Hoy debemos rezar
por nuestra Madre la Iglesia, porque la Iglesia es atacada por sus enemigos y
los hijos debemos cuidar y defender a nuestra Madre.
Por: Monseñor Jorge De los Santos | Fuente: es.denvercatholic.org
Por: Monseñor Jorge De los Santos | Fuente: es.denvercatholic.org
La Iglesia es nuestra Madre, pues en su seno
somos engendrados y nos da a luz como hijos de Dios. Ella nos alimenta
espiritualmente, y nos ayuda a crecer para que estemos maduros para el Reino de
los cielos. La Iglesia es verdaderamente nuestra madre. Una madre que
nos da vida en Cristo y que nos hace vivir con los demás como hermanos y
hermanas en la comunión del Espíritu Santo. En su maternidad, la Iglesia
tiene como modelo a la Virgen María, el modelo más bello y más alto que pueda
uno tener.
La Iglesia, en la fecundidad del Espíritu,
continúa generando nuevos hijos en Cristo, siempre en la escucha de la Palabra
de Dios y en la docilidad a su diseño de amor. La Iglesia es madre. El
nacimiento de Jesús en el seno de María, es el preludio del nacimiento de todo
cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito
de una multitud de hermanos. El primer hermano es Jesús, nació de María,
es el modelo y todos los demás hemos nacido de la Iglesia.
Comprendemos, entonces, que la relación que une
a María y a la Iglesia es muy profunda: mirando a María, descubrimos los
rostros más bellos y tiernos de la Iglesia; mirando a la Iglesia reconocemos
las características sublimes de María. Los cristianos no somos huérfanos,
tenemos a una madre, tenemos a nuestra madre. La Iglesia es madre, María es
madre.
La Iglesia es nuestra madre porque nos ha dado a
luz en el Bautismo. Cada vez que un niño es bautizado, se convierte en
hijo de la Iglesia. Y desde aquel día, como mamá cuidadosa, nos hace crecer en
la fe y nos indica, con la fuerza de la Palabra de Dios, el camino de la salvación,
defendiéndonos del mal.
En sus cuidados maternos, la Iglesia se esfuerza
en mostrar a los creyentes el camino que hay que recorrer para vivir una
existencia fecunda de alegría y de paz. Iluminados con la luz del Evangelio y
sostenidos por la gracia de los Sacramentos, especialmente por la Eucaristía,
podemos orientar nuestras elecciones al bien y atravesar con valentía y
esperanza los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos que existen.
La Iglesia tiene la valentía de una madre que sabe defender a sus propios hijos
de los peligros que derivan de la presencia de Satanás en el mundo, para
llevarnos al encuentro con Jesús.
Una madre siempre defiende a sus hijos. Esta
defensa consiste también en la exhortación a estar vigilantes contra el engaño
y la seducción del maligno. Porque, aunque Dios ha vencido a Satanás, él vuelve
siempre con sus tentaciones. Lo sabemos todos nosotros. Hemos sido tentados,
somos tentados. Resistir con los consejos de la madre, resistir con la ayuda de
la madre Iglesia. Como buena madre siempre acompaña a sus hijos en los momentos
difíciles. La Iglesia es nuestra Madre que procura nuestro bien, no sólo en
esta vida, sino también en la otra.
El Bautismo es una especie de nuevo nacimiento.
Por el Bautismo nos convertimos en hijos de Dios, de forma semejante a Jesús,
que es el Hijo único y eterno de Dios. Por el Bautismo hemos recibido la
salvación. Por el Bautismo entramos a formar parte de la Iglesia. Por el
Bautismo recibimos también el Espíritu Santo, que habita en nosotros como en un
templo, y es por medio de la Iglesia que recibimos el Bautismo, y este es el
nacimiento nuevo y definitivo, es en el Bautismo que la Iglesia da a luz a sus
nuevos hijos.
Hoy debemos rezar por nuestra Madre la Iglesia,
porque la Iglesia es atacada por sus enemigos; y ya que nuestra Madre defiende
a sus hijos, así los hijos debemos cuidar y defender a nuestra Madre.
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