IL falta «un testimonio claro de la comunicación de Dios en el verbum incarnatum, de la sacramentalidad de la Iglesia, de los Sacramentos como medio objetivo de la Gracia en lugar de meros símbolos autorreferenciales, del carácter sobrenatural de la Gracia, por lo que la integridad del hombre no consiste sólo en la unidad con una bio-naturaleza, sino en la Filiación Divina y en la comunión llena de gracia con el Espíritu Santo»
CONCLUYE EL CARDENAL
En lugar de presentar un enfoque ambiguo con una religiosidad vaga y un intento inútil de convertir al cristianismo en una ciencia de la salvación al sacralizar el cosmos y la biodiversidad de la naturaleza y la ecología, tenemos que mirar el centro y origen de nuestra fe: «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina» (Dei Verbum 2).

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