Cuando se oye hablar de María, inmaculada, se piensa
espontáneamente en su concepción excepcional, mientras que, al
reconocerla santa, se
suele aludir más bien a su vida resplandeciente en virtudes.
En
realidad, Ella, fue inmaculada, es decir, libre de toda mancha de pecado, a lo
largo de su vida entera, y fue santa desde el primer instante de su ser, con
aquella santidad que es participación de la vida divina, de la cual las
virtudes no son sino adornos y transparencias.
La mentalidad contemporánea se resiste
a aceptar un pecado no cometido en el ejercicio de la libertad personal, sino
contraído por herencia recibido por la naturaleza humana.
Dentro del catolicismo, se trata de
salvar además el dogma de la concepción inmaculada de María, sin excluir la posibilidad de reformularlo de
manera más adecuada a la nueva mentalidad.[1]
Dice Monseñor Fulton J. Sheen: La Inmaculada Concepción de María es el
más grande tributo de la Cristiandad a la parte confiada a las mujeres en la
redención. La Virgen es como toda mujer quisiera ser cuando se mira en el
espejo de la vida. Ella es la mujer con la que todo hombre quisiera desposarse;
es el ideal latente en el sentido de rebelión que toda mujer experimenta,
cuando el hombre se hace demasiado agresivamente sensual; es el secreto deseo
que toda mujer de que la honren y la protejan. María es el ideal y el amor,
imagen de lo que es posible, la Virgen es el ideal de amor que Dios amaba aún
antes de crear el mundo; es la Virgen Inmaculada, Madre de Dios.
I. PECADO ORIGINAL
Dios creó
al hombre compuesto de cuerpo y alma, carne y espíritu, y lo elevó al orden
sobrenatural, es decir, le dio además la gracia santificante por la que un día
podría gozar de él en el cielo. Con la gracia santificante, les fueron
concedidos a nuestros primeros padres las virtudes infusas y los dones del
Espíritu Santo.
Lo natural al hombre (cuerpo y alma con sus facultades) y lo
sobrenatural (la gracia santificante con las virtudes y dones) estaba en
perfecta armonía, gracias al don
de la integridad. Es decir, que
el cuerpo con sus sentidos, y el alma con sus potencias y pasiones, estaban
totalmente sujetos a la razón en perfecta coordinación, y no existía aquella
lucha que describe tan patéticamente San Pablo: siento en mis miembros una pugna contra el espíritu. Y veo el bien
y lo alabo y no lo practico. Comprendo el mal y lo repruebo y caigo en él.
¿En qué consiste propiamente el pecado original?
Responde el Doctor mariano, Beato Escoto: En
la simple carencia de
la gracia que debiera poseerse. El que nace de padres pobres,
que jamás ha sido rico, no puede decirse que ha caído de su posición social:
pobre es, y no podía ser otra cosa, por nacimiento. El que nace de padres un
tiempo millonarios, pobre es, pero debiera ser millonario, a no haber
malversado su hacienda sus progenitores. Este es el caso de todos los hombres
respecto de la justicia original,
del primer estado al que Dios lo destinaba. Como consecuencia de carecer de la
gracia santificante, el hombre pierde cuanto la acompañaba y a la misma estaba
vinculado por Dios.
La serpiente venció olímpicamente a Adán y Eva. El Libro Sagrado declara
por boca de Eva el diálogo entre la primera mujer y la serpiente. Eva, con
ingenuidad, le revela que Dios es espléndido con ellos; solamente les ha pedido
que, entre los frutales atractivos del paraíso, no comieran del fruto del árbol
situado en medio del jardín. La prohibición de Yahvé es aterradora: No coman de él, ni siquiera lo toquen,
porque si lo hacen morirán.[2]
Parecía suficiente esta advertencia trágica para que obedecieran la
palabra divina. La serpiente es astuta y presenta a Eva un argumento sutil: Es
que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes
los ojos y serán como dioses.
Ha tocado la ambición humana: la primera pareja tiene unas condiciones
prodigiosas, pero aun anhela mayor perfección: ser como Dios. La
vanidad les hace olvidar la amenaza de Yahvé y desobedecen a Dios comiendo del
único árbol prohibido. Dios los castiga arrojándolos del paraíso y
anunciándoles una serie de sufrimientos y pesares.
Venció la
serpiente. En adelante será la reina de la humanidad: todas las personas que
nazcan hasta el fin de los siglos llevarán su sello infernal, como lo llevan
las ovejas señaladas a fuego para que se conozca a su dueño. Podemos contemplar
a la humanidad: en India, España, Filipinas, México, o cualquier otro país, y
se la hace pasar por un estrecho corredor, donde los encargados llevan en el
rusiente hierro la marca que distinguirá a las ovejas: todas las personas
que llegan al mundo llevan la marca de Satanás, a cuyo dominio les ha entregado
el pecado original.
Venció la serpiente en el primer combate, dejando a la humanidad víctima
del pecado original, con tristes consecuencias. Pero mientras la
serpiente se alegra de su triunfo, y los primeros padres salen humillados del
paraíso, suena la promesa: Habrá
enemistad entre tí y la mujer, entre tu descendencia y la suya, ésta te pisará
la cabeza. Satanás se siente
vencido, ahora con el aviso de Yahvé; luego, con la realidad de la Mujer.
II. INMACULADA
Solo cuatro personas se vieron libres del pecado original: Adán y Eva,
porque nacieron en estado de pureza, antes de que ellos mismos cometieran el
pecado original; Jesucristo, que como Dios-Hombre no podía someterse al dominio
del pecado, luego ni de Satanás. Y María, única excepción. Si a todos nos ha
vencido Satanás, porque por el pecado original arribamos a este mundo bajo su
mancha y su propiedad, la profecía de Yavé suena clara: Pondré enemistades entre ti y la mujer; si la serpiente
hubiera vencido a María con el pecado original, no se hubiera cumplido la
esperanzadora profecía.
En el
paraíso terrenal, enlodado con el pecado, surge un ambiente de pureza: es la promesa de una mujer que realizará la mayor hazaña
de la humanidad: vencer al enemigo infernal que atacó hasta al mismo Dios en el
paraíso del cielo, de donde fue arrojado vilmente, y que también tentó al Dios
que se hizo hombre. Ahora Satanás, la serpiente, se enfrenta inevitablemente
con una mujer y con su descendencia.
En la profecía del paraíso, la mujer aparece como enemiga, lo que supone que en ningún momento tuvo amistad
con la serpiente, hasta el punto de admitir las insinuaciones del diablo, como
sucedió con Eva. La mujer y su
descendencia aplastarán la cabeza de la serpiente, demolerán su reino,
debilitarán su dominio, destruirán sus proyectos de esclavizar a toda la
humanidad.
Dios quería significar que, si por
culpa de una mujer, se había perdido el hombre, también se salvaría a través de
la mujer. El mal prosperaría, y bajo
místicas apariencias llegaría a instaurar un reino comunista y satánico;
pero la mujer tendría también su progenie: a Nuestro Señor, el Hijo de Dios, el
Salvador del mundo.[3]
III. SOLA MARÍA
El libro
del Génesis señala a una mujer como vencedora de Satanás, sin determinarla. Y
pasarán largos siglos de espera de la presencia de la mujer.
El Papa Pío IX explicó la íntima e indisoluble unión de María
con Jesucristo en su triunfo redentor sobre Satán que fuera profetizado en
Génesis 3,15 en la carta apostólica que infaliblemente definió la inmaculada
concepción: Por esta divina profecía (Génesis 3,15), el misericordioso Redentor de
la humanidad, Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios, fue claramente
preanunciado; que Su beatísima Madre, la Virgen María, fue proféticamente
indicada; y, al mismo tiempo, la misma enemistad de ambos contra el Malo
fue significativamente expresada. De ahí que, tal como Cristo es Mediador
entre Dios y hombre, asumió forma humana, borró lo escrito en el decreto
existente contra nosotros, lo clavó triunfalmente en la cruz, para que la
santísima Virgen, unida a Él en el más íntimo e indisoluble vínculo, fuera, con
El y por El, eternamente enemistada con la maligna Serpiente, y más
completamente triunfara sobre ella… María estuvo eternamente
completa y absolutamente opuesta a Satán, ya que con y mediante su Hijo, el
Redentor, la Mujer compartiría íntimamente el triunfo redentor sobre Satán.
Llegará
el tiempo de su arribo. Como toda humana criatura, comenzará su vida
intrauterina al abrazo de una semilla masculina en los ovarios de una madre. Como
toda criatura que comienza sellada con el distintivo de Satanás ¿correrá María la misma suerte? La profecía
lo niega: de haber sido comprendida en el pecado original, hubiera tenido
amistosa relación con la serpiente y no le hubiera pisado su cabeza. Por ley
universal de Adán, María debería haber sufrido el cautiverio de Satanás. Pero
existen dos formas de liberación: 1) ofreciendo el precio del rescate antes de
que sea llevado el reo a la prisión; 2) pagándolo cuando está en la cárcel y
liberándolo. La segunda forma se empleó en la historia con todos los nacidos;
la primera sólo con María, por lo que en ningún momento hubo en ella pecado o
mancha moral.
El eminente teólogo Beato Escoto, confirmaba la inmaculada concepción de
María, con este silogismo: Dios pudo hacerla Inmaculada;
fue conveniente que lo hiciera; luego la hizo. La
profecía del paraíso es suficientemente clara al afirmar que Ella fue siempre
enemiga de la serpiente; luego no se manchó con su inmunda baba, que fue el
pecado original. Con la luz de esta profecía y con otras luminosas indicaciones de
la Biblia, Pio IX, en 1854, elevó esta doctrina de la Iglesia a la
calidad de dogma de fe: Declaramos, pronunciamos
y definimos que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María, en el
primer instante de su Concepción, por gracia y privilegio singular,
en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del
género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original, ha
sido revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y
constantemente por todos los fieles. Si
no, sepan y tengan por cierto que están
condenados por su propio juicio, que han naufragado en la fe y que se han
separado de la unidad de la Iglesia.
Se esperaron muchos siglos, desde que sonó la profecía, pero al término
de ellos, se cumplió: Pondré
enemistad entre ti y la mujer… ésta te pisará tu cabeza. Así se la representa en las imágenes que
destacan la Inmaculada: con la luna a sus plantas, como Reina del mundo, y con
la serpiente pisoteada por sus pies.
Lo que
afirma la fe es que en el momento, sea éste cual fuere, en que el alma de María
fue infundida por Dios en su cuerpo y hubo, por lo mismo, concepción
propiamente dicha, recibió simultáneamente la gracia santificante, no
careciendo de ella jamás, ni por una fracción mínima de tiempo.
IV. VOTO INMACULISTA
Juramento y voto de creer, confesar y
defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. (Este juramento se puede hacer en presencia del Director Espiritual o
Confesor o el Párroco o privadamente).
En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo +,
tres personas, y un solo y verdadero Dios Todopoderoso +, y de Dios hecho
Hombre, nuestro Redentor y Señor Jesucristo +, a quien adoramos real y
verdaderamente presente en el Augusto Sacramento del Altar:
Proclamo:
Solemne voto y juramento de creer,
confesar y defender, que la Santísima Virgen María, Madre de Dios, por un privilegio especial del Altísimo, atendiendo a los méritos
previstos de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, fue preservada de la culpa
original que todos contraemos al nacer.
Declaro que, como católico, apostólico y romano, creo en todos los
misterios que nuestra madre la Iglesia nos propone, muy especialmente en este
de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Afirmo, creo y confieso, que la
Santísima Virgen María fue, en virtud de los méritos de su Hijo, Nuestro
Redentor, preservada desde el primer instante de su Bendita Concepción de toda
mancha de Pecado Original. También confieso, afirmo y creo que la Excelsa
Señora, Madre de Dios y Madre Nuestra, terminado el curso de su vida temporal,
fue llevada en cuerpo y alma a los Cielos; así bendecimos su Inmaculada
Concepción, proclamamos su Gloriosa Asunción, honramos su Sacrosanta Virginidad
y alabamos su total Ausencia de Pecado.
Hago así, solemne voto y juramento de creer,
confesar y defender hasta la muerte, los misterios de la mediación
universal de la Santísima Virgen en la
dispensación de todas las Gracias, y de
su realeza universal como Madre de Dios y del
género humano, ofreciendo, solemnemente, homenaje al Corazón Inmaculado de la
Virgen Purísima en perpetua y total entrega de amorosa y filial servidumbre.
¡Oh, Benignísima Señora y Madre nuestra dulcísima!,
admitid este voto y juramentos, como
muestra del filial amor que os profeso y, en retorno, conseguid que, cubierto
con el manto de vuestra protección a la sombra del árbol Santo de la Cruz,
participe de sus frutos en la tierra, recibiendo abundantes gracias para
ejercitar las virtudes, y después, por medio de ellas, suba a la gloria para
unirme con Vos para siempre y juntos ver a Dios, amarle, gozarle y alabarle por
toda la eternidad.
¡Oh, Santísima Virgen María Inmaculada, Reina de
los Cielos!, te ruego que intercedas ante tu
Divino Hijo, Cristo Jesús+, para que Este me auxilie en mi pobreza, ayudándome
a guardar la Fe que he recibido de mis padres y que ahora, solemnemente
proclamo, esperando morir en ella, y por la Divina Misericordia de Dios y por
Vuestra intercesión, gozar algún día de las delicias inefables de la gloria.
Amén + Así lo creo + así lo espero.
Dado
en………………………., el día……..del mes…………………. del año de Nuestro Señor de dos mil
dieciocho.
Así lo
rubrico, dando fe de todo lo dicho.
Firma:
No hay comentarios:
Publicar un comentario