martes, 24 de abril de 2018

¿ALGUIEN TIENE LA ESTAMPITA 25?



Coleccionar estampitas, cartitas o barajitas es muy apasionante.
Abrir un paquete es muy emocionante, ya que el cerebro produce dopamina (droga del placer) sólo por saber cuáles cartitas salieron. Sigue pegarlas en el álbum. Las que salían repetidas, las intercambiábamos con amigos y compañeros de la escuela.

Desarrollaban la habilidad de atención y memoria y daban un pequeño sentido de vida, ya que ahorrábamos el poquito dinero que nos daban para comprar un paquetito. Era una tarea sólo de niños. Hoy esta tarea es de los padres.

Estoy impresionado de cómo las mamás buscan, preguntan, venden y compran a cualquier precio estampitas a través de WhatsApp.

“Mi hijo está vendiendo estampitas del Mundial y tiene casi todas las doradas para vender. Dice que son súper difíciles de conseguir y las vende a $50 c/u”… “A mi hijo solamente le falta la 25, si alguien la tiene pago $100 por ella”… “Mis hijos también intercambian estampitas en mi casa de 7 a 8 pm hoy”… “Las estampas doradas se llaman escudos y tengo todas, las vendo a quien dé más”…

Todas estas conversaciones son de mamás preocupadas porque sus hijos tengan su álbum lleno sin importar el precio. Aún más, hay papás que compran no paquetitos sino toda la caja que tiene un costo de $1,400.

¿Por qué los padres invaden la vida de sus hijos y les resuelven todo? ¿Por qué tienen que pagar cualquier precio para que su hijo sea el primero en llenar el álbum?

La enseñanza es muy clara: “Hijo, tú no eres capaz de buscar e intercambiar estampitas y siempre te resolveré todos tus problemas para que no te sientas inferior y seas el primero”.

En mi niñez era muy común llenar álbumes y me encantaban, especialmente dos, uno de estampillas del correo y otro de medios de transporte. Era incomparable la emoción que sentía cuando llegaba a la tiendita de la esquina con mis 20 centavos para comprar un paquetito. Cuando salían estampas repetidas, las guardaba en una liga y las llevaba al barrio o a la escuela para intercambiarlas.

Sin embargo, la mayoría de mis amigos tenían las mismas y había poca probabilidad de intercambiarlas, entonces inventábamos juegos para tener más, aunque fueran repetidas.

La colección que más me apasionó fue de pinturas que se encontraban en la parte de atrás de una cajetilla de cerillos. No era fácil comprarlas porque tenían un costo más alto, entonces me la pasaba buscando en las calles para encontrar alguna tirada o en los basureros.

Y claro que la mayoría de mis álbumes no los llenaba, pero no pasaba nada. No había competencia, jamás intervenían nuestros padres y nunca las vendíamos a un precio más caro para sacar provecho. Lo más que hacíamos para obtener una tarjeta que no teníamos era ofrecer 20 o 30 barajitas repetidas, pero nosotros solos negociábamos.

¡Papás, dejemos de estorbar a nuestros hijos! Involucrarnos de esta forma no nos hace mejores padres. Dejemos que ellos resuelvan su vida y por un álbum incompleto no pasa nada.

Por Jesús Amaya Guerra
Periódico El Norte

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