Como cada Domingo de Resurrección, desde el balcón
central de la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco ofreció el Mensaje de
Pascua e impartió la Bendición “Urbi et Orbi” (“a la ciudad y al mundo”).
En el Mensaje, hizo un pequeño repaso algunos conflictos actuales
activos en algunas partes del mundo y subrayó que “la
muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que
va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la
Resurrección”.
A continuación, el texto completo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el
mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive
para siempre en medio de nosotros.
Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen
del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn
12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios
en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos
días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del
amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos:
la Pascua de Cristo Señor.
Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es
la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del
grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva
realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de
nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de
esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta
trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura
actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas
y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.
Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando
por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra
que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las
conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga
fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el
derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos
hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo
las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.
Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días
también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los
indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el
respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros
hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan
ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.
Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida
más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren
por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del
Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República
Democrática del Congo: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua.
No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que
nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar
sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.
Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las
conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región.
Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y
discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones
de confianza en el seno de la comunidad internacional.
Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en
favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita
la población.
Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual
—como han escrito sus Pastores— vive en una especie de «tierra
extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la
resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para
salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no
falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a
abandonar su patria
Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a
causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y
de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura
egoísta, que descarta a quien no es «productivo».
Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen
responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se
esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo
y la seguridad a los propios ciudadanos.
Queridos hermanos y hermanas:
También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van
dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre
los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La
muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que
va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la
palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del
Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la
inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la
concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).
¡Feliz Pascua a todos!
Redacción ACI
Prensa
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