Jesucristo vino, viene y
vendrá!
Domingo primero de Adviento.
Anunciamos y nos preparamos para celebrar en Navidad la venida de Jesús. «En la primera venida fue envuelto con fajas en el
pesebre, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá
glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles. Y saliendo al encuentro
del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en
nombre del Señor»
COMIENZA
EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS 1, 1-18
Visión que Isaías, hijo de
Amós, vio tocante a Judá y Jerusalén en tiempo de Ozías, Jotam, Ajaz y
Ezequías, reyes de Judá.
Oíd, cielos, escucha, tierra,
que habla el Señor: «Hijos crié y saqué adelante, y
ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a su dueño, y el asno el
pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne.»
¡Ay, gente
pecadora, pueblo tarado de culpa, semilla de malvados, hijos de
perdición! Han dejado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto
de espaldas. ¿En dónde golpearos ya, si seguís
contumaces? La cabeza toda está enferma, toda entraña doliente. De
la planta del pie a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladuras
y heridas frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandadas con aceite.
Vuestra tierra es desolación,
vuestras ciudades, hogueras de fuego; vuestro suelo delante de vosotros
extranjeros se lo comen, y es una desolación como devastación
de extranjeros. Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como
albergue en pepinar, como ciudad sitiada. De no habernos dejado el Señor
de los ejércitos un residuo minúsculo, como Sodoma seríamos, a Gomorra nos
pareceríamos.
Oíd la palabra del
Señor, regidores de Sodoma. Escuchad la instrucción de nuestro
Dios, pueblo de Gomorra:
«¿A mí qué,
tanto sacrificio vuestro? –dice el Señor–. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo
de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando
venís a presentaros ante mí. ¿Quién pide algo de
vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No sigáis trayendo
oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable.
Novilunio, sábado,
convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad.
Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un
gravamen que me cuesta llevar. Y al extender vosotros vuestras palmas, me
tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo.
Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos,
purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar
mal, aprended a obrar bien, buscad lo que es justo, dad sus derechos al
oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid,
pues, y disputemos –dice el Señor–: aunque vuestros pecados sean como
la grana, blanquearán como la nieve. Y así fueren rojos como el carmesí,
quedarán blancos como la lana».
DE
LAS CATEQUESIS DE SAN CIRILO DE JERUSALÉN, OBISPO
Anunciamos la venida de
Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica
que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de
sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.
Pues casi todas las cosas son
dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la
Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su
descenso: el primero, silencioso, como la lluvia
sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.
En la primera venida fue
envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como
vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la
otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.
No pensamos, pues, tan sólo en
la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en
la primera: Bendito el que viene en nombre del
Señor, diremos eso mismo en la segunda; y saliendo al encuentro del Señor
con los ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre
del Señor.
El Salvador vendrá, no para
ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por
quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado,
guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron
insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá: Esto
hicisteis y yo callé.
Entonces, por razones de su
clemente providencia, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión;
en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán
que someterse necesariamente a su reinado.
De ambas venidas habla el
profeta Malaquías: De pronto entrará en el santuario el Señor a quien
vosotros buscáis. He ahí la primera venida. Respecto a la otra,
dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar –dice el Señor de los
ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el día de su
venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de
fundidor, una lejía de lavandero: se sentará
como un fundidor que refina la plata.
Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas, en
estos términos: Ha aparecido la gracia de Dios
que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a
la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria,
honrada y religiosa aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa
del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Ahí expresa su primera
venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.
Por esa razón, en nuestra profesión
de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en
aquel que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de
nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá
fin.
Vendrá, pues, desde los cielos,
nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo,
en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este
mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.
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