Lanzan
una campaña para evitar que dentro de dos años se inicie el proceso.
Según parece probado, porque su padre tiene
prohibido por el juez sugerirle nada, James se viste espontáneamente de chico y
se comporta como tal. (Foto de recurso, ajena al caso.)
Al mismo
tiempo que a un niño de 6 años le quieren cambiar de sexo como parte del
conflicto entre sus padres, un hombre confiesa en el The New York Times -diario
al que no podrá acusarse de hostilidad al lobby LGBT- que el tratamiento de
cambio de sexo al que se ha sometido solo ha empeorado su situación. Benedetta Frigerio relaciona ambos
casos en La Nuova Bussola Quotidiana: "Queridos amigos, algunos de vosotros sabéis que nuestra familia se
ha acercado mucho a una familia que está pasando un momento muy difícil, de
gran prueba... hemos decidido compartir con vosotros esta historia pidiéndoos
que recéis..." La petición
de la familia Scott ha aparecido en los medios de comunicación estadounidenses
gracias al blog que relata todos los aspectos de la
historia del pequeño James, de 6 años, residente en Dallas (Texas). Save
James es el lema de quienes se han unido a la batalla para salvar a
este niño. Y esta vez no de una enfermedad o de un Estado que quiere decidir
sobre su muerte, sino de una ideología
cuyo objetivo es bombardearlo de hormonas para que sea una niña y así
satisfacer el deseo materno.
Todo esto
empezó cuando Anne Georgulas, la madre
de James, empezó a llamarlo "Luna" y
a vestirle de niña, pidiendo que se le quitara la patria potestad a su
ex marido, Jeffrey Younger, que
se negaba a considerar a su hijo una niña. De hecho, cuando el pequeño va a
casa de su padre, sin que él le diga o le enseñe nada (se lo ha prohibido el
tribunal so pena de quitarle el menor), el pequeño se viste de niño y se hace
tratar como tal.
Lo
confirma la propia familia Scott, que habla así de James y de su gemelo Jude: "Se
parecen a nuestros hijos, tienen los mismos intereses y personalidades. Nunca
dirías que en la vida diaria de estos dulces niños está sucediendo todo
esto". También el pastor de la Christ Church de
Carrollton, Bill Lovell, ha
afirmado: "He pasado tiempo con él y diría que
actúa y tiene el aspecto inconfundible
de un niño de 6 años totalmente sano".
Pues
bien, a pesar de que los maestros saben que el pequeño es niño, la madre les
obliga a llamarlo "Luna", vistiéndolo
de tal manera que sus compañeros de clase y sus familias no saben realmente
cuál es su verdadera identidad. El examen psiquiátrico que la madre pidió para
James, y cuyas conclusiones se presentaron ante el tribunal, es de "disforia de género". Aunque este
diagnóstico tiene que respetar unos parámetros, como un comportamiento
persistente y que no oscile hacia el sexo opuesto, algo que no se ve en este
caso, al padre se le ha impedido solicitar un nuevo examen. Si cuando puede y no está obligado el pequeño
elige libremente vestidos masculinos y quiere que le llamen James, está
claro que el problema es otro.
Walt Heyer, quien vivió en primera persona el drama de cambiarse de sexo
para luego comprender su error, ha escrito un completo artículo en The Federalist sobre el caso de James
a partir de su propia experiencia. Ha escrito un libro, Trans Life Survivors
[Supervivientes de una vida trans], sobre los casos de diagnóstico erróneo o
precipitado de disforia de género y sus "terroríficas consecuencias"
por los bloqueos hormonales e intervenciones quirúrgicas.
Sin
embargo, la madre, una acaudalada pediatra, continúa su batalla legal para que
el pequeño, dentro de dos años -cuando
tenga ocho-, sea sometido a tratamiento hormonal, para así bloquear su
desarrollo; de hecho, castrándolo para prepararlo a la extirpación de los
genitales. The Federalist ha añadido que la madre quiere que sea el
padre quien pague al psicólogo que defiende la terapia afirmativa y cuyo
objetivo es el así llamado (porque no sucederá nunca) cambio de sexo. Hablando
con el padre, el periódico ha explicado que cuando James está con él, rechaza con firmeza cualquier tipo de
vestimenta femenina que el tribunal le obliga a presentarle como opción.
Pero
entonces, ¿cuál es el problema de James? Sólo
la presidenta del American College of Pediatricians, Michelle Cretella, ha tenido la valentía de romper el verdadero
tabú indicando que el pequeño está viviendo una situación de profundo dolor, en
la que quienes deberían, juntos, amarle
y cuidarle, y sobre cuya unidad se funda su identidad y estabilidad, están en
conflicto: "Lo mejor -ha explicado Cretella a CBN
News- sería encontrar un terapeuta capaz de mirar con objetividad a
James y a la difícil situación en la que se encuentra: una situación de
divorcio. El hecho de que se comporte de manera distinta cuando está con la
madre y cuando está con el padre da que pensar... no conozco personalmente a
los padres, pero existen casos en los que las madres pueden vivir un luto por
el sexo del hijo. Madres que deseaban desesperadamente una niña, pero no han
dado a luz a una, pueden entrar en una profunda depresión. Depresión que se
resuelve sólo cuando uno de los hijos actúa de manera femenina, o permite que
su madre le vista de niña. Hay casos
como estos en las publicaciones científicas".
La
segunda verdad sobre el caso la ha revelado el progresista The New York Times a
través del relato de un hombre que se está sometiendo a terapia hormonal con
vistas a la operación quirúrgica para aparecer como mujer. El hombre reivindica
su derecho a ser operado; de hecho, admite que la intervención quirúrgica en
estas condiciones no sólo no mejora a quien sufre de disforia de género, sino
que probablemente empeora (como también la terapia hormonal) su condición
psicológica. Andrea Long Chu
escribe: "La disforia es como sentirse incapaces
de calentarse a pesar de los vestidos que lleves puestos. Como tener hambre sin
tener apetito. Es como subir a un avión para volver a casa y darte cuenta, a
mitad del viaje, de que te quedarás el resto de tu vida en ese avión". Es
decir, es desear ser del sexo opuesto sin serlo nunca, más allá de cualquier
tratamiento.
Andrea Long Chu se define en su perfil de Twitter
como "una triste chica trans". El título de su artículo en The New
York Times es "Mi nueva vagina no me hará feliz".
Pero la
verdadera salida del armario, que demuestra la naturaleza perversa de esta
ideología, la encontramos en estas palabras: "Obviamente me siento peor que cuando empecé
la terapia hormonal... estoy lleno de remordimientos... luego me tomo
estrógenos, que efectivamente, provocan tristeza", pero sobre todo,
"antes
de tomar hormonas no pensaba en el suicidio. Ahora lo hago a menudo".
A pesar de todo, aclara Long Chu, "quiero
seguir así. Quiero las lágrimas, quiero sentir el dolor. La transformación no debe hacerme feliz
porque yo la quiera. Abandonadas a sí mismas, las personas raramente
alcanzan lo que puede hacerlas felices a largo plazo. El deseo de algo y la
felicidad son agentes independientes". Y, por último, tras haber
admitido preferir el dolor a la felicidad, confirmando las autolesiones que
están presentes en todas las dependencias y fijaciones que se desean a pesar de
ser conscientes de que provocan sufrimiento: "Las
pasiones negativas -el dolor, el odio hacia sí mismos, la vergüenza, el
arrepentimiento-, son un derecho humano igual que la asistencia sanitaria
universal y la comida".
Esta
intervención y la de Cretella demuestran una verdad: que si hace tiempo el
sueño inalcanzable, por irreal, de ser lo que no se es, o el de una madre de
transformar a su hijo en la hija que no ha tenido, era tratado como una
enfermedad que había que curar buscando sus causas, hoy se ha convertido en un
derecho. Por lo que los médicos, los
educadores y la sociedad están obligados a respaldar a quien se autolesiona o a
quien lesiona a inocentes (como esta madre). Y los que pagan el precio
son quienes aún defienden la inocencia o el derecho de médicos y educadores a
hacer el bien respetando la realidad. Pero por lo menos, el New York Times ha
salido del armario, quitándose la máscara del buenismo y sacando a la luz el
mal que los comportamientos contra natura provocan en el hombre.
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